El turismo no es para los héroes
Basada en un hecho real e interpretada por quienes lo protagonizaron, la nueva película del director de Sully es un tour por Europa que termina a las piñas y los tiros.
El 21 de agosto de 2015, tres amigos estadounidenses que viajaban por Europa (dos de ellos enlistados en las Fuerzas Armadas, el tercero un civil) se enfrentaron a un terrorista islámico en un tren con destino a París y, junto con otros pasajeros, lo dominaron y lograron evitar una masacre. Como en sus dos films inmediatamente anteriores, Francotirador (2014) y Sully (2016), el director Clint Eastwood vuelve a basarse en hechos y personajes reales, muy reconocibles por el espectador medio estadounidense, con la salvedad de que aquí se animó a ir más lejos y confió sus protagonistas a aquellos que lo fueron en el episodio real: Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, condecorados con la Legión de Honor por el presidente francés François Hollande y recibidos como héroes al regreso a su país. Prudentemente, la Academia de Hollywood no se sintió en la necesidad de incluir a ninguno de ellos en las candidaturas al mejor actor.
Como en esos dos films previos, Eastwood vuelve aquí a preguntarse por la naturaleza del héroe, un tema que lo ha obsesionado durante casi toda su obra como actor y director. La diferencia con Sully e incluso con La conquista del honor (2006), sobre los “héroes accidentales” de Iwo Jima, celebrados por haber sido protagonistas de una célebre foto que luego se reveló trucada, es que en 15:17 Tren a París no hay matices, dudas, claroscuros ni sutilezas de ningún tipo: se diría que esos tres amigos son héroes por el sólo hecho de haber nacido en “la tierra de los libres y el hogar de los bravos”, como se canta en el himno estadounidense.
En la que sin duda es su peor película en años (Francotirador era muy cuestionable desde lo ideológico pero no tanto desde lo cinematográfico), Eastwood hace de la biografía de esos tres muchachos una suerte de experimento fallido en psicología conductista. En su infancia –informa la película, a la manera de un telefilm de los ‘80– los tres eran rebeldes y valientes en el colegio y ya les justaba jugar con réplicas de fusiles M16 y AK47. “La guerra tiene algo especial: la solidaridad, la hermandad”, pronuncia orgulloso uno de esos niños, que luego siente que está “llamado a un fin mayor”, una de las frases del guion que inexorablemente conducirá al enfrentamiento triunfal con el terrorista, quien por el contrario no parece tener historia ni biografía alguna: es apenas una figura barbuda y rabiosa con estereotipada cara de villano.
Entre sus años de crecimiento, rodeados de barras y estrellas (nunca se deben haber visto más banderas estadounidenses en pantalla), y la fugaz lucha que sirve como clímax narrativo, la película se distrae largamente con los paseos de los amigos por Roma, Venecia y Ámsterdam, todo filmado con tanto desgano y torpeza que el espectador es capaz de pedir a gritos volver a ver alguno de los films turísticos más banales de Woody Allen antes que seguir las peripecias de esos young americans arrojando monedas a la Fontana di Trevi o comiendo pizza frente al Gran Canal.