El año pasado, La noche de la expiación fue un pequeño éxito sorpresa en los EE.UU. y funcionó medianamente bien en la Argentina. El universo de ese film y de esta continuación es el mismo: un futuro próimo donde, durante doce horas nocturnas e infernales, todos los crímenes están permitios. Lo interesante es que esa ocasión es el andamio de un sistema político. Si el primer film narraba qué sucedía en una casa donde alguien dejaba accidentalmente entrar a los bárbaros, aquí el escenario es excterior: a una pareja se le rompe el auto justo cuando empieza el infierno. El film es efectivo pero adolece de un desequilibrio: sus ideas teóricas son mucho mejores que sus ideas visuales. En el primer terreno, especula con éxito respecto de los dilemas morales y prácticos que tal estado de cosas genera. En el segundo, resuelve situaciones de peligro creciente a pura receta. Y si bien el realizador James DeMonaco ha depurado respecto de su opera prima su pericia técnica, aún da la impresión de cierta falta de novedad, de cierto abuso en el efecto asustador por encima del miedo real que la situación convoca. En este panorama, cierto uso de la ironía, cierta distancia entre estoica y cómica respecto de los personajes le otorgan al film, en algunos pasajes, una notable densidad. Aún está por verse si esta serie se convertirá en un nuevo mito del terror o si pasará como anécdota: al menos hay un director que parece aprender de sus errores, y no es poco.