En la montaña del miedo
James Franco sufre un raro accidente en este filme de Danny Boyle.
Hay accidentes y accidentes. El que sufrió Aron Ralston tal vez sea uno de los más peculiares que uno vio en mucho tiempo. Se podría decir que, por su personalidad aventurera y su aparente desconocimiento del miedo, algo así podía sucederle en cualquier momento. Pero lo que le pasó es digno de entrar en un libro de curiosidades.
Aron (encarnado por ese muy buen actor que James Franco parece esconder bajo el look de galán) es un montañista, un hombre capaz de salir a recorrer cañones en el medio de la nada, con un pequeño kit de ayuda, una bicicleta, una botella de agua y no mucho más. Ah, y sin avisarle a nadie de su paradero.
El tipo se encuentra con dos chicas, les hace descubrir un bello oasis entre los cañones y luego se va solo, “tierra adentro”. Pero se cae en una grieta profunda entre dos enormes formaciones rocosas, con tanta mala fortuna que una inmensa piedra cae justo sobre su brazo derecho aplastándoselo contra una de las paredes.
El hombre está, literalmente, atrapado y por más que lo intente de mil maneras no consigue sacar su brazo de ahí y, por consiguiente, no puede mover su cuerpo. El filme narrará las 127 horas que Aron pasará allí adentro, con la lógica tensión y frustración del caso, y se centrará en lo que debe hacer si quiere salir de allí con vida, mientras se va quedando sin agua, sin energías y sin recursos.
Boyle, a su manera siempre algo excesiva, lanza un arsenal de recursos visuales para no convertir la historia de Aron en la de un tipo encerrado en un metro cuadrado. La cámara va y viene por la zona, por sus recuerdos que se van convirtiendo en delirios, juega con la cámara de video en la que el propio Aron graba mensajes, no deja de crear tensión a partir del movimiento y el montaje. La historia puede ser pequeñita, pero para el director de Trainspotting no hay nada tan chico como para no recibir su “tratamiento completo”.
Ahí dentro será una batalla entre la pirotecnia visual de Boyle (ver El extranjero , pág. 20) y la creciente desesperación de Aron, que ve que sólo le va quedando una opción si quiere salir con vida, algo que el espectador seguramente adivinará al rato de ver la película.
En 127 horas , el realizador de Slumdog Millionaire vuelve a contar otra historia de supervivencia, de lucha contra la adversidad y de victoria pese a todos los pronósticos (algo muy lejano a lo que hacía al principio de su carrera). Aquí, por suerte, a diferencia de su anterior filme, no hay demasiado lugar para el sentimentalismo ni el exceso melodramático.
¿El morbo? Sí, claro, pero eso lo viene haciendo desde que nos tuvo en vilo con aquel bebé en Trainspotting , así que no se hagan los sorprendidos. Están avisados.