Tensiones en el cine de Michael Bay
Ultimamente, no sé si tomarme muy en serio a Michael Bay, un realizador que se mostraba tan torpe y obsceno en sus posicionamientos políticos, tan innecesariamente gigantesco y megalómano en sus formas y narraciones, que paradójicamente terminaba siendo inofensivo y hasta irrelevante, a partir del agotamiento que evidenciaban -y generaban- sus propuestas. Aunque claro, será muy vacuo, pero también exitoso -ya tiene una larga lista de éxitos, entre los que se cuentan la saga de Transformers, Pearl Harbor y Armaggedon, entre otras-, y ya tenemos varias lecciones en la historia de subestimación que después se transforma en un boomerang para quien la ejerce: ahí tenemos el caso de los pobres kirchneristas, que durante década y pico subestimaron y despreciaron a Mauricio Macri -y a los macristas-, y ahora están donde están, pobre gente.
El caso es que la premisa de 13 horas: los soldados secretos de Bengasi tenía todos los números para ser un bodrio absoluto: a saber, esa impunidad que muchas veces otorga el estar basada -aunque sea parcialmente- en un hecho real (el ataque al cuerpo diplomático y a una instalación de la CIA en Bengasi en el 2012); la visión de los acontecimientos siempre sostenida desde el punto de vista de los militares; la aparición de fuerzas terroristas con casi nula identidad; los personajes que casi nunca se cuestionan lo que están haciendo; y hasta esa incómoda reivindicación de los militares contratados por el gobierno estadounidense a través del sector privado -quienes han sabido protagonizar unos cuantos actos entre vergonzosos y horrorosos en la guerra contra el terrorismo-.
Y hay algo de eso, incluso bastante en el film, lo cual termina inevitablemente limitando sus posibilidades de tornarse en un relato más complejo. Pero también es cierto que estamos probablemente ante el film donde Bay menos muestra su personalidad, justo en una premisa que estaba servida para que aparecieran todos sus vicios. Especialmente en la primera hora, el realizador se corre a un costado y busca retratar la situación de inestabilidad permanente en Libia luego de la guerra civil que terminó con la destitución de Muammar Gaddafi, la rutina de esos soldados por contrato en un contexto de permanente tensión y las diferencias de criterios con la CIA. Y aún en la segunda mitad, cuando se desata el infierno en la Embajada y después el asedio en el búnker de la agencia de inteligencia, lo que termina prevaleciendo es esa historia básica, elemental y hasta contada de forma un poco obtusa pero sin demasiadas grandilocuencias, sobre un grupo de hombres que se expresan esencialmente a través de la acción y de gestos de compañerismo.
Claro que Bay no puede con su genio y quiere darle a 13 horas: los soldados secretos de Bengasi un “contenido humano”, para que el film sea algo más que “una de tiros”, y ahí tenemos los diálogos demasiados esquemáticos sobre cuánto extrañan los soldados a sus familias (o cómo les cuesta abandonar el frente de batalla para quedarse con sus seres queridos), cómo son dejados en banda por las autoridades gubernamentales cuando el enemigo los sobrepasa en fuerzas y lo que significa el perder a un compañero de armas. Ahí es cuando resurge el Bay militarista, intervencionista, un poco patotero en su patriotismo y que piensa que esos lejanos lugares del Medio Oriente son un asco -y más si se los compara con la bella América-, y que encima resuelve todo de manera abrupta y pareciera no tener idea de cómo darle verdadera profundidad y entidad a los conflictos de sus personajes, a pesar de contar con más de 140 minutos para hacerlo.
Sin embargo, con todas sus fallas, que le terminan impidiendo llegar a un aprobado, 13 horas: los soldados secretos de Bengasi es un film raro, con un patriotismo contenido, donde lo que más importa es explicitar las pérdidas y las heridas que los protagonistas cargan para siempre. Lejos de la euforia y el autofestejo desmedido del resto de su filmografía, Bay entrega su película más melancólica y pensante. Es cierto, la reflexividad que propone el realizador sigue siendo superficial, pero no deja de ser un paso adelante.