1917 (2019) es una proeza técnica y un testamento a la inventiva cinematográfica. Se presenta como una única secuencia continua, siguiendo paso a paso y en tiempo real a dos soldados británicos encomendados con una urgente misión durante un momento crucial de la Gran Guerra. Mucho más que un simple ardid efectista, la técnica sirve a la forma de manera indivisible y eleva el material a una de las mejores películas del año.
El plano secuencia en sí ha sido falseado y está compuesto por varias tomas, fusionadas convincentemente en una sola gracias a la magia de la cámara de Roger Deakins y la edición de Lee Smith. La tecnología ha penetrado el reino de la ciencia ficción desde La soga (Rope, 1948) de Alfred Hitchcock pero la técnica para disfrazar los cortes sigue siendo más o menos la misma: como cualquier truco de magia, la clave está en la distracción.
Esto no quiere decir que 1917 sea un mero truco. Al anclar la cámara en la perspectiva de dos soldados rasos abriéndose paso a través de la infame Tierra de Nadie su misión parece tanto más imposible, sin el beneficio de vistazos periféricos o distensiones temporales. El único tiempo es el presente y la única información es la que hay a plena vista. La tensión es palpable. El enemigo podría aparecer en cualquier parte. El firme anclaje de la cámara prepara un fuera de campo formidable y deja las escenas vulnerables a todo tipo de sorpresas.
Igual de impresionantes son los sets construidos para evocar la Gran Guerra. En una época en la que tamaño proyecto sería filmado a puertas cerradas frente a una pantalla de meteorólogo, la película hace uso de de sets reales, como varios kilómetros de trincheras o una iglesia en llamas. Recorriendo un paisaje plagado de alambre y cadáveres en disantos grados de descomposición, la película plasma el horror dantesco de la guerra sin explotar la violencia implícita de la situación.
Dirige Sam Mendes, co-guionista junto a Krysty Wilson-Cairns. Mendes ya había incursionado en el cine bélico con Soldado anónimo (Jarhead, 2005), acerca de la degradación psicológica en soldados preparados para una guerra que nunca llega. 1917 en cambio se presenta de manera mucho más tradicional, tanto al otorgar a sus protagonistas un objetivo claro como al presentar un enemigo uniformemente artero e irredimible. Este tipo de absolutismos suele decorar los relatos de la Segunda Guerra Mundial pero no de la Primera, que la historia recuerda como un jaque confuso y sangriento sin héroes ni villanos.
1917 hereda mucho de clásicos como Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, 1930) y La patrulla infernal (Paths of Glory, 1957), y si bien la película no alcanza el mismo cénit emocional sus jóvenes protagónicos - Dean-Charles Chapman y George MacKay - imbuyen una historia taciturna con visceralidad y humanidad. Sus actuaciones son más discretas que la tecnología utilizada en la creación de la película pero no por ello menos impresionantes. Si la técnica eleva una historia sencilla a un intenso e inmersivo tour de force, los actores la elevan en espíritu y dignidad.