Boyle utiliza todos los recursos visuales y auditivos a su alcance para contar la historia de Aron Ralston, su relación con el mundo y las cosas, profundamente personal y subjetiva.
El planteo argumental es bien sencillo. Basada en un momento de la vida de Aron Ralston, el título alude al tiempo durante el cual el protagonista quedó atrapado con una de sus manos bajo una piedra, sin poder salir de allí, durante una de sus excursiones solitarias a un cañón en el desierto de Arizona.
El principal mérito de esta película es su equilibrio. Si Danny Boyle con la sobrevalorada Slumdog millonaire, hizo gala de una composición barroca y de una exagerada opción por el melodrama y los golpes bajos, aquí pone todo su talento a favor del equilibrio. Donde podría haber dolor físico, escatología, sangre y gritos, hay apropiadas dosis de una realidad asfixiante, contada con diversidad de recursos. Coherente con el carácter del personaje, construido con precisión en escasos minutos al comienzo del film, cierto tono de comedia capea el relato, haciendo juego con su modo solitario de vida, con esa desconexión personal del protagonista con el resto del mundo.
Boyle utiliza todos los recursos visuales y auditivos a su alcance para contar esa relación con el mundo y las cosas, profundamente personal y subjetiva. De esta manera logra ampliar el espacio y el tiempo dramático en relación con la realidad en la que se basa la película. El relato también cuenta las condiciones de ser de un grupo etario y social concreto en estos tiempos de modernidad tardía. Reflejando ciertos modos de percibir la realidad (porque la realidad es percibida también en función de la condición de clase y la edad).
El actor, James Franco, candidato al Oscar por esta labor, parece un instrumento más de los tantos que manipula el director. Lo suyo es más considerable por la posibilidad de prestar al director un muñeco apropiado al trabajo de construcción visual, que por una construcción dramática apreciable, aun cuando permanece frente a cámara durante toda la duración de la película.
Es menester destacar el excelente trabajo de la banda sonora. No solo de la interesante elección musical, sino especialmente del sonido como recurso dramático (es importante intentar ver 127 horas en una buena sala cinematográfica, pues perder la calidad del audio es perder gran parte de la potencia del film).
Pequeña, 127 horas abre la puerta un relato intenso, interesante, incluso fugaz, en la que el director combina, con inteligencia recursos de un cine clásico de género y técnicas propias de nuevas formas de registro y montaje.