Consagrado como un gran director de terror con solo dos películas en su haber, “Hereditary” (2018) y “Midsommar” (2021), el neoyorkino Ari Aster adquirió estirpe de autor de culto de modo casi inmediato. Consumando el inagotable embrujo sobre sus incondicionales fans, regresa a la gran pantalla con una infernal odisea freudiana extra large. Luego de ver trunco su plan de ser estrenada en el último Festival de Cannes, “Beau Tiene Miedo”, producida por la ascendente A24, arriba a las salas no despojada de cierto escepticismo. El presente es un film concebido para fans acérrimos. Escrita en 2014 (anteriormente titulado “Dissapointment Boulevard”), fue pensada para ser la ópera prima de Aster. Curiosamente, y por los extraños designios de la creación, el producto acaba siendo terminado casi una década después. Inspirado en ciertas atmosferas, ideas y ritmos visuales provenientes del cortometraje de su autoría “Beau” (dado a conocer en 2011 y del cual difiere en absoluto su desenlace), Aster coloca en el centro del desbordante relato a un protagonista que evidencia ansias, temores e inseguridades bien concretas. Cambiando rotundamente de registro respecto a sus anteriores criaturas enmarcadas en el género de su preferencia, se aboca en su tercer opus en explorar el mundo de los sueños, penetrando el inconsciente de su perturbado personaje principal. En pos de desentrañar su conducta y comportamiento, nos adentramos en la cosmovisión de un autor que rebasa todo límite y no teme en rozar el colmo del sinsentido. A primera vista encontramos la indeleble huella de autor presente en el film. El factor maternal ha marcado, de modo innegable, la breve pero contundente obra del cineasta; la presencia femenina se asume como polémica y discordante en el retrato aquí pergeñado. Aster, salvaje por naturaleza y quien acuñara el terror elevado del modo más perturbador, trae consigo un par de marcas de la casa: una puesta en escena elaborada y una simbología sobrecargada son la exacta medida y molde de forma adaptándose a contenido. Un mordaz y desbordante análisis psicológico prima en esta comedia negra sazonada con toques kafkianos. Llamativamente, hacia la segunda mitad del metraje, su forma muta extrañamente en un absurdo felliniano de lo más abstracto y difícil de asimilar. A veinticuatro fotogramas por segundo, Aster lleva a cabo la realización de una gigantesca y desaforada pesadilla, depositando en el talento del enorme y magnético Joaquin Phoenix gran parte de la suerte de un film excesivo por naturaleza. El presente del protagonista del relato es francamente desolador: anulado por la sociedad moderna y por la figura de su castradora madre, se resguarda en la seguridad de su apartamento, mientras afuera, en las calles, el crimen, la gente desquiciada y la violencia reinan a sus anchas. Fuera de su zona de confort, lo aguardan aventuras dispuestas a atormentarlo más pronto que tarde. Frustrado sexualmente, establece una compleja relación con su progenitora. La premisa justa para burlarse de aquel personaje que encasilla: ¿hasta dónde puede llegar el cariño de mamá? ¿sería capaz de quitarle la vida a la mujer que se la otorgó? Menos no es más en manos del ambicioso director; un cúmulo de buenas ideas originales acaban siendo víctimas de la misma pretensión, porque la víctima que siempre es carne de cañón y a su encuentro acude Aster, para despedazarla. Hasta el agotamiento intelectual, disemina miedos extremos y elevados a la enésima potencia. Metáforas de la sobreprotección y la manipulación resultan la preferencia simbolista, a lo largo de tres horas de metraje escurridas entre significantes. Somos testigos del monumental viaje físico y espiritual que realiza el perturbado Beau, camino a enfrentarse con sus peores amenazas. Un cuadro psicológico de dimensiones paroxísticas, se asemeja a una probable cruza entre David Lynch y Darren Aronofsky. De fondo, la pintura deja ver matices del tenebroso cuadro de situación de la sociedad americana. Ante nuestros ojos se desarrolla la obra audiovisual más desconcertante del año. La exageración cómica es el registro utilizado a la hora de visibilizar los problemas que atraviesa un inadaptado social rumbo a emprender el regreso a casa más siniestro y trastornado que podamos imaginar. Aster no deja detalle librado al azar, cumpliendo con su condición de esteta: la parafernalia visual es potenciada como telón de fondo para exponer la mala salud mental. Su desarrollado gusto artístico integra animación con realidad. Intuitivo, estudia los espacios de modo brillante. Puede que acabe dando una lección de cine y consumando una broma pesada a la vez. Puede que ni uno ni lo otro. El resultado es una pieza de autor autoconsciente de su capricho, y que no porta manual de instrucciones para ser decodificada.
Consagrado como un gran director de terror con solo dos películas en su haber, “Hereditary” (2018) y “Midsommar” (2021), el neoyorkino Ari Aster adquirió estirpe de autor de culto de modo casi inmediato. Consumando el inagotable embrujo sobre sus incondicionales fans, regresa a la gran pantalla con una infernal odisea freudiana extra large. Luego de ver trunco su plan de ser estrenada en el último Festival de Cannes, “Beau Tiene Miedo”, producida por la ascendente A24, arriba a las salas no despojada de cierto escepticismo. El presente es un film concebido para fans acérrimos. Escrita en 2014 (anteriormente titulado “Dissapointment Boulevard”), fue pensada para ser la ópera prima de Aster. Curiosamente, y por los extraños designios de la creación, el producto acaba siendo terminado casi una década después. Inspirado en ciertas atmosferas, ideas y ritmos visuales provenientes del cortometraje de su autoría “Beau” (dado a conocer en 2011 y del cual difiere en absoluto su desenlace), Aster coloca en el centro del desbordante relato a un protagonista que evidencia ansias, temores e inseguridades bien concretas. Cambiando rotundamente de registro respecto a sus anteriores criaturas enmarcadas en el género de su preferencia, se aboca en su tercer opus en explorar el mundo de los sueños, penetrando el inconsciente de su perturbado personaje principal. En pos de desentrañar su conducta y comportamiento, nos adentramos en la cosmovisión de un autor que rebasa todo límite y no teme en rozar el colmo del sinsentido. A primera vista encontramos la indeleble huella de autor presente en el film. El factor maternal ha marcado, de modo innegable, la breve pero contundente obra del cineasta; la presencia femenina se asume como polémica y discordante en el retrato aquí pergeñado. Aster, salvaje por naturaleza y quien acuñara el terror elevado del modo más perturbador, trae consigo un par de marcas de la casa: una puesta en escena elaborada y una simbología sobrecargada son la exacta medida y molde de forma adaptándose a contenido. Un mordaz y desbordante análisis psicológico prima en esta comedia negra sazonada con toques kafkianos. Llamativamente, hacia la segunda mitad del metraje, su forma muta extrañamente en un absurdo felliniano de lo más abstracto y difícil de asimilar. A veinticuatro fotogramas por segundo, Aster lleva a cabo la realización de una gigantesca y desaforada pesadilla, depositando en el talento del enorme y magnético Joaquin Phoenix gran parte de la suerte de un film excesivo por naturaleza. El presente del protagonista del relato es francamente desolador: anulado por la sociedad moderna y por la figura de su castradora madre, se resguarda en la seguridad de su apartamento, mientras afuera, en las calles, el crimen, la gente desquiciada y la violencia reinan a sus anchas. Fuera de su zona de confort, lo aguardan aventuras dispuestas a atormentarlo más pronto que tarde. Frustrado sexualmente, establece una compleja relación con su progenitora. La premisa justa para burlarse de aquel personaje que encasilla: ¿hasta dónde puede llegar el cariño de mamá? ¿sería capaz de quitarle la vida a la mujer que se la otorgó? Menos no es más en manos del ambicioso director; un cúmulo de buenas ideas originales acaban siendo víctimas de la misma pretensión, porque la víctima que siempre es carne de cañón y a su encuentro acude Aster, para despedazarla. Hasta el agotamiento intelectual, disemina miedos extremos y elevados a la enésima potencia. Metáforas de la sobreprotección y la manipulación resultan la preferencia simbolista, a lo largo de tres horas de metraje escurridas entre significantes. Somos testigos del monumental viaje físico y espiritual que realiza el perturbado Beau, camino a enfrentarse con sus peores amenazas. Un cuadro psicológico de dimensiones paroxísticas, se asemeja a una probable cruza entre David Lynch y Darren Aronofsky. De fondo, la pintura deja ver matices del tenebroso cuadro de situación de la sociedad americana. Ante nuestros ojos se desarrolla la obra audiovisual más desconcertante del año. La exageración cómica es el registro utilizado a la hora de visibilizar los problemas que atraviesa un inadaptado social rumbo a emprender el regreso a casa más siniestro y trastornado que podamos imaginar. Aster no deja detalle librado al azar, cumpliendo con su condición de esteta: la parafernalia visual es potenciada como telón de fondo para exponer la mala salud mental. Su desarrollado gusto artístico integra animación con realidad. Intuitivo, estudia los espacios de modo brillante. Puede que acabe dando una lección de cine y consumando una broma pesada a la vez. Puede que ni uno ni lo otro. El resultado es una pieza de autor autoconsciente de su capricho, y que no porta manual de instrucciones para ser decodificada.
Para la nueva versión de “Indiana Jones”, George Lucas y Steven Spielberg se apartan completamente del proyecto, este último resguardando únicamente labores de productor ejecutivo, habiendo dirigido todas las películas anteriores de la saga. El reto principal se instituye en encontrar a un nuevo hombre al comando detrás de cámaras, y, finalmente, el elegido resulta el experimentadísimo James Mangold. Una apuesta a lo seguro, conocido por haber dirigido con buena mano películas como “Logan”, “Le Mans 66” o “En la Cuerda Floja”. Mangold trae consigo una reputación estable y una paciencia moldeada bajo presión. El film terminó de rodarse en febrero de 2022, y de allí en más, la crew se sumió en horas y horas de posproducción. A primera vista, Mangold, un director de estable carrera y fiable rédito en taquilla, parece erigirse como el indicado: un artesano del género, al servicio de los estudios. Poco más podría pedírsele para dotar de encanto a una saga que ha hecho, a lo largo de su historia, un culto a la adoración por un pasado que no necesariamente refleja las mieles en el presente. Durante los años ochenta, y desde entonces a esta parte, “Indiana Jones” colonizó el inconsciente cultural de una generación entera de cinéfilos, a lo largo y anchoe de una saga que se expandió más allá de lo esperado, incluso renovando su interés en 2008, con “Indiana Jones y la Calavera de Cristal”. Transcurrida década y media, la pregunta se tornaba inevitable: ¿cómo se enfrenta a este regreso a las fuente un público joven que se ha criado con films hiperrealistas de superhéroes marca siglo XXI? Apoyándose en una narrativa de corte clásico, un sentido eminentemente retro se amolda al vértigo imperante del presente, dando como resultado «Indiana Jones y la Llamada Final». La mixtura podría no obtener los réditos deseados, a medio paso del fracaso absoluto. Tomando considerables riesgos, la producción se inclina por mantener el sentido de la nostálgica aventura por encima de la desaforada acción. El enésimo guiño lo aporta la sensacional banda sonora que firma el veteranísimo John Williams, quizás su canto de cisne cine cinematográfico. El golpe emocional no se hace esperar desde los primeros instantes del trailer: un joven Indiana Jones nos lleva directo al pasado. La cara de Harrison Ford muta con algo de extrañeza, digitalmente rejuvenecida. El danés Mads Mikkelsen se adivina como un probable antagonista. Con gran despliegue escenográfico, el film nos sorprende por una variedad de localizaciones que aggiorna la propuesta. Efectos analógicos, a lo “The Mandalorian” se diseminan a lo largo de persecuciones por cielo y tierra, y esto es solo el comienzo. Cosechando los réditos de tan ilustre insignia, Indiana Jones fuerza la mirada, apenas un poco más de la cuenta, hacia un pasado vetusto que se niega a morir.
Anunciada hace ya nueve años, la pronunciada dilatación no menguó las expectativas de la platea más fiel. “The Flash” se perfiló como una de las novedades más esperadas de la temporada 2023. Sin embargo, podría decirse que el personaje más rápido del mundo comic llegó con retraso a las salas. El argentino Andy Muschietti dirige una desmesurada adaptación del cómic “The Flashpoint”, llevando a la pantalla grande una película repleta de polémicas, idas y vueltas. Finalmente, la semi historia de origen con acción, humor, aventura y drama familiar cobra heterogénea naturaleza e impostergable realidad. El multiverso DC vuelve a acaparar toda la atención de sus más acérrimos fans. ¿Qué puede sorprendernos de una película de superhéroes? A la velocidad de la luz, entre bucles temporales y necesarias paradojas viaja el despropósito, en el mejor de los sentidos. Un caos absoluto reina en dos horas y media de pura acción. Presto a desandar nuevos caminos fuera del género del terror, Muschetti, de ascendente trayectoria en el cine angloparlante, concibe su pieza cinematográfica más ambiciosa. Un humor rápido e inteligente acompaña la lógica sentada. El director honra la personalidad de los personajes aquí retratados, con guion bajo la responsabilidad de Christina Hodson (reconocida por “Bumblebee”, “Aves de presa” y “Harley Quinn”). La dupla creativa se rodea de un opulento cast: Ezra Miller, Michael Shannon, Ben Affleck y Maribél Verdú son algunos de los muchos rostros conocidos que desfilan delante de la lente. Al corte de cada plano aguardan más cameos, sorpresas y guiños por doquier, porque la nostalgia es un detonante, como parte de una narrativa en donde abundarán referencias a la cultura popular ochentosa. Efectos de CGI reciben de brazos abiertos a un Batman que resurge de las cenizas. La vuelta al pasado no exime el guiño nostálgico de Michael Keaton. Secuencias llevadas al live action sientan la tónica de cómo hoy debe lucir un film de superhéroes. Con gran ojo para crear postales cinematográficas de blockbuster, Muschetti sabe bien dónde conducir sus designios. La manufactura grandilocuente le sienta perfecto. “Flash” es un festín visual para rellenar agujeros: efectos especiales resuelven secuencias cien por ciento digitales. A la parafernalia técnica se acopla, con acierto, la siempre efectiva banda sonora compuesta por el histórico Danny Elfman. Camino a dirigir “The Brave & The Bold”, la nueva película de Batman, el realizador de “It” nos impacta con un suculento crowd pleaser.
Moroco Colman es un cineasta que nunca busca será ser complaciente y elegirá correr riesgos artísticos. Luego del suceso obtenido con un sólido film de denuncia como “La Noche Más Oscura”, regresa a la gran pantalla en compañía de Sofia Castells, productora socia y guionista, pieza clave de un proyecto que busca pronunciarse acerca del maltrato animal. El experimentado realizador utiliza el instrumento audiovisual y potencia al lenguaje como herramienta para abrir un debate al que nos invita a participar, de forma indirecta y en absoluto panfletaria. Con inteligencia, Colman sabe cómo abordar a su audiencia sin predisponer su mensaje ninguna clase de maniqueísmo. Genéricamente, el film protagonizado por Sofía Gala Castiglione se en enmarca en el canon de un thriller nocturno, optando por una narrativa que encuentra en el instinto de supervivencia y en lo marginal de la condición de sus personajes una potencia plástica suficiente. Filmado en Córdoba, durante los últimos tramos de la pandemia, “Reina Animal” fue rodada con protocolo de sustentabilidad, hecho inédito en Argentina y aspecto a destacar, con el fin de concientizar respecto a la creciente contaminación ambiental. Sus locaciones poseen la impronta urbanística particular que brinda la zona del Mercado Norte y su decena de manzanas en derredor. A los fines ficcionales, el barrio se convierte en un submundo solitario, desolado y violento, aislado de toda geografía circundante. Presentada en la última edición de BAFICI y luego estrenada en el cine Lorca, en los espacios Gaumont y en Multiplex, el largometraje se encuentra pronto a comenzar su tránsito en recorrido de festivales internacionales.
Seleccionada por Corea del Sur en su apuesta de competir por la categoría a Mejor Film Internacional, la esperadísima nueva gema del maestro del cine oriental Chan-Wook Park llega finalmente a salas. El director de “Oldboy” (2003), consolidado como uno de los más grandes autores del panorama internacional, aborda en esta ocasión las características principales del cine negro, bajo la investigación de un ‘supuesto suicidio’ que involucra a la mujer del sujeto fallecido. Un detective meticuloso y dedicado indaga en posibles causas de la tragedia ¿Crimen doloso, suicidio o accidente? Desestabilizado emocionalmente, su vínculo sentimental con la principal sospechosa detona la trama en direcciones impensadas. La película desarrolla el mismo arquetipo que hemos visto en un centenar de ocasiones, pero aquí cobrando vida gracias a la mano maestra de quien decide contar una historia con absoluto dominio de su arte. Estrenado en la edición de Cannes 2022, donde el surcoreano recibió el premio a Mejor Director, el film construye su identidad mediante un paradigma de moral ambigua y denominador común de todo policial que se precie de tal. Heredera de cierto estilo hitchcockiano, la sospecha reina por doquier. “La Decision de Partir” se engrandece a cada minuto, en virtud de la prodigiosa lente de un autor capaz de apropiarse de la fórmula genérica del thriller erótico americano de fin de siglo pasado. Virtuoso a la hora de colocar las emociones en escena, el director extrae de sus dos intérpretes principales (Tang Wei, Park Hae-Il) soberbias actuaciones. “La Decisión de Partir” centra su interés en la relación turbulenta que establecen sus dos personajes protagonistas. Las coordenadas elegidas trazan las dimensiones de una agridulce intersección afectiva. ¿Cómo se vive un amor prohibido? ¿Qué se entiende por infidelidad? Chan Wook-Park involucra el punto de vista del espectador y nos sobresatura de información, mientras la película adquiere una estructura grandiosa, fragmentada y enmarañada. El autor nos toma desprevenidos; el desconcierto reina. Ante nuestros ojos se desenvuelve una obra mayúscula y sublime, donde el deseo, el amor y la obsesión se dan cita. El policial muta levemente su naturaleza, para maridarse con un melodrama romántico trenzado con vigor. En cada plano parecen esconderse valiosos detalles. Quien incursara en el drama angloparlante con “Stoker” (2016) es un estilista de la imagen por la vía máxima despliega capacidades visuales subyugantes. Con absoluta autoridad, opera ritmos perfectamente controlados, complementados con las melancólicas notas de su habitual colaborador Jo Yeong-Wook. Exhibiendo dinamismo, su técnica abunda en transiciones cinematográficas e ingeniosos y variados movimientos de cámaras, funcionales a la intención primaria contemplativa. Su depuración visual le permite crear desde el montaje (imprescindible herramienta) auténticas rimas continuas. Experto del encuadre exacto, el refinamiento estético en “La Decisión de Partir” abarca un espectro considerable, desde la persecución con cámara en mano hasta escenas estáticas. Tales son los preceptos que conciben una puesta en escena apabullante y originalísima implementación de los espacios físicos. Diálogos elaborados que reflejan la idiosincrasia, la cadencia poética y la marca cultural de Oriente. Tramo a tramo, a lo largo de casi tres horas de metraje, la tensión psicológica que bordea lo corpóreo, lo erótico y lo sensual reviste el relato de una atmósfera intrigante. Chan Wook-Park se muestra sumamente sólido en su habitual fuerza narrativa como marca de fábrica, imprimiendo giros de guion con gran acierto. Sus thrillers violentísimos (“Simpatía por el Señor Venganza”, 2002 / “Lady Vengeance”, 2005) llevaron su marca de cine de oriente a occidente, pero aquí lo hace a la inversa, apropiándose de un género americano por antonomasia. Tenemos un policial hecho y derecho en donde la forma se amolda al contenido, ofreciéndose como una interesante reflexión sobre el amor, la vida y la muerte.
Luego de dirigir películas como “Un rubio” o “El cazador”, Marco Berger regresa a la gran pantalla con “Los Agitadores” (“Horseplay”, frase en inglés que puede traducirse como ‘pelea amistosa’), film que lo posiciona como el más destacado autor dentro del cine LGTBIQ+, luego de su exitoso paso por certámenes de competencia internacionales. Situada en temporada de verano, la historia nos introduce en el a primera vista relajado clima de una reunión de amigos de clase alta, recluidos en una villa de lujo. Días de fiesta se avecinan, sazonados por euforia y jolgorio en símiles dosis. Juegos sexuales pueden adivinarse como el pasatiempo elegido para disponer el tiempo libre, aunque la mera apariencia camufle comportamientos violentos. La broma en vacaciones se va tornando pesada; lo reprimido y lo prohibido acaba colisionando en un cruce de caminos.. “Los Agitadores” porta en su núcleo un claro mensaje de crítica social. Berger, emblema de la narrativa queer y afín a explorar la representación de fantasías homo eróticas, se decide a desnudar el aspecto tóxico de la condición de género. Tensión y homofobia enrarecen el clima: el plano se puebla de físicos torneados que esconden salvajismo y anacrónica virilidad. La agresión verbal pronuncia epítetos que son degradación y amenaza constante, mientras el autor de “Plan B” (2009) y “Ausente” (2011) ejerce su faceta de nato provocador para llevar su reflexión al nivel social que identifica ciertas prácticas recalcitrantes. Su elenco coral está integrado por Interpretada por los actores Bruno Giganti, Agustín Machta, Franco De la Puente, Iván Masliah, Facundo Mas, Iván Díaz Benítez, Carlos Carneglia, Denis Corat, Jordán Romero, Fernando de Simone, Melissa Falter y Gastón Frías,
Adriana Lestido dirige en “Errante” su primera película. Proveniente del campo de la fotografía, se internó en un itinerante recorrido a lo largo de tierras islandesas y noruegas. Durante un año y medo, bordeando el círculo polar ártico, se adentró en lo desconocido y lo inhóspito, con apenas tres elementos en su poder: cámara, micrófono y trípode. La soledad de la realizadora enfrenta la inmensidad del lugar, entregándose a la transformación de la naturaleza. El imán de la Tierra sobre el que trabaja la permanencia y la transitoriedad renueva ciclos. Existen estados anímicos que espejan el comportamiento de cada una de las cuatro estaciones. Con gran belleza estética, Lestido captura sobrecogedoras imágenes del entorno. Como resultado, desfilan ante nuestra mirada auténticas meditaciones visuales. Filmada en tiempos de pandemia (y sujeta a los tiempos de rodaje por tal condición), “Errante” fue estrenada el pasado 2 de junio en el espacio del Malba. Vertebrada por poderosas secuencias, los paisajes no intervenidos por la mano del hombre son captados por Lestido con una precisión y una capacidad de observación notable. Su virtud para transmitir inmediatas sensaciones a través de imágenes traslada al lenguaje cinematográfico la adquirida experiencia en el campo de la fotografía. La autora registra instantáneas por mera necesidad de comunicar aquello a lo que su vocación se entrega. influenciada por cineastas como Andrei Tarkovski, el suyo es un viaje en soledad, un traslado físico, emocional y existencial, concebido bajo la forma artística de un imprescindible documental.
En coproducción con Amazon Studios, llega a nuestras salas locales el debut como realizadora de la actriz Dolores Fonzi. Una novela inspira la imagen de una madre y un hijo solos, dos pares imperfectos en medio de la caótica rutina de los días. Compartiendo labores de guion junto a Laura Paredes (actriz de “Trenque Lauquen”), Fonzi concreta, finalmente, un proyecto que data desde 2017. Una mujer inmadura y fuera del sistema cría a su hijo adolescente, interpretado por el sorprendente Toto Rovito. En apariencia, parecen más dos room-mates que madre e hijo. Ella tiene 35, él 19. Podrían ser dos compinches y compañeros ideales de aventuras, acepción que no va en desmedro de los títulos de hijo y madre. No es intención del film subestimarlos. En la casa reina el desorden y la adultez brilla por su ausencia, porque los roles se construyen más allá de las etiquetas en esta disruptiva concepción de la convivencia. El registro de comedia funciona perfecto para describir a una peculiar y alocada tribu familiar a quienes se suma la deliciosa matriarca compuesta por Rita Cortese. Sin temor a remover la resaca de las estructuras que pesan sobre la familia como institución, la intérprete, y ahora también directora, prefiere indagar en la posibilidad de roles horizontales. El tradicionalismo invertido expone problemas del hoy con los que podemos identificarnos. ¿Cómo el amor de madre no existe ningún otro? ¿Madre hay una sola? Mirko no llamá a su madre como cualquier hijo. No le dice ‘mamá’ ni delante de sus amigos, sino el apodo por el cual se la conoce. Y Blondi hace lo propio con Pepa, su progenitora. Y eso no las hace menos madres, ni menos hijos/hijas. En “Blondi” se cuestiona la maternidad a flor de piel, porque más allá del lazo de sangre no hay nada incuestionable per sé. Llegado el caso en que no se extrañe a los hijos, incluso a kilómetros de casa, puede que quizás no haya pasado suficiente tiempo. Y no hay un juicio de valor al respecto. Si hasta mamá gato podría abandonar a sus crías y dejarlas hambrientas. ¿Naturaleza? ¿Sabiduría? Cansada de escuchar los mismos argumentos, sea oído mecánico o emotivo, la madre quinceañera prefiere encender otro porro y dar una profunda pitada. Viaja lejos y con auriculares. Se la pasa fumando durante toda la película, y algo de esa bocanada de aire fresco que se nos pega en la piel. Porque “Blondie” contagia y descontracturada; es una experiencia salvaje que respira libertad. Sin prejuicio alguno a la hora de visibilizar las dinámicas de las relaciones modernas ni golpes bajos al momento de la resolución de las mismas, el film presentado en el último Festival Bafici bordea la imperfección de las relaciones humanas. Un nuevo concepto de familia no teme hacerse preguntas incómodas. ¿Para qué cosa importante se necesita un padre? No se precisa respuesta, la pregunta es retórica. Desconocemos si alguna vez estuvo presente. Con toques de road movie al comando de un viejo Renault 18, la propuesta adquiere mayor solidez al posicionarse como una íntima mirada hacia la soledad, la auto realización, los miedos, las inseguridades y la auténtica capacidad de dar y recibir amor, confianza y protección. Inteligentemente, la película sintoniza con el conflicto que plantea y con los cambios sociales de nuestro tiempo. El vaivén emocional se deposita en el centro del extraño corazón de una madre tan singular como todas las demás. Falible y vulnerable; zarpada y sin filtros. Una mujer que no está para dar el ejemplo ni lecciones moralizantes. Todo lo contrario, bajo las luces de la pista de baile aguarda el instante repentino para acometer la próxima de sus travesuras. ¿Cuál es el juicio externo que el espectador construye respecto a la protagonista? Es casi imposible no empatizar con ella… Fonzi, como gran actriz, sabe extraer de sus pares grandes actuaciones. A los citados Rovito y Cortese se suman Carla Peterson y Leonardo Sbaraglia, en sendas encantadoras composiciones. El debut detrás de cámaras de la protagonista de los films “La Patota” (2015) y “Las Fiestas” (2023) le augura un promisorio futuro en dicha labor. La indiscutible sensibilidad y calidad en su mirada autoral reside, en parte, en la inventiva exhibida en el uso del lenguaje cinematográfico: hay una notable capacidad de observación y detalle en cada plano. “Blondi” destila una poesía que emana del ritmo de los mismos y del movimiento de la lente, como clara declaración estética. A lo largo de todo el metraje, nos cautiva el acompañamiento permanente de la música (suenan “Maria”, de Blondie y “Sunday Morning” y “All Tomorrow’s Parties”, de The Velvet Underground), en grato guiño de nostalgia hacia años pasados.
Los aficionados a la música pop de los años ‘70 recordarán con nostalgia a Casablanca Records como el hogar de artistas de la talla de KISS, Donna Summer y Parliament. “Spinning Gold” (“Disco de Oro”) sigue la historia del soñador y apostador del rubro discográfico Neil Bogart (interpretado por Jeremy Jordan), un cantante convertido en ejecutivo musical que en audaz apuesta lanzara el sello independiente con base angelina por el cual se lo conociera de allí en más. En las oficinas del reducto discográfico se firman lucrativos contratos y en sus pasillos se fuma a rabiar. El próximo gran éxito rumbo al primer escalafón del chart puede que ya haya sido escrito. Y rumbo a su descubrimiento marcha Bogart, sabiendo que en la industria norteamericana el ‘time is money’ se asume implacable. Mixturando realidad y fantasía, y echando mano a una mirada ciertamente devocional, esta pasteurizada biopic musical intenta conmover mediante la más previsible de las fórmulas. Dirigida por Timothy Scott Bogart (hijo de Neil, fallecido en 1982), el cariño filial profundiza en los motivos que impulsaron el artista y magnate de la industria, entrelazando su periplo musical con su agitada vida privada, producto de sus numerosas aventuras amorosas. Ambientada en los años ’70, su porción cronológica enmarca el breve pero resonante tramo exitoso del prematuramente fallecido Bogart, no obstante prima un gusto a insuficiencia, entre acordes precariamente ejecutados y un ritmo adulador que supera las dos horas de duración.