El espectáculo de la transformación.
De manera casi imperceptible Hollywood ha ido torciendo una dinámica que caracterizó al terror durante la década pasada para volcarla hacia un modelo de rentabilidad más acorde con su historial, en clara interrelación con un ayer que no se limita a determinado género sino que abarca a la industria cinematográfica en su conjunto. Aún antes del milenio, las principales propuestas que surgían del gigante norteamericano eran remakes de obras de geografías diversas, lo que se leyó en innumerables coyunturas como una señal de la carencia de ideas de nuestros días. Paulatinamente dicha lógica fue sustituida por la de los “productos en serie”, basada en el mimetismo para con el éxito de taquilla del momento.
Como las excepciones esporádicas siempre dicen presente y suelen arribar bajo la máscara de una suerte de regreso al esquema inmediatamente anterior, en esta ocasión tenemos un film que escapa a la duplicación contemporánea de los engranajes del mockumentary con vistas a reformular 13 Game Sayawng (2006), una realización tailandesa que combinaba el derrotero de Fausto, escenas muy sádicas a la El Juego del Miedo (Saw, 2004) y planteos morales en sintonía con La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone). Sin llegar a ser una maravilla, aquel opus por lo menos obviaba el leitmotiv de moda del período en Asia, vinculado a fantasmas vengativos destinados a la exportación, jugándose por el sarcasmo.
Hoy es Daniel Stamm el encargado de la versión estadounidense y contra todo pronóstico construye una película sumamente digna que hasta corrige los baches narrativos de la original, manteniendo tanto su premisa central como su estructura: en esta oportunidad el protagonista es Elliot Brindle (Mark Webber), un pobre diablo con muchas deudas, al que acaban de echar de su trabajo y que debe sobrellevar una carga familiar bastante pesada, la cual incluye una novia embarazada, un padre enfermo y un hermano con problemas mentales. Una llamada telefónica le informa que ha sido seleccionado para competir por una enorme suma monetaria, a cambio de que complete trece desafíos por demás morbosos.
El director de la mediocre El Último Exorcismo (The Last Exorcism, 2010) no sólo levanta la puntería sino que también se las arregla para aggiornar el convite en algunos apartados específicos, vía un guión firmado por David Birke y él mismo: aquí suaviza el humor negro de antaño, deja de lado los detalles escatológicos, amplifica en buena medida el gore e incorpora personajes laterales como el Detective Chilcoat, interpretado por el inefable Ron Perlman. Entre mucha mordacidad para con la avaricia, un giro hacia la masonería y ciertas referencias a la drogodependencia, 13 Pecados (13 Sins, 2014) constituye una experiencia gratificante que concentra su accionar sobre el espectáculo de la transformación individual y pública…