La lucha continúa
El francés Robin Campillo, habitual colaborador de Laurent Cantet, logra una obra magistral gracias a la notable actuación del argentino Nahuel Pérez Biscayart como un enfermo de SIDA que utiliza sus últimas energías para luchar contra la indiferencia política y social ante la presencia de una enfermedad que avanza matando a miles de personas.
La historia de 120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute, 2017), ambientada a principios de los 90, se centra en Sean (Nahuel Pérez Biscayart), uno de los miembros más activos de la filial parisina de Act Up, que realiza sucesivas acciones de choque para visibilizar el problema e impulsar la investigación y la prevención. Sean, infectado con el virus del HIV, se enamora de un nuevo integrante, libre de la enfermedad.
Para contextualizar, Act Up (Coalición del SIDA para desatar el poder) fue una asociación creada en 1987 en la ciudad de Nueva York que a través de diferentes acciones buscaba legislaciones favorables con respeto al SIDA, promover la investigación científica y la asistencia a los enfermos, hasta conseguir todas las políticas necesarias para alcanzar el fin de la enfermedad. En Paris un grupo de jóvenes buscan visibilizar la ausencia de políticas sanitarias lanzando bolsas de sangre en instituciones poco comprometidas, invadiendo laboratorios para presionar a grupos farmacéuticos por sus intereses económicos, introduciéndose en los colegios para trasmitir de manera directa el mensaje de la protección sexual e interpelando a los medios para denunciar la asimilación de la epidemia exclusivamente a los gays, drogodependientes, prostitutas y presos.
A través de varios activistas emblemáticos, Campillo recrea con inteligencia la vida cotidiana en este campo de batalla en el que tácticas y discrepancias se discuten en común —enfrentando a los más radicales con los lobistas y los negociadores—, donde las acciones son realizadas con una intensidad y una eficacia extremadamente profesional, en el que la solidaridad, el humor y el espíritu festivo están mucho más presentes, a causa del acecho de la desesperación y de la muerte. Todo ello sin olvidar la historia de amor entre Sean y Nathan, que atraviesa transversalmente todo el film.
Campillo recurre a una puesta ficcional documentada en el que se combinan magníficas transiciones temporales con la utilización de material de archivo y una serie de procedimientos cinematográficos que le pone un rostro a estos luchadores en la sombra, para dar origen a una obra con una sensibilidad tan respetable como escabrosa, según sea necesario.
Con un nivel de maestría en el que la empatía por el ser humano se conjuga con una voluntad política de lucha contra la indiferencia, en una turbulencia pasional y a menudo desgarradora, 120 pulsaciones por minuto es tan rigurosa como única a la hora de abordar un tema arduo, siempre evitando el golpe bajo, pero también mostrando con crudeza cómo el virus consume poco a poco la vida hasta el final.