Con diez nominaciones a los premios Oscar, con acumulación de premios anteriores sorpresivos por fin llega la película de Sam Mendes que nos transporta gracias a su prodigio técnico a las terribles trincheras de la primera guerra mundial. Lo que más impresiona, lo que se impone a su contenido o las actuaciones, es que esa pericia que simula un largo plano secuencia, en realidad como explico el director, tomas de nueve minutos encadenadas por las maravillas de un montaje impresionante, que nos hacen seguir la misión de dos soldados a través de líneas amigas, bunkers alemanes, tierra de nadie y por fin otra vez fuerzas propias, para avisar de una trampa mortal que puede significar la muerte de miles de hombres, como si fuera en tiempo real. Todo lo que tiene de reconstrucción y suspenso, y con una vuelta de tuerca hasta de terror, de inmersión en una pesadilla, es lo que deja boquiabiertos a los espectadores y a los votantes de premios. Un entretenimiento que une espectacularidad, recreación histórica perfecta, emoción, con un mensaje antibélico, un homenaje a los caídos, al propio abuelo del director, al temor de la falta de memoria de un enfrentamiento tan cruel. Pero por momentos la tensión del suspenso y la calidad de la factura técnica no disimulan una superficialidad, un tratamiento de personajes a vuelo ligero en pos de lo visual. Los dos soldados encarnados por Dean-Charles Chapman y George MacKay con un elenco donde tienen pequeñas apariciones de Daniel Mays, Colin Firth y Benedict Cumberbatch, cumplen muy bien su labor. El libro de Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns se pone al servicio de esta filmación nacida para asombrar.