Crónica de grupo, retrato de un movimiento social, registro urgente y vital de los chicos y chicas que, sentenciados a muerte por el SIDA, luchaban con coraje por hacer visible el problema en la París de los primeros noventa. Todo eso, además de un drama conmovedor y profundo, terrible pero nada solemne, triste pero jamás lastimero, es esta película semi autobiográfica de Robin Campillo, premio del jurado en el último Cannes.
Campillo usa la cámara para dar cuenta de las discusiones en asamblea, la acción directa -en la calle o en el escrache de grandes laboratorios químicos- y la intimidad de los integrantes de ActUp. Un elenco fantástico de actores en el que se destaca su extraordinario protagonista, el argentino Nahuel Pérez Biscayart. Entre altavoces, gritos, panfletos y manifestaciones (tan valientes y organizadas como desesperadas) hay largas secuencias de baile y alegría, de sexo y amor en penumbra, cuya naturalidad y dulce crudeza recuerdan a las de otro film francés, La vida de Adéle. Todo, en 120 pulsaciones se siente verdadero, genuino, fresco como si estuviera sucediendo ahora y ahí, frente a nuestros ojos.