El cine bélico de las últimas décadas se ha caracterizado por cuestionar los ideales de la nación, el sacrificio y los modelos prefabricados de héroes y enemigos que construyó aquel lejano Hollywood de la edad de oro. El género que supo popularizar Estados Unidos con mero objetivo propagandístico durante la Segunda Guerra Mundial, desde hace ya bastante tiempo ha apartado de su camino el nacionalismo ciego para profundizar en el sufrimiento, la camaradería y la humanidad de los soldados. Películas como Cartas desde Iwo Jima (2006) de Clint Eastwood o The Hurt Locker (2008) de Kathryn Bigelow, con la que por primera vez una directora mujer fue galardonada por la Academia, dan cuenta de ello. Con estos antecedentes, no es casual que uno de los filmes que más ha asombrado a la crítica norteamericana en 2019 y que se muestra como una de las firmes candidatas al premio mayor en la próxima edición de los Oscars, sea una historia de guerra en donde el patriotismo y el desarrollo histórico del conflicto armado es dejado a un costado. Hablamos de la tan comentada 1917 del inglés Sam Mendes (Belleza Americana; 007: Operación Skyfall), que ha estado en boca de todos gracias a un impecable apartado técnico que incluye, por supuesto, la proeza de haber sido filmada en su totalidad como un largo falso plano secuencia. Basada en las anécdotas que el abuelo de Mendes le contó a su nieto sobre sus días como cabo del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial, 1917 narra la travesía de dos soldados ingleses, Tom Blake y Will Schofield (Dean-Charles Chapman y George Mackay), quienes son encomendados a una misión de alto riesgo en territorio enemigo alemán. Ambos deben atravesar toda una ciudad con el fin de impedir un nuevo ataque por parte de uno de sus pelotones, ya que se trata de una emboscada que podría cobrarse la vida de nada menos que 1600 hombres, entre ellos la
del hermano mayor de Blake.
Mendes vuelve a zambullirse en el cine bélico luego de Jarhead (2005), pero esta vez mediante una historia mínima ambientada en un enorme y trágico contexto como fue la llamada Gran Guerra. Con una estética narrativa similar a la de los videojuegos de acción, la cámara sigue permanentemente a estos dos cabos que deben ir del punto A al B sorteando una serie de obstáculos peligrosos en una carrera a contrarreloj. Despojados de todo tipo de heroísmo y honor, la razón que mueve a estos jóvenes a embarcarse en esta misión suicida no es la posible derrota de su país ante las tropas alemanas, sino la de rescatar al hermano de Tom y evitar una masacre. Los diálogos triviales que mantienen ambos soldados, donde entre otras cosas uno de ellos cuenta que canjeó su medalla del ejército por una bebida, dejan en claro que lo importante aquí radica en el compañerismo y el apoyo mutuo más que en la idea de morir por el bien de una nación, algo muy común en el cine de guerra actual y sobre todo en el inglés.
Al igual que lo hiciera en 1948 su compatriota Alfred Hitchcock con La Soga, este director inglés también americanizado decide demostrar su excelencia como realizador a partir de un destacado plano secuencia continuo y prolijamente editado que amplifica la sensación de suspenso y claustrofobia, logrando mantener al espectador en vilo durante toda la trama. Una técnica que por momentos puede tornarse un arma de doble filo, puesto que el público podría estar más atento a ella y a hallar los notorios cortes que a lo que está sucediendo dentro de la historia. Sin embargo, la atmósfera envolvente junto con los momentos de extrema tensión, como así también los más calmos (uno de los pasajes en un bosque detenta un aire de ensueño que parece sacado de un filme de Tarkovski), consiguen su cometido y el filme encandila como pocas veces sucede con este género. Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin la belleza poética de la fotografía de Roger Deakins (Blade Runner 2049), quien ya había trabajado con Mendes en Skyfall, y la música épica a cargo de Tomas Newman (American Beauty).
Los dos protagonistas, hasta ahora bastante desconocidos por el común de la gente, generan emoción a través de pequeños gestos, miradas, y una inocencia que incluso podría prescindir de todo diálogo. El reparto se completa con las breves pero acertadas apariciones de reconocidos actores ingleses como Richard Madden, Benedict Cumberbatch y Colin Firth.
Sin lugar a duda, 1917 es un filme que sobresale tanto por su forma como por su contenido. Uno que vuelve a colocar a Sam Mendes en el centro de atención de la crítica, como ocurrió con su opera prima en 1999, y cuya realización seguramente se convierta en futuro material de estudio de las escuelas de cine de todo el mundo.