Clint Eastwood vuelve a refundar el cine
El escritor -y crítico de cine- Horacio Quiroga decía, a principios del siglo XX, que los asuntos que trataba el cinematógrafo estaban agotados, que el nuevo arte sentía hambre de dignidad. El agotamiento, el fin del cine como temática constante han sido letanías habituales en la historia de este arte que, sin embargo, en manos de verdaderos artistas nos hace llegar, aún hoy, a estremecimientos de forma más veloz que cualquier otro. Clint Eastwood, en su nueva película, la que estrena con 87 años, nos ilustra sobre el agotamiento -siempre falso- y sobre el estremecimiento.
El cine no podrá agotarse jamás porque las historias listas para ser relatos siguen ahí. Más aún, Eastwood y otros imprescindibles demuestran que las bases y los mitos productivos de este arte siguen teniendo un valor inconmensurable: ¿qué otra cosa es 15:17 Tren a París que un relato que parte de la base usada decenas de miles de veces del "hombre común puesto en circunstancias extraordinarias"? Además, es la quinta película consecutiva del gran maestro basada en hechos reales, y también la quinta en la que la acción se va acercando paulatinamente al presente ( J. Edgar, Jersey Boys, Francotirador, Sully...). Eastwood, el mayor clásico contemporáneo, se dirige al presente, para casi llegar a trabajar con el material de las noticias -uno de los más temibles y mayores desafíos para un film- y mira hacia el futuro.
Eastwood refunda, una vez más, el cine: hace una película sobre héroes de estos días -americanos que impiden un atentado en un tren en Europa- y los hace interpretarse a sí mismos, en un acto de una osadía descomunal en medio de la industria; hace una película corta (94 minutos) como si le respondiera -en ese detalle- a la fatua Dunkerque de Christopher Nolan; hace una película que evidencia y a la vez oculta sus mecanismos: clásica, moderna, contemporánea, con un ojo en el porvenir. Eastwood cuenta la historia de los héroes del tren de 2015 y en ella se centra, y entiende que para llegar a esos pocos minutos de heroísmo necesitamos conocer las vidas de Spencer, Alek y Anthony, sus derroteros nada especiales, nada sobresalientes. Y ahí, cuando uno cree que Eastwood se ha entregado a algo así como a una meseta narrativa, que ha hecho una película pequeña, llegamos al momento que fue el origen del relato y del heroísmo. Y ahí, en el tren, no es la espectacularidad lo que importa, en absoluto. Lo que importa es entender, con emoción y temblor, que desde los inciertos caminos vitales de diferentes personas a veces se llega a ese instante, a ese cruce, en el que todo tiene sentido. Que el cine, una vez más, tiene sentido: porque puede contarlo todo, en especial aquello aparentemente ordinario, aquello que se resignifica por completo cuando tomamos las decisiones que nos marcarán para siempre