Los hombres rudos y barbudos del Tío Sam.
La gesta heroica que surge ante la más profunda adversidad es uno de los temas más transitados por el cine bélico norteamericano, ese capaz de narrar las proezas de la Segunda Guerra Mundial al mismo tiempo que nos ubica en primera fila para experimentar las desventuras de centenares de tropas en arenas más modernas y complejas, como lo fueron Irak y Afganistán. Pocos directores tienen un sentido más patrióticamente “cambalachesco” al momento de abordar este tipo de temáticas que el señor Michael Bay, y precisamente en 13 Horas (13 Hours, 2016) se aprecian sus esfuerzos por contener toda esa impronta -en clave “barras y estrellas”- que fluye por sus venas.
En resumidas cuentas, el film cuenta la historia verídica de seis soldados de las fuerzas especiales que deben proteger un complejo confidencial de los Estados Unidos en territorio libio, el cual se vuelve blanco de un ejército paramilitar durante el amanecer del onceavo aniversario del atentado a las Torres Gemelas. Ante el asesinato del embajador norteamericano, no les queda más alternativa que resistir los embates del enemigo y proteger a los empleados del gobierno que trabajan en el complejo, hasta recibir la burocrática ayuda de los aliados y de su propio gobierno.
Los seis superhombres que cargan armas, músculos y barbas tupidas representan el epítome del soldado idílico norteamericano, ese que para cada situación de tensión tiene un chiste ocurrente bajo la manga o que recurre a fotos de su esposa e hijos para demostrar su costado más humano. Durante las dos terceras partes del film vemos ese lado de los personajes, quienes sólo dejan ver un perfil más blando hacia el final de la contienda, una vez que terminan su misión o exhalan su último aliento de vida.
Los 144 minutos de la cinta se vuelven por demás llevaderos, gracias a una interesante alternancia entre secuencias de combate y escenas con cierta dosis de drama humano, las cuales se disponen a retratar desde una perspectiva muy particular el caos que significa un conflicto bélico en una tierra con valores diametralmente opuestos a aquellos adosados por default a los protagonistas.
Sorprende el bajo nivel de “espectacularidad” del producto en general, en especial pensándolo como un film perteneciente a un hombre conocido por hacer estallar las cosas más alto que nadie y con toda la parafernalia a su disposición. Ya sea por una elección estética que proporciona realismo al relato o por una cuestión estrictamente presupuestaria, termina funcionando correctamente a favor del film.
Con personajes que carecen de la profundidad necesaria para interpelar al espectador -excepto el interpretado por John Krasinski- que se perciben como intercambiables entre sí, los puntos más fuertes de la película residen en estar “basada en hechos reales” y en su representación realista del conflicto, sin ese edulcorante peyorativo, patriótico y heroico que uno esperaría de una obra con el sello de Michael Bay.