LA AUSENCIA DE DUDA Y AMBIGÜEDAD
Convengamos que si 15:17 Tren a París no llevara la firma de Clint Eastwood, la estaríamos descartando con rapidez. Pero es de Eastwood, con todo lo que eso implica -estamos hablando de uno de los mejores cineastas de los últimos cincuenta años-, con lo que surge la mínima obligación de preguntarse cuáles eran las intenciones iniciales del proyecto y qué fue fallando a lo largo del proceso. Porque el resultado final es innegablemente bastante pobre.
El film parte del hecho real en el cual tres amigos estadounidenses -Anthony Sadler, Alek Skarlatos (miembro de la Guardia Nacional de Oregón) y Spencer Stone (piloto en la Fuerza Aérea)- que estaban en pleno viaje turístico detuvieron milagrosamente a un terrorista que traía una ametralladora con la que se disponía a tirotear a los pasajeros de un tren que iba de Thalys a París. A partir de ese evento, el relato sigue la vida de los protagonistas, abarcando sus respectivas infancias, explorando el vínculo amistoso que tenían y la serie de sucesos bastante casuales que los llevaron a ese tren en particular. Pero además, Eastwood, posiblemente fascinado con el heroísmo sin dobleces, sin vueltas, casi inconsciente de Sadler, Skarlatos y Stone, toma una decisión radical: los pone a actuar de sí mismos, reproduciendo sus acciones desde el terreno ficcional, en un coqueteo arriesgado con la realidad tangible.
El problema de 15:17 Tren a París no pasa tanto por el hecho de que haga hincapié en una discursividad ostensiblemente militarista y cristina. Al fin y al cabo, esos lenguajes -por más que no se los comparta- son tan válidos como cualquier otro, y han estado presentes de distintas formas en la filmografía de Eastwood. Menos aún por la remarcación del profesionalismo y el heroísmo, factores de enorme importancia en películas recientes del realizador, como Francotirador y Sully: hazaña en el Hudson. Pero si en esos films siempre había duda y ambigüedad, personajes preguntándose por las razones y consecuencias de lo que hicieron y hacen, aquí todo eso se disuelve y hasta anula rápidamente: los personajes son tan planos en sus miradas sobre el mundo, tan esquemáticos en sus acciones, tan convencidos de lo que hacen, que sus conflictos quedan reducidos a la mínima expresión. Eastwood pierde aquí toda la complejidad habitual de su cine, cayendo en una linealidad absoluta.
Esta superficialidad en la que incurre narrativamente se termina trasladando a prácticamente todos los aspectos. Por eso 15:17 Tren a París queda empantanado no sólo en el panfleto militarista y el sermón cristiano, sino también en la mera sucesión de postales turísticas mientras sigue a sus héroes en su recorrido por Europa. Y eso se potencia por la presencia de los individuos reales, que resaltan aún más en su esquematismo. Quizás esto también se deba a lo poco que tiene Eastwood para contar: lo único realmente interesante es ese atentado infructuoso, no sólo por la violencia desplegada (que deja en claro que los protagonistas sobrevivieron a su acto heroico prácticamente de casualidad), sino también porque evidencia (de manera un tanto involuntaria) que Sadler, Skarlatos y Stone se parecían bastante a ese terrorista al cual se enfrentaron. Al igual que ellos, ese sujeto tampoco dudaba y estaba convencido de lo que se disponía a hacer. Sin proponérselo, el film nos dice que esos antagonistas encuentran factores que los emparentan.
Durante el resto del metraje, poco hay para rescatar, excepto algunas pinceladas de humor -especialmente durante una escena en la que se visita el lugar donde murió Hitler y se cuestiona el imaginario histórico estadounidense-, que es el elemento que le permite a Eastwood tomar aunque sea una pequeña distancia de lo que observa y narra. El resto es puro esquematismo y se nota mucho que al cineasta lo perdió el embelesamiento por ese trío de muchachos puros e inobjetables. En los últimos años, Eastwood nos entregó maravillas como Gran Torino, Jersey Boys y Sully, pero eso no quita que 15:17 Tren a París sea muy fallida y posiblemente su peor película.