De los creadores de “Malasaña 32” llega a las salas locales una nueva producción de cine del emergente terror español. En busca de explorar las posibilidades comerciales de una industria pujante, el presente film sigue la estela de la perturbadora “Verónica” (2017), solo para acaba contra sus propias limitaciones conceptuales y estética. No alcanza con nutrirse de la profusa producción del subgénero de posesiones demoníacas que naciera con William Friedkin, con “El Exorcista” (1973). ¿Para qué intentar imitarlo si no se es capaz de realizarlo de un modo digno?
El debut en largometraje para el ibérico Jacobo Martínez nos trae una historia ciento por ciento ficticia, aunque inspirada en testimonios reales de exorcistas que han operado bajo el visto bueno de la Iglesia Católica. La flojísima “13 Exorcismos” trata la temática de forma explícita, pero risible: una sesión de espiritismo concluye del peor modo y se convierte en un acontecimiento que afecta a la joven Laura (el personaje principal, objeto de la usurpación diabólica) y a su entorno familiar. Sin mayor inventiva, y asegurándose de reproducir al dedillo cualquier ardid que podamos imaginar para estas circunstancias del modo más mediocre, el film choca contra sus enormes limitaciones. Por momentos, parece obra de un autor absolutamente amateur, incapaz de implementar con cierto atractivo el instrumento audiovisual sobre los padecimientos de la afectada. Con una previsibilidad que se puede telegrafiar por su obviedad, los artilugios empleados para simular la distorsión física y mental parecen, francamente, de principiante.
Nominada a mejores efectos especiales para la última entrega de los Premios Goya (y no es broma, pero se le parece), se apoya en un abordaje lumínico evidente en un gusto por lo tenue y lo lúgubre, hacia la culminación de un ejercicio del terror que pretende impostar realismo para lucir más y más fuera de tono a medida que avanza el metraje. Coprotagonizada por el legendario José Sacristán (en el deslucido papel del crucial sacerdote que pondrá fin a los trágicos eventos), el film prefiere cierta reflexión respecto a la auténtica naturaleza de los acontecimientos, debatiéndose entre la explicación científica o la sobrenatural. Lo dual de sendas posturas contrapone las férreas creencias católicas del sacerdote y el cuestionamiento de la propia fe por parte de los padres de la muchacha. ¿Qué ocurre con aquel que desobedece a su credo? Aquí refleja algo de la búsqueda de “El Exorcismo de Emily Rose” (correcto ejemplar norteamericano dirigido por Scott Derrickson en 2005), pero resulta insuficiente a la hora de validar su endeble identidad.