La anarquía del encierro
Persecuciones nocturnas, reclusiones, matanzas legales y la venganza a flor de labios. Un thriller clasista que mezcla nacionalismo y aires de revolución.
Corre el año 2023, un año después de la purga que ocurrió en La noche de la expiación, la precuela también dirigida por James DeMonaco (El estado de la mafia).
El cineasta neoyorquino tuvo aquí la posibilidad de redimirse de su fallida primera parte. Pero no lo logró. Cayó otra vez en una historia inverosímil, construida a los ponchazos en las que intervino a demasiadas personas. Esto diluyó la atractiva esencia argumentativa: un régimen (Los Nuevos Fundadores de América) que avala cualquier acto de violencia durante doce horas de un día determinado del año. No hay castigo: se puede matar e irrumpir en cuanto lugar se quiera. Y pueda.
Esa noche (de 19 a 07) es La Purga, catarsis del renacimiento para una utópica nación que casi no tiene desocupación ni pobreza. Pero sí una alta sed de venganza y mórbida diversión. Nada cambió.
Pero si en La noche de la expiación los hechos se centraban sólo en problemas entre vecinos y una familia acosada, en 12 horas para sobrevivir todo se diseminó en tres partes a la que luego se ensambló a la fuerza. Por un lado, está el conflicto que rodea a Liz (Kiele Sanchez) y Shane (Zach Gilford): el matrimonial -se va a separar- y el urbano, quedan varados en el centro de Los Angeles poco antes del toque de queda. Por el otro, Sergeant (Frank Grillo), un lobo solitario que busca purgar al responsable de la muerte de su hijo. Por último, Eva (Carmen Ejogo) y Cali (Zöe Soul), madre e hija que son salvadas de las garras asesinas por Sergeant. Y verán cómo se suma ridículamente la parejita.
Al igual que en la anterior, donde el suspenso estaba hasta que sonaba la sirena y la ciudad se refugiaba en sus viviendas. Luego afloraban los grupos de cacería. Pero en este filme asoma lo revolucionario y anárquico (parodiado, poco explotado) bajo la forma de un ejército contra La Purga.
Lo flojo de 12 horas para sobrevivir es el clasismo y nacionalismo exacerbado. Mientras los más necesitados suelen ser presa del odio popular, los acaudalados compran “presas” para poder purgar en sus casas de manera segura, o contratan grupos de ataque y costoso armamento. Y hasta se organizan subastas de perseguidos para meterlos en un terreno símil paint-ball . Sólo que en lugar de manchas de pintura, habrá balas.