Hasta hace no mucho tiempo, hablar de cine épico de acción protagonizado por mujeres en Hollywood era casi un planteo surrealista. Si bien, personajes como la princesa Leía Organa o Mulán habían marcado precedente en el siglo pasado, la reticencia de la industria por otorgarle la narrativa heroica a mujeres -dentro y fuera de cámara- era innegable. Producto del cambio de paradigma y la imperiosa necesidad del sistema por ocultar sus desigualdades de género, mientras suma audiencias jóvenes mediante efectistas discursos “girl power“, la representación del héroe mesiánico en la gran pantalla está evolucionado. Así lo demuestra, por lo menos, la fantasía épica de la escena mainstream con películas como Valiente (2012) Mujer Maravilla (2017) o la última trilogía de Star Wars. Resultado de esta agenda es también el estreno de La Mujer Rey (The Woman King; 2022), la epopeya de megapresupuesto dirigida por Gina Prince-Bythewood (La Vieja Guardia; 2020). Una declaración apasionadamente feminista que -a nivel ejecución, visual y, sobre todo, actoral- poco tiene que envidiarle a las piezas clásicas de acción históricas rebosantes de testosterona. Presente en la última edición del Festival de Cine de Toronto, el film con Viola Davis a la cabeza hace foco en la historia de las Agojie, una unidad de élite integrada exclusivamente por mujeres guerreras que defendieron con uñas y dientes el reino de Dahomey, en África Occidental, durante siglos. Amazonas al poder La acción transcurre en el año 1823 en Dahomey, uno de los reinos más fructíferos de África que, gracias a su ubicación cercana al puerto de Whidah, dominaba el negocio de tráfico de esclavos a Europa. Liderados por el Rey Ghezo (John Boyega de Star Wars), la tribu posee también un temeroso ejército integrado por las Agojie, mujeres célibes estrictamente disciplinadas en diversas técnicas de combate que viven dentro del palacio y luchan contra las fuerzas invasoras, tanto europeas como de sus vecinos, el reino de Oyo. Al frente de la legión de las Agojie se encuentra la General Nanisca (Viola Davis), una feroz luchadora víctima de un oscuro pasado que se ha ganado el respeto del Rey y colabora con éste en el armado de estrategias políticas. Tras una batalla contra los Oyo en donde el ejército sufre varias pérdidas, Nanisca pide a su mano derecha reclutar más mujeres. En medio de esta búsqueda de sangre nueva aparece en el palacio Nawi (Thuso Mbedu). una chica de 19 años que ha sido entregada como soldado por su padre tras negarse reiteradamente a casarse con pretendientes de la tribu. Instruida por Izogie (la maravillosa Lashana Lynch de Capitana Marvel) y vigilada muy de cerca por la General, la joven irreverente comienza a manifestar notables habilidades para la lucha que la convierten en una de las mejores. El guion escrito por Dana Stevens (Un Ángel Enamorado, 1998) se basa muy libremente en los eventos reales, algo que ya ha provocado cierto revuelo en Estados Unidos entre quienes manifiestan que la película se toma ciertas licencias y presenta una versión edulcorada del reino de Dahomey y sus soldadas. Lo cierto es que, dejando de lado la clara falta de fidelidad histórica, la escritura no puede evitar caer en el clásico recurso de “buenos y malos”, muy común en este género, haciendo de cada victoria de Dahomey sobre sus vecinos, tan esclavistas y sádicos como ellos, una cuestión de revancha feminista. Por otro lado, el film incorpora subtramas y personajes trillados dignos de la telenovela que se sienten innecesarios. Una de ellas incluye a un joven portugués de origen mestizo, hijo de un europeo y una mujer dahomey, que funciona como interés amoroso prohibido de la recluta Nawi, a quien la legión le exige preservar el voto del celibato de por vida. Más allá de los convencionalismos y clichés del guion, La Mujer Rey posee aspectos muy favorecedores que compensan aquella decisión de ajustarse a los moldes, evitando tomar riesgos. En principio, una Viola Davis inconmensurable que transmite el respeto y la tenacidad que requiere una figura como Nanisca desde la brutal escena inicial. Es emocionante ver a la ganadora del Oscar ocupar un rol tan empoderado en un tanque de acción con 57 años, un verdadero hito en la historia machista de un Hollywood que condena a sus actrices a papeles tradicionales y secundarios pasada la barrera de los 40 años. La dirección de Prince-Bythewood representa otro de los puntos altos del relato. Lejos de la mirada paternalista que suele caracterizar a este tipo de producciones hollywoodenses, la autora refleja con espíritu entusiasta la camaradería de la tribu Dahomey y su respeto hacia las mujeres, quienes, como bien evidencia el título del film, también podían llegar al trono. Un elemento que contrasta con el salvajismo de los Oyo y de los hombres caucásicos que hacen turismo comercial en la Tierra Madre. Resulta interesante como La Mujer Rey logra conectar a la audiencia con cada expresión cultural del universo de las Agojie, como la vestimenta, el entrenamiento y los bailes, creando poderosas escenas ritualistas que le otorgan a las guerreras un sentido casi mitológico. La cineasta, además, se ocupa de construir una atmósfera inmersiva de misterio, en donde sobrevuelan temas como el temor a los dioses, las profecías siniestras y el dolor punzante de un pasado traumático que se devela poco a poco entre flashbacks. Por último, cabe destacar la correcta recreación de época que exhibe la película, filmada en entornos naturales de Sudáfrica. La arquitectura de las aldeas y el palacio en La Mujer Rey, sumado a toda aquella belleza que ofrecen las locaciones tropicales, con sus cascadas y laberintos de flora, hacen que visualmente merezca la pena. Un festín para los ojos que se ve potenciado por la fotografía de la británica Polly Morgan (DF de Un Lugar en Silencio Parte 2; 2021), quien logra que las guerreras atraviesen la pantalla con sus pieles brillantes iluminadas por la luz de la luna.
La nueva película de la actriz Olivia Wilde, quien tuvo un elogiado debut en la dirección con La Noche de las Nerds (Booksmart, 2019), no ha quedado ajena a la atención mediática. En principio, a razón de una polémica desatada en redes sociales, que involucra la salida dudosa de Shia LaBeouf del elenco tras ser acusado de abuso sexual y psicológico por parte de su ex pareja, los rumores de infidelidad de la directora junto al protagonista Harry Styles y, por si fuera poco, la supuesta tensa relación entre Florence Pugh y Wilde. Luego vendría la premiere en el Festival de Cine de Venecia, en donde el thriller fue destrozado por la prensa especializada. Cabe aclarar que la primera circunstancia no será tenida en cuenta en este espacio, ya que nada tiene que ver con la función de la crítica. Sin embargo, es pertinente preguntar: ¿Es la película de Wilde el desastre que parecía augurar su escandaloso set? Lejos de cualquier veredicto extremista, hay que decir que No te Preocupes Cariño (Don’t Worry Darling) es un film irregular, con claros problemas en su escritura, pero aun así digno de visionado. Ideada bajo el gobierno de Donald Trump, la película fue pensada como una respuesta a su famoso slogan, Make America Great Again (“Hagamos a Estados Unidos Grande Otra Vez”), reflexionando sobre lo que implica volver a un tiempo pasado en donde los derechos humanos, entre ellos los de las mujeres, estaban fuera de agenda. Es por ello que Wilde despliega aquí una mirada crítica hacia la familia nuclear capitalista y los roles de género a modo de cuento de hadas perverso, colocando la figura tradicionalista de la ama de casa y esposa devota en primer plano. Un mundo feliz Ambientada en el crepúsculo de unos elegantes años ’50 que remiten al imaginario hollywoodense del American Dream, la historia presenta un microcosmos idílico ubicado en el desierto de California. Se trata de una exclusiva comunidad de casas prefabricadas y jardines perfectos construida por la misteriosa empresa Victory, quien lleva a cabo un proyecto ultrasecreto de logística en donde trabajan todos los hombres de familia del lugar. Como es de esperar, las esposas cumplen el rol signado por el conservadurismo de la época, esto es, el de ama de casa extremadamente sonriente salida de publicidad retro que atiende las necesidades de su marido y ocupa su tiempo libre entre el shopping con amigas y cócteles. En este oasis artificial y funcional, en donde las noticias del mundo brillan por su ausencia, la cámara sigue de cerca a Jack y Alice Chambers (Harry Styles y Florence Pugh), un joven y sexy matrimonio sin hijos que a los ojos de sus vecinos viven en una luna de miel perpetua. Sin embargo, sus vidas altamente planificadas parecen a punto de desmoronarse cuando una Alice acosada por vívidas pesadillas y alucinaciones comienza a sospechar de la verdadera naturaleza detrás de Victory y de Frank (Chris Pine), el intimidante CEO de la compañía. Un extraño accidente de avión en el desierto y el descenso hacia la locura de una de las esposas modelo de la ciudad, serán cruciales para que la protagonista tome cartas en el asunto y emprenda un frenético escape de aquel paraíso infernal. Con claras influencias de películas como The Truman Show (1998), Las Mujeres Perfectas (2004) y ¡Huye! (2017), el segundo largometraje de Wilde plantea una distopía en donde el machismo y las conspiraciones políticas confluyen en una sociedad con una estructura cerrada y piramidal similar a la que caracteriza a los grupos sectarios. En este sentido, resulta conveniente la época pre digitalización en que se desarrolla la acción y la ambientación en el desierto, cuyos planos largos potencian el efecto de aislamiento de los residentes. El personaje de Pine, como el manipulador líder de esta especie de culto que promete éxito profesional y felicidad, recuerda a gurús de famosas sectas modernas como NXIVM, cuyos seguidores quedaban absortos por la brillantez y el carisma de su creador. Un líder al que los hombres patéticos pretenden imitar hasta en el vestuario. A este paradigma se suma también el proyecto encubierto de Victory, que los trabajadores no pueden comentar ni siquiera con sus esposas pero que todo parece indicar que se trata del desarrollo de un arma de destrucción masiva. Una maquinación que no resulta descolocada teniendo en cuenta que estamos ante un periodo de la vida estadounidense precedido por una fuerte política estatal anticomunista y su consecuente persecución. Es evidente que No te Preocupes Cariño no es una oda a la originalidad. Cualquier espectador poco experimentado sabrá para que lado se dirige la historia y no es para menos, si tenemos en cuenta la cantidad de relatos sacados de La Dimensión Desconocida o Black Mirror que han bombardeado la pantalla grande y pequeña en las últimas décadas. Pero su mayor problema no radica en la falta de novedad o su predictibilidad, sino en el trazo grueso de una narrativa que descarta el subtexto y desconfía de la capacidad de su público para captar los mensajes políticos. El guion escrito por Katie Silberman (con quien Wilde ya había trabajado en La Noche de las Nerds), sobre una idea de los hermanos Shane y Carey Van Dike, es tan subrayado y alegórico como la idea de bautizar Alice a una protagonista atrapada en un “mundo de maravillas” o mencionar “la simetría” del sistema en voz en off mientras unas bailarinas macabras hacen una armoniosa coreografía. Con todo, el film de Olivia Wilde destaca en varios puntos importantes, entre ellos el aspecto visual. A partir de un diseño de producción meticuloso, con decorados amueblados por todos los electrodomésticos del momento, un vestuario estiloso y la fotografía de colores vibrantes a cargo de Matthew Libatique (DF de varios filmes de Darren Aronofsky), la película cumple su objetivo al impregnar la pantalla del glamour y la modernidad de los ’50. En cuanto a la dirección, hay ciertos intentos de Wilde por elevar la escritura obvia y repetitiva a través de escenas de terror y surrealistas interesantes que contrastan con el drama convencional e intensifican su atmósfera claustrofóbica. Por último, es menester destacar la labor de Florence Pugh en No te Preocupes Cariño. Gracias a su magnetismo logra capturar la atención y mantenerla de principio a fin. La joven actriz tiene la versatilidad necesaria para ahondar en su faceta más vulnerable y a su vez, sacar una versión feroz y subversiva como ya hemos visto en Midsommar (2019). Caso contrario el de su co-protagonista, el cantante Harry Styles, cuya actuación plana y genérica lo ha dejado muy por debajo de sus colegas.
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas. Un Elvis para la generación MTV La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas. Un Elvis para la generación MTV La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana. Por otro lado, es interesante cómo diversas expresiones de la cultura pop, entre las que podemos nombrar el cómic, el videoclip y hasta el hip hop contemporáneo, se compaginan tan fantásticamente en esta obra de época que, al igual que el mesías del rock and roll, también se vale de su imaginería kitsch. Esto, sumado a un diseño de producción meticuloso que proyecta la esencia de cada momento y lugar, de Memphis a Las Vegas, y a un poderoso vestuario a cargo de la diseñadora Catherine Martin (Moulin Rouge!), hacen de Elvis una biopic visualmente vibrante e hipnótica. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas. Un Elvis para la generación MTV La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana. Por otro lado, es interesante cómo diversas expresiones de la cultura pop, entre las que podemos nombrar el cómic, el videoclip y hasta el hip hop contemporáneo, se compaginan tan fantásticamente en esta obra de época que, al igual que el mesías del rock and roll, también se vale de su imaginería kitsch. Esto, sumado a un diseño de producción meticuloso que proyecta la esencia de cada momento y lugar, de Memphis a Las Vegas, y a un poderoso vestuario a cargo de la diseñadora Catherine Martin (Moulin Rouge!), hacen de Elvis una biopic visualmente vibrante e hipnótica. La actuación de Austin Butler como el legendario Elvis resulta más que gratificante. Lejos de las parodias que tanto han azotado al Rey, el joven actor que participó en las últimas películas tanto de Jim Jarmusch como de Quentin Tarantino, combina armoniosamente el arte provocador de Elvis con su personalidad empática, sensible y por momentos, extremadamente frágil. No se puede decir lo mismo de parte de Tom Hanks, a quien la configuración del Coronel como un villano hiper caricaturesco no le concede mucho margen de trabajo.
La factoría Blumhouse lanza junto a Universal una de sus apuestas fuertes del año. Se trata de El Teléfono Negro (The Black Phone) una historia cruda de época dirigida por Scott Derrickson, responsable de Sinister (2012) y su secuela, quien vuelve al género tras su paso por el cine superheroico con Doctor Strange (2016). Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASEl Teléfono Negro (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 22/06/2022 Ethan Hawke es un macabro asesino de niños en El Teléfono Negro, la nueva propuesta del director de Sinister. Crítica, a continuación. La factoría Blumhouse lanza junto a Universal una de sus apuestas fuertes del año. Se trata de El Teléfono Negro (The Black Phone) una historia cruda de época dirigida por Scott Derrickson, responsable de Sinister (2012) y su secuela, quien vuelve al género tras su paso por el cine superheroico con Doctor Strange (2016). El Teléfono Negro (The Black Phone) Basada en el cuento homónimo de Joe Hill (NOS4A2; Locke & Key), la película combina la siempre ganchera temática del asesino serial con dosis de terror sobrenatural a través de cierta atmósfera y estética que recuerdan por momentos a las novelas de Stephen King, especialmente a It y su adaptación en la gran pantalla. Sin embargo, lo que en un primer momento parece contener elementos llamativos para hilar un relato intenso y sólido, se evapora a medida que avanza la trama y se evidencian las carencias y problemas del guion. Una lágrima sobre el teléfono negro En 1978, un vecindario del norte de Denver, Colorado, se encuentra conmocionado por una serie de misteriosas desapariciones de niños. Temeroso de las leyendas urbanas que circulan a su alrededor, el joven Finney (Mason Thames) ya tiene suficiente con el acoso escolar y la violencia que su padre alcohólico (Jeremy Davis) ejerce diariamente contra él y su hermana menor, Gwen (Madeleine McGraw), una niña dotada de una habilidad especial para captar señales a través de los sueños. Un viernes normal después del colegio, Finney se dirige a su tormentoso hogar cuando es interceptado por una camioneta negra con la palabra Abracadabra y globos negros en su interior. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASEl Teléfono Negro (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 22/06/2022 Ethan Hawke es un macabro asesino de niños en El Teléfono Negro, la nueva propuesta del director de Sinister. Crítica, a continuación. La factoría Blumhouse lanza junto a Universal una de sus apuestas fuertes del año. Se trata de El Teléfono Negro (The Black Phone) una historia cruda de época dirigida por Scott Derrickson, responsable de Sinister (2012) y su secuela, quien vuelve al género tras su paso por el cine superheroico con Doctor Strange (2016). El Teléfono Negro (The Black Phone) Basada en el cuento homónimo de Joe Hill (NOS4A2; Locke & Key), la película combina la siempre ganchera temática del asesino serial con dosis de terror sobrenatural a través de cierta atmósfera y estética que recuerdan por momentos a las novelas de Stephen King, especialmente a It y su adaptación en la gran pantalla. Sin embargo, lo que en un primer momento parece contener elementos llamativos para hilar un relato intenso y sólido, se evapora a medida que avanza la trama y se evidencian las carencias y problemas del guion. Una lágrima sobre el teléfono negro En 1978, un vecindario del norte de Denver, Colorado, se encuentra conmocionado por una serie de misteriosas desapariciones de niños. Temeroso de las leyendas urbanas que circulan a su alrededor, el joven Finney (Mason Thames) ya tiene suficiente con el acoso escolar y la violencia que su padre alcohólico (Jeremy Davis) ejerce diariamente contra él y su hermana menor, Gwen (Madeleine McGraw), una niña dotada de una habilidad especial para captar señales a través de los sueños. Un viernes normal después del colegio, Finney se dirige a su tormentoso hogar cuando es interceptado por una camioneta negra con la palabra Abracadabra y globos negros en su interior. Cautivo en un sótano totalmente desolado, a excepción de un colchón y un teléfono negro roto, el protagonista no tardará en darse en cuenta de que ha sido secuestrado por “The Grabber” (Ethan Hawke), un psicópata de máscara grotesca responsable de las muertes de los otros chicos de su comunidad. Mientras Gwen busca con desesperación pistas que den con el paradero de su hermano, un suceso paranormal parece querer torcer el triste destino de Finney cuando el teléfono roto que cuelga en la pared del sótano inexplicablemente comienza a sonar. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASEl Teléfono Negro (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 22/06/2022 Ethan Hawke es un macabro asesino de niños en El Teléfono Negro, la nueva propuesta del director de Sinister. Crítica, a continuación. La factoría Blumhouse lanza junto a Universal una de sus apuestas fuertes del año. Se trata de El Teléfono Negro (The Black Phone) una historia cruda de época dirigida por Scott Derrickson, responsable de Sinister (2012) y su secuela, quien vuelve al género tras su paso por el cine superheroico con Doctor Strange (2016). El Teléfono Negro (The Black Phone) Basada en el cuento homónimo de Joe Hill (NOS4A2; Locke & Key), la película combina la siempre ganchera temática del asesino serial con dosis de terror sobrenatural a través de cierta atmósfera y estética que recuerdan por momentos a las novelas de Stephen King, especialmente a It y su adaptación en la gran pantalla. Sin embargo, lo que en un primer momento parece contener elementos llamativos para hilar un relato intenso y sólido, se evapora a medida que avanza la trama y se evidencian las carencias y problemas del guion. Una lágrima sobre el teléfono negro En 1978, un vecindario del norte de Denver, Colorado, se encuentra conmocionado por una serie de misteriosas desapariciones de niños. Temeroso de las leyendas urbanas que circulan a su alrededor, el joven Finney (Mason Thames) ya tiene suficiente con el acoso escolar y la violencia que su padre alcohólico (Jeremy Davis) ejerce diariamente contra él y su hermana menor, Gwen (Madeleine McGraw), una niña dotada de una habilidad especial para captar señales a través de los sueños. Un viernes normal después del colegio, Finney se dirige a su tormentoso hogar cuando es interceptado por una camioneta negra con la palabra Abracadabra y globos negros en su interior. Cautivo en un sótano totalmente desolado, a excepción de un colchón y un teléfono negro roto, el protagonista no tardará en darse en cuenta de que ha sido secuestrado por “The Grabber” (Ethan Hawke), un psicópata de máscara grotesca responsable de las muertes de los otros chicos de su comunidad. Mientras Gwen busca con desesperación pistas que den con el paradero de su hermano, un suceso paranormal parece querer torcer el triste destino de Finney cuando el teléfono roto que cuelga en la pared del sótano inexplicablemente comienza a sonar. La adaptación de Derrickson y el guionista C. Robert Cargill, con quien ya había trabajado tanto en Sinister como en Doctor Strange, logra construir una interesante ambientación de época que evita abusar de guiños y del efecto nostalgia para centrarse en un gris microcosmos suburbano cargado de violencia, en donde el terror doméstico resulta más impactante que cualquier ente sobrenatural. Con una apertura de créditos de estilo documental y escenas granuladas que evocan a los videos caseros, El Teléfono Negro transmite el miedo terrenal de aquellos años en donde el fenómeno de los asesinos en serie, entre ellos Ted Bundy, quien cometió varios crímenes en el Estado de Colorado, impregnaban los programas de noticias. Lamentablemente, el atractivo se desvanece pronto. Luego de un primer acto prometedor, la película comienza a caer en picada una vez que el niño protagonista llega al sótano del secuestrador y el elemento fantástico toma forma. El ida y vuelta entre los llamados de cada una de las victimas dándole consejos desde el más allá a Finney, para que logre escapar del sótano, terminan volviendo repetitiva, densa y predecible a la trama. La presencia de Hawke en su primer papel como villano, con aquella perturbadora máscara diseñada nada menos que por Tom Savini y haciendo un trabajo vocal igual de oscuro, resulta poco más que llamativa. Lo cierto es que el actor se ve bastante desaprovechado a causa de la escritura de Derrickson y Cargill, quienes no hacen lo suficiente por desarrollar el personaje. El film nunca se atreve a profundizar en las motivaciones de The Grabber a la hora de cometer sus crímenes, al punto en que ni siquiera el protagonista entiende por qué lo mantiene con vida en aquel sótano si en breve lo descartará. La actuación del niño, quien parece más asustado por los bullys de su colegio que por lo que éste monstruo enmascarado pueda hacer con él, tampoco ayuda mucho. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASEl Teléfono Negro (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 22/06/2022 Ethan Hawke es un macabro asesino de niños en El Teléfono Negro, la nueva propuesta del director de Sinister. Crítica, a continuación. La factoría Blumhouse lanza junto a Universal una de sus apuestas fuertes del año. Se trata de El Teléfono Negro (The Black Phone) una historia cruda de época dirigida por Scott Derrickson, responsable de Sinister (2012) y su secuela, quien vuelve al género tras su paso por el cine superheroico con Doctor Strange (2016). El Teléfono Negro (The Black Phone) Basada en el cuento homónimo de Joe Hill (NOS4A2; Locke & Key), la película combina la siempre ganchera temática del asesino serial con dosis de terror sobrenatural a través de cierta atmósfera y estética que recuerdan por momentos a las novelas de Stephen King, especialmente a It y su adaptación en la gran pantalla. Sin embargo, lo que en un primer momento parece contener elementos llamativos para hilar un relato intenso y sólido, se evapora a medida que avanza la trama y se evidencian las carencias y problemas del guion. Una lágrima sobre el teléfono negro En 1978, un vecindario del norte de Denver, Colorado, se encuentra conmocionado por una serie de misteriosas desapariciones de niños. Temeroso de las leyendas urbanas que circulan a su alrededor, el joven Finney (Mason Thames) ya tiene suficiente con el acoso escolar y la violencia que su padre alcohólico (Jeremy Davis) ejerce diariamente contra él y su hermana menor, Gwen (Madeleine McGraw), una niña dotada de una habilidad especial para captar señales a través de los sueños. Un viernes normal después del colegio, Finney se dirige a su tormentoso hogar cuando es interceptado por una camioneta negra con la palabra Abracadabra y globos negros en su interior. Cautivo en un sótano totalmente desolado, a excepción de un colchón y un teléfono negro roto, el protagonista no tardará en darse en cuenta de que ha sido secuestrado por “The Grabber” (Ethan Hawke), un psicópata de máscara grotesca responsable de las muertes de los otros chicos de su comunidad. Mientras Gwen busca con desesperación pistas que den con el paradero de su hermano, un suceso paranormal parece querer torcer el triste destino de Finney cuando el teléfono roto que cuelga en la pared del sótano inexplicablemente comienza a sonar. La adaptación de Derrickson y el guionista C. Robert Cargill, con quien ya había trabajado tanto en Sinister como en Doctor Strange, logra construir una interesante ambientación de época que evita abusar de guiños y del efecto nostalgia para centrarse en un gris microcosmos suburbano cargado de violencia, en donde el terror doméstico resulta más impactante que cualquier ente sobrenatural. Con una apertura de créditos de estilo documental y escenas granuladas que evocan a los videos caseros, El Teléfono Negro transmite el miedo terrenal de aquellos años en donde el fenómeno de los asesinos en serie, entre ellos Ted Bundy, quien cometió varios crímenes en el Estado de Colorado, impregnaban los programas de noticias. Lamentablemente, el atractivo se desvanece pronto. Luego de un primer acto prometedor, la película comienza a caer en picada una vez que el niño protagonista llega al sótano del secuestrador y el elemento fantástico toma forma. El ida y vuelta entre los llamados de cada una de las victimas dándole consejos desde el más allá a Finney, para que logre escapar del sótano, terminan volviendo repetitiva, densa y predecible a la trama. La presencia de Hawke en su primer papel como villano, con aquella perturbadora máscara diseñada nada menos que por Tom Savini y haciendo un trabajo vocal igual de oscuro, resulta poco más que llamativa. Lo cierto es que el actor se ve bastante desaprovechado a causa de la escritura de Derrickson y Cargill, quienes no hacen lo suficiente por desarrollar el personaje. El film nunca se atreve a profundizar en las motivaciones de The Grabber a la hora de cometer sus crímenes, al punto en que ni siquiera el protagonista entiende por qué lo mantiene con vida en aquel sótano si en breve lo descartará. La actuación del niño, quien parece más asustado por los bullys de su colegio que por lo que éste monstruo enmascarado pueda hacer con él, tampoco ayuda mucho. Las situaciones inverosímiles, como la policía dándole crédito y siendo ayudada por las visiones de la hermana de Finney, y la necesidad de agregarle un discordante tono humorístico a El Teléfono Negro a través de la inclusión del personaje de Max (James Ransone), un drogadicto que pretende resolver el misterio de las desapariciones, se suman al conjunto de decisiones que le juegan en contra a la adaptación.
Tres años después del estreno de Toy Story 4, la pieza más adulta de la saga animada que vio a los juguetes protagonistas tomar diferentes rumbos en otra historia plasmada de temas como la amistad, la madurez, la lealtad y el compañerismo, Pixar vuelve a apostar por su franquicia estrella con Lightyear, una aventura espacial centrada en el personaje del entrañable Buzz. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASLightyear (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 16/06/2022 El muñeco astronauta de Toy Story regresa en Lightyear, una pseudo historia de origen con una animación digna de proeza cósmica, pero carente de alma. Crítica, a continuación. Tres años después del estreno de Toy Story 4, la pieza más adulta de la saga animada que vio a los juguetes protagonistas tomar diferentes rumbos en otra historia plasmada de temas como la amistad, la madurez, la lealtad y el compañerismo, Pixar vuelve a apostar por su franquicia estrella con Lightyear, una aventura espacial centrada en el personaje del entrañable Buzz. Lightyear Dirigido y co-escrito por Angus MacLane, antiguo animador de los estudios Pixar que se desempeñó como co-director de Buscando a Dory (2016) y de dos cortometrajes ambientados dentro del universo Toy Story, este relato de ciencia ficción posee la particularidad de haber sido concebido como un producto independiente de la saga. Como bien rezan sus títulos de apertura, se trata de la película que vio Andy, el niño protagonista de la Toy Story de 1995, y que inspiró a la creación de aquella figura de acción de plástico de Buzz que le es regalada por su cumpleaños. Con claros guiños a Star Wars, Star Trek y otros iconos de la cultura pop, esta especie de historia de origen del heroico astronauta en clave de comedia de acción intenta resucitar la esencia de Toy Story. Una tarea complicada partiendo de la premisa de que aquí Buzz ya no es un muñeco. Lightyear: al Infinito y más allá Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASLightyear (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 16/06/2022 El muñeco astronauta de Toy Story regresa en Lightyear, una pseudo historia de origen con una animación digna de proeza cósmica, pero carente de alma. Crítica, a continuación. Tres años después del estreno de Toy Story 4, la pieza más adulta de la saga animada que vio a los juguetes protagonistas tomar diferentes rumbos en otra historia plasmada de temas como la amistad, la madurez, la lealtad y el compañerismo, Pixar vuelve a apostar por su franquicia estrella con Lightyear, una aventura espacial centrada en el personaje del entrañable Buzz. Lightyear Dirigido y co-escrito por Angus MacLane, antiguo animador de los estudios Pixar que se desempeñó como co-director de Buscando a Dory (2016) y de dos cortometrajes ambientados dentro del universo Toy Story, este relato de ciencia ficción posee la particularidad de haber sido concebido como un producto independiente de la saga. Como bien rezan sus títulos de apertura, se trata de la película que vio Andy, el niño protagonista de la Toy Story de 1995, y que inspiró a la creación de aquella figura de acción de plástico de Buzz que le es regalada por su cumpleaños. Con claros guiños a Star Wars, Star Trek y otros iconos de la cultura pop, esta especie de historia de origen del heroico astronauta en clave de comedia de acción intenta resucitar la esencia de Toy Story. Una tarea complicada partiendo de la premisa de que aquí Buzz ya no es un muñeco. Lightyear: al Infinito y más allá La aventura comienza con Buzz Lightyear (voz de Chris Evans) del equipo de elite Space Rangers y su compañera al mando, la Capitana Alisha Hawthorne (Uzo Aduba), aterrizando forzosamente en un planeta lejano y hostil plagado de serpientes asesinas que emergen del suelo. En su intento por regresar a la Tierra, el cristal de combustible de la nave que les permite viajar a hipervelocidad resulta dañado, razón que los obliga a permanecer por años habitando ese territorio alienígena junto a la tripulación espacial. Mientras todos rehacen sus vidas adaptándose al nuevo entorno, obstinado y sin ayuda, Buzz continúa tratando de volver a su planeta natal, diseñando nuevos cristales y poniéndolos a prueba en sus misiones. El problema es que cada vez que el protagonista emprende sus viajes experimentales se aleja años luz de sus compañeros, por ende, lo que para él representan apenas unos minutos, para los colonos significan más de cuatro años. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASLightyear (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 16/06/2022 El muñeco astronauta de Toy Story regresa en Lightyear, una pseudo historia de origen con una animación digna de proeza cósmica, pero carente de alma. Crítica, a continuación. Tres años después del estreno de Toy Story 4, la pieza más adulta de la saga animada que vio a los juguetes protagonistas tomar diferentes rumbos en otra historia plasmada de temas como la amistad, la madurez, la lealtad y el compañerismo, Pixar vuelve a apostar por su franquicia estrella con Lightyear, una aventura espacial centrada en el personaje del entrañable Buzz. Lightyear Dirigido y co-escrito por Angus MacLane, antiguo animador de los estudios Pixar que se desempeñó como co-director de Buscando a Dory (2016) y de dos cortometrajes ambientados dentro del universo Toy Story, este relato de ciencia ficción posee la particularidad de haber sido concebido como un producto independiente de la saga. Como bien rezan sus títulos de apertura, se trata de la película que vio Andy, el niño protagonista de la Toy Story de 1995, y que inspiró a la creación de aquella figura de acción de plástico de Buzz que le es regalada por su cumpleaños. Con claros guiños a Star Wars, Star Trek y otros iconos de la cultura pop, esta especie de historia de origen del heroico astronauta en clave de comedia de acción intenta resucitar la esencia de Toy Story. Una tarea complicada partiendo de la premisa de que aquí Buzz ya no es un muñeco. Lightyear: al Infinito y más allá La aventura comienza con Buzz Lightyear (voz de Chris Evans) del equipo de elite Space Rangers y su compañera al mando, la Capitana Alisha Hawthorne (Uzo Aduba), aterrizando forzosamente en un planeta lejano y hostil plagado de serpientes asesinas que emergen del suelo. En su intento por regresar a la Tierra, el cristal de combustible de la nave que les permite viajar a hipervelocidad resulta dañado, razón que los obliga a permanecer por años habitando ese territorio alienígena junto a la tripulación espacial. Mientras todos rehacen sus vidas adaptándose al nuevo entorno, obstinado y sin ayuda, Buzz continúa tratando de volver a su planeta natal, diseñando nuevos cristales y poniéndolos a prueba en sus misiones. El problema es que cada vez que el protagonista emprende sus viajes experimentales se aleja años luz de sus compañeros, por ende, lo que para él representan apenas unos minutos, para los colonos significan más de cuatro años. A través de una secuencia que recuerda al inicio de la celebrada Up (2009) de Pixar, somos testigos de cómo el paso del tiempo impacta emocionalmente en Buzz, quien en cada regreso de sus viajes observa a su amiga Hawthorne transcurrir con felicidad las diversas etapas de la vida: su enamoramiento con otra compañera, el casamiento, la crianza de su hijo, la llegada de su nieta Izzy (Keke Palmer), y finalmente, su desaparición física. Un siglo en el futuro, Buzz junto a Sox (Peter Sohn), un ingenioso robot con forma de gato, parece haber encontrado la forma de volver a casa. Sin embargo, antes deberá enfrentar las fuerzas malévolas del Emperador Zurg (James Brolin) y sus imponentes robots. Para ello contará con el apoyo de una improbable pandilla de improvisados cadetes espaciales, integrada por la nieta de Hawthorne, una ex convicta anciana llamada Darby (Dale Soules) y Mo (Taika Waititi), un joven temeroso y torpe. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASLightyear (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 16/06/2022 El muñeco astronauta de Toy Story regresa en Lightyear, una pseudo historia de origen con una animación digna de proeza cósmica, pero carente de alma. Crítica, a continuación. Tres años después del estreno de Toy Story 4, la pieza más adulta de la saga animada que vio a los juguetes protagonistas tomar diferentes rumbos en otra historia plasmada de temas como la amistad, la madurez, la lealtad y el compañerismo, Pixar vuelve a apostar por su franquicia estrella con Lightyear, una aventura espacial centrada en el personaje del entrañable Buzz. Lightyear Dirigido y co-escrito por Angus MacLane, antiguo animador de los estudios Pixar que se desempeñó como co-director de Buscando a Dory (2016) y de dos cortometrajes ambientados dentro del universo Toy Story, este relato de ciencia ficción posee la particularidad de haber sido concebido como un producto independiente de la saga. Como bien rezan sus títulos de apertura, se trata de la película que vio Andy, el niño protagonista de la Toy Story de 1995, y que inspiró a la creación de aquella figura de acción de plástico de Buzz que le es regalada por su cumpleaños. Con claros guiños a Star Wars, Star Trek y otros iconos de la cultura pop, esta especie de historia de origen del heroico astronauta en clave de comedia de acción intenta resucitar la esencia de Toy Story. Una tarea complicada partiendo de la premisa de que aquí Buzz ya no es un muñeco. Lightyear: al Infinito y más allá La aventura comienza con Buzz Lightyear (voz de Chris Evans) del equipo de elite Space Rangers y su compañera al mando, la Capitana Alisha Hawthorne (Uzo Aduba), aterrizando forzosamente en un planeta lejano y hostil plagado de serpientes asesinas que emergen del suelo. En su intento por regresar a la Tierra, el cristal de combustible de la nave que les permite viajar a hipervelocidad resulta dañado, razón que los obliga a permanecer por años habitando ese territorio alienígena junto a la tripulación espacial. Mientras todos rehacen sus vidas adaptándose al nuevo entorno, obstinado y sin ayuda, Buzz continúa tratando de volver a su planeta natal, diseñando nuevos cristales y poniéndolos a prueba en sus misiones. El problema es que cada vez que el protagonista emprende sus viajes experimentales se aleja años luz de sus compañeros, por ende, lo que para él representan apenas unos minutos, para los colonos significan más de cuatro años. A través de una secuencia que recuerda al inicio de la celebrada Up (2009) de Pixar, somos testigos de cómo el paso del tiempo impacta emocionalmente en Buzz, quien en cada regreso de sus viajes observa a su amiga Hawthorne transcurrir con felicidad las diversas etapas de la vida: su enamoramiento con otra compañera, el casamiento, la crianza de su hijo, la llegada de su nieta Izzy (Keke Palmer), y finalmente, su desaparición física. Un siglo en el futuro, Buzz junto a Sox (Peter Sohn), un ingenioso robot con forma de gato, parece haber encontrado la forma de volver a casa. Sin embargo, antes deberá enfrentar las fuerzas malévolas del Emperador Zurg (James Brolin) y sus imponentes robots. Para ello contará con el apoyo de una improbable pandilla de improvisados cadetes espaciales, integrada por la nieta de Hawthorne, una ex convicta anciana llamada Darby (Dale Soules) y Mo (Taika Waititi), un joven temeroso y torpe. Como bien mencionamos anteriormente, Lightyear comprendía una apuesta complicada tratándose de una película sobre el personaje que inspiró al juguete en vez de, quizás, un spin-off de la figura de Buzz. Más aun teniendo en cuenta que el encanto cómico de Buzz residía en su creencia de ser un astronauta con una misión interplanetaria cuando en realidad solo era el juguete. Sin embargo, la carencia de aquella naturaleza lúdica que ha caracterizado a la saga de Toy Story no es el único defecto que manifiesta este trabajo, uno de los menos interesantes dentro de la historia del estudio de animación. El humor, en varios casos demasiado pueril para una película que apunta al público adulto que creció con la franquicia, los momentos emotivos poco inspirados y las cuestiones universales de la vida humana que la trama evita profundizar, son algunos de los puntos más flojos del film de MacLane. Esto sumado a la falta de desarrollo de personajes y sus vínculos, como así también, las escenas repetitivas que hacen que la acción se sienta estancada y parezca una película larga cuando en realidad solo cuenta con 100 minutos de extensión. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASLightyear (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 16/06/2022 El muñeco astronauta de Toy Story regresa en Lightyear, una pseudo historia de origen con una animación digna de proeza cósmica, pero carente de alma. Crítica, a continuación. Tres años después del estreno de Toy Story 4, la pieza más adulta de la saga animada que vio a los juguetes protagonistas tomar diferentes rumbos en otra historia plasmada de temas como la amistad, la madurez, la lealtad y el compañerismo, Pixar vuelve a apostar por su franquicia estrella con Lightyear, una aventura espacial centrada en el personaje del entrañable Buzz. Lightyear Dirigido y co-escrito por Angus MacLane, antiguo animador de los estudios Pixar que se desempeñó como co-director de Buscando a Dory (2016) y de dos cortometrajes ambientados dentro del universo Toy Story, este relato de ciencia ficción posee la particularidad de haber sido concebido como un producto independiente de la saga. Como bien rezan sus títulos de apertura, se trata de la película que vio Andy, el niño protagonista de la Toy Story de 1995, y que inspiró a la creación de aquella figura de acción de plástico de Buzz que le es regalada por su cumpleaños. Con claros guiños a Star Wars, Star Trek y otros iconos de la cultura pop, esta especie de historia de origen del heroico astronauta en clave de comedia de acción intenta resucitar la esencia de Toy Story. Una tarea complicada partiendo de la premisa de que aquí Buzz ya no es un muñeco. Lightyear: al Infinito y más allá La aventura comienza con Buzz Lightyear (voz de Chris Evans) del equipo de elite Space Rangers y su compañera al mando, la Capitana Alisha Hawthorne (Uzo Aduba), aterrizando forzosamente en un planeta lejano y hostil plagado de serpientes asesinas que emergen del suelo. En su intento por regresar a la Tierra, el cristal de combustible de la nave que les permite viajar a hipervelocidad resulta dañado, razón que los obliga a permanecer por años habitando ese territorio alienígena junto a la tripulación espacial. Mientras todos rehacen sus vidas adaptándose al nuevo entorno, obstinado y sin ayuda, Buzz continúa tratando de volver a su planeta natal, diseñando nuevos cristales y poniéndolos a prueba en sus misiones. El problema es que cada vez que el protagonista emprende sus viajes experimentales se aleja años luz de sus compañeros, por ende, lo que para él representan apenas unos minutos, para los colonos significan más de cuatro años. A través de una secuencia que recuerda al inicio de la celebrada Up (2009) de Pixar, somos testigos de cómo el paso del tiempo impacta emocionalmente en Buzz, quien en cada regreso de sus viajes observa a su amiga Hawthorne transcurrir con felicidad las diversas etapas de la vida: su enamoramiento con otra compañera, el casamiento, la crianza de su hijo, la llegada de su nieta Izzy (Keke Palmer), y finalmente, su desaparición física. Un siglo en el futuro, Buzz junto a Sox (Peter Sohn), un ingenioso robot con forma de gato, parece haber encontrado la forma de volver a casa. Sin embargo, antes deberá enfrentar las fuerzas malévolas del Emperador Zurg (James Brolin) y sus imponentes robots. Para ello contará con el apoyo de una improbable pandilla de improvisados cadetes espaciales, integrada por la nieta de Hawthorne, una ex convicta anciana llamada Darby (Dale Soules) y Mo (Taika Waititi), un joven temeroso y torpe. Como bien mencionamos anteriormente, Lightyear comprendía una apuesta complicada tratándose de una película sobre el personaje que inspiró al juguete en vez de, quizás, un spin-off de la figura de Buzz. Más aun teniendo en cuenta que el encanto cómico de Buzz residía en su creencia de ser un astronauta con una misión interplanetaria cuando en realidad solo era el juguete. Sin embargo, la carencia de aquella naturaleza lúdica que ha caracterizado a la saga de Toy Story no es el único defecto que manifiesta este trabajo, uno de los menos interesantes dentro de la historia del estudio de animación. El humor, en varios casos demasiado pueril para una película que apunta al público adulto que creció con la franquicia, los momentos emotivos poco inspirados y las cuestiones universales de la vida humana que la trama evita profundizar, son algunos de los puntos más flojos del film de MacLane. Esto sumado a la falta de desarrollo de personajes y sus vínculos, como así también, las escenas repetitivas que hacen que la acción se sienta estancada y parezca una película larga cuando en realidad solo cuenta con 100 minutos de extensión. En materia de animación, indudablemente la compañía subsidiada de Disney continúa siendo potencia. La película no escatima en detalles, texturas y una paleta de colores vibrante a la hora de retratar este mundo remoto, su diversidad humana y sus variopintos androides. Por otro lado, también es importante destacar la gran labor de los actores, quienes aquí hacen lo que está a su alcance para transmitir un poco de esa magia de las historias de Pixar que el guion no logra. Tal es el caso de Chris Evans. El actor detrás del Capitán América evita emular el trabajo de Tim Allen, la histórica voz de Buzz, y le imprime al protagonista una personalidad fresca, segura y enérgica. Misma distinción cabe para Peter Sohn como el afectivo y ocurrente robot felino Sox, el personaje que más muecas recibe por parte del público y al que seguramente le destinen buena parte del merchandising. Lightyear definitivamente está lejos de capturar el espíritu de aquella saga que marcó un antes y un después en la animación y que se ha convertido en todo un ícono transgeneracional. Queda por ver si los resultados de taquilla le darán el visto bueno a Disney y Pixar para seguir escarbando con sus múltiples spin-off, precuelas y secuelas hasta el infinito y más allá. Toquemos madera.
La productora A24 se sube a la moda de los multiversos en la ficción con Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo, una abrumadora comedia de acción. Crítica, a continuación. Nacida en la segunda mitad del siglo XX, la fascinante teoría del multiverso no ha quedado ajena al género de la ciencia ficción, que también se ha nutrido de sus hipótesis sobre realidades paralelas para narrar historias. Desde los programas de culto The Twilight Zone y Star Trek, pasando por películas como Matrix (1999), Coherence (2013), Interstellar (2014), hasta la miniserie Devs (2020), la noción de multiverso funciona como una herramienta más a la hora de ahondar en los planteos existencialistas y dilemas morales. Incluso, comedias como Space Jam (1996), supieron aprovechar el aspecto lúdico que plantea la posible existencia de universos similares al nuestro pero impregnados de infinitos detalles, variaciones y combinaciones. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASTodo en Todas Partes al Mismo Tiempo (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 08/06/2022 La productora A24 se sube a la moda de los multiversos en la ficción con Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo, una abrumadora comedia de acción. Crítica, a continuación. Nacida en la segunda mitad del siglo XX, la fascinante teoría del multiverso no ha quedado ajena al género de la ciencia ficción, que también se ha nutrido de sus hipótesis sobre realidades paralelas para narrar historias. Desde los programas de culto The Twilight Zone y Star Trek, pasando por películas como Matrix (1999), Coherence (2013), Interstellar (2014), hasta la miniserie Devs (2020), la noción de multiverso funciona como una herramienta más a la hora de ahondar en los planteos existencialistas y dilemas morales. Incluso, comedias como Space Jam (1996), supieron aprovechar el aspecto lúdico que plantea la posible existencia de universos similares al nuestro pero impregnados de infinitos detalles, variaciones y combinaciones. Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo En los últimos tiempos, lo que entendemos como multiverso parece haber quedado reducido al boom de blockbusters que Marvel Studios estrena año tras año, de manera tal que resulta imposible nombrar aquel término sin que el espectador promedio lo asocie a dicho fenómeno de entretenimiento y los cómics que estos adaptan. Es en este contexto que A24, la productora insignia del cine independiente anglosajón actual, decide lanzar como respuesta su propia versión del multiverso, en tono humorístico irreverente y junto a aquel sinónimo de éxito dentro de la franquicia Marvel como han sido los Hermanos Russo (Avengers: Infinity War, 2018), quienes ejercen aquí su faceta de productores. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASTodo en Todas Partes al Mismo Tiempo (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 08/06/2022 La productora A24 se sube a la moda de los multiversos en la ficción con Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo, una abrumadora comedia de acción. Crítica, a continuación. Nacida en la segunda mitad del siglo XX, la fascinante teoría del multiverso no ha quedado ajena al género de la ciencia ficción, que también se ha nutrido de sus hipótesis sobre realidades paralelas para narrar historias. Desde los programas de culto The Twilight Zone y Star Trek, pasando por películas como Matrix (1999), Coherence (2013), Interstellar (2014), hasta la miniserie Devs (2020), la noción de multiverso funciona como una herramienta más a la hora de ahondar en los planteos existencialistas y dilemas morales. Incluso, comedias como Space Jam (1996), supieron aprovechar el aspecto lúdico que plantea la posible existencia de universos similares al nuestro pero impregnados de infinitos detalles, variaciones y combinaciones. Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo En los últimos tiempos, lo que entendemos como multiverso parece haber quedado reducido al boom de blockbusters que Marvel Studios estrena año tras año, de manera tal que resulta imposible nombrar aquel término sin que el espectador promedio lo asocie a dicho fenómeno de entretenimiento y los cómics que estos adaptan. Es en este contexto que A24, la productora insignia del cine independiente anglosajón actual, decide lanzar como respuesta su propia versión del multiverso, en tono humorístico irreverente y junto a aquel sinónimo de éxito dentro de la franquicia Marvel como han sido los Hermanos Russo (Avengers: Infinity War, 2018), quienes ejercen aquí su faceta de productores. Dirigida y escrita por Daniels -la dupla integrada por Daniel Kwan y Daniel Scheinert, responsables de la comedia Swiss Army Man (2016)- Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo (Everything Everywhere All at Once, 2022) se abre como un desfile de despliegue técnico, desaforadas coreografías de acción, referencias hasta el agobio y chistes escatológicos y sexuales dignos de estudiantado. Un combo más interesado en el efectismo que en hilar una historia sólida que, a fin de cuentas, tenga algo interesante para decir. Vacío en todas partes todo el tiempo La película presenta a una familia de inmigrantes chinos dueños de una lavandería en California que deben enfrentar ciertas deudas para seguir manteniendo el negocio a flote. Entretanto, la matriarca Evelyn Wang (interpretada por la reconocida Michelle Yeoh de El Tigre y el Dragón), tiene que lidiar también con un marido despistado (Ke Huy Quan, el niño de Indiana Jones y el templo de la perdición) y un matrimonio en crisis, la visita de su padre anciano (James Hong de Blade Runner), que parece no haber perdonado su temprana huida del seno familiar en su China natal y su hija, Joy (Stephanie Hsu), una adolescente profundamente angustiada con la que le resulta imposible relacionarse y, más aún, aceptar su orientación sexual y su nueva pareja. El día en que Evelyn y su esposo Waymond llegan al Departamento de Hacienda y son atendidos por una hosca auditora (la siempre hilarante y rendidora Jamie Lee Curtis) que pretende clausurar su negocio familiar, la protagonista es sorprendida por una versión karateka de su marido proveniente de otro universo quien le revela que ella es la única que puede salvar al multiverso de ser destruido a manos de una villana llamada Jobu Tupaki. Dividida en tres partes, Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo escapa de su melodrama inicial para insertarse rápidamente en un relato caótico sin pies ni cabeza. Bajo un ritmo desenfrenado, la cámara sigue a la heroína en sus múltiples transformaciones (más bien, adquisiciones de los talentos de las otras Evelyn de las dimensiones paralelas) que saca de la galera mediante absurdas maniobras para combatir a Jobu y sus secuaces. El resultado en cuestión es un fast food de Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASTodo en Todas Partes al Mismo Tiempo (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 08/06/2022 La productora A24 se sube a la moda de los multiversos en la ficción con Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo, una abrumadora comedia de acción. Crítica, a continuación. Nacida en la segunda mitad del siglo XX, la fascinante teoría del multiverso no ha quedado ajena al género de la ciencia ficción, que también se ha nutrido de sus hipótesis sobre realidades paralelas para narrar historias. Desde los programas de culto The Twilight Zone y Star Trek, pasando por películas como Matrix (1999), Coherence (2013), Interstellar (2014), hasta la miniserie Devs (2020), la noción de multiverso funciona como una herramienta más a la hora de ahondar en los planteos existencialistas y dilemas morales. Incluso, comedias como Space Jam (1996), supieron aprovechar el aspecto lúdico que plantea la posible existencia de universos similares al nuestro pero impregnados de infinitos detalles, variaciones y combinaciones. Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo En los últimos tiempos, lo que entendemos como multiverso parece haber quedado reducido al boom de blockbusters que Marvel Studios estrena año tras año, de manera tal que resulta imposible nombrar aquel término sin que el espectador promedio lo asocie a dicho fenómeno de entretenimiento y los cómics que estos adaptan. Es en este contexto que A24, la productora insignia del cine independiente anglosajón actual, decide lanzar como respuesta su propia versión del multiverso, en tono humorístico irreverente y junto a aquel sinónimo de éxito dentro de la franquicia Marvel como han sido los Hermanos Russo (Avengers: Infinity War, 2018), quienes ejercen aquí su faceta de productores. Dirigida y escrita por Daniels -la dupla integrada por Daniel Kwan y Daniel Scheinert, responsables de la comedia Swiss Army Man (2016)- Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo (Everything Everywhere All at Once, 2022) se abre como un desfile de despliegue técnico, desaforadas coreografías de acción, referencias hasta el agobio y chistes escatológicos y sexuales dignos de estudiantado. Un combo más interesado en el efectismo que en hilar una historia sólida que, a fin de cuentas, tenga algo interesante para decir. Vacío en todas partes todo el tiempo La película presenta a una familia de inmigrantes chinos dueños de una lavandería en California que deben enfrentar ciertas deudas para seguir manteniendo el negocio a flote. Entretanto, la matriarca Evelyn Wang (interpretada por la reconocida Michelle Yeoh de El Tigre y el Dragón), tiene que lidiar también con un marido despistado (Ke Huy Quan, el niño de Indiana Jones y el templo de la perdición) y un matrimonio en crisis, la visita de su padre anciano (James Hong de Blade Runner), que parece no haber perdonado su temprana huida del seno familiar en su China natal y su hija, Joy (Stephanie Hsu), una adolescente profundamente angustiada con la que le resulta imposible relacionarse y, más aún, aceptar su orientación sexual y su nueva pareja. El día en que Evelyn y su esposo Waymond llegan al Departamento de Hacienda y son atendidos por una hosca auditora (la siempre hilarante y rendidora Jamie Lee Curtis) que pretende clausurar su negocio familiar, la protagonista es sorprendida por una versión karateka de su marido proveniente de otro universo quien le revela que ella es la única que puede salvar al multiverso de ser destruido a manos de una villana llamada Jobu Tupaki. Dividida en tres partes, Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo escapa de su melodrama inicial para insertarse rápidamente en un relato caótico sin pies ni cabeza. Bajo un ritmo desenfrenado, la cámara sigue a la heroína en sus múltiples transformaciones (más bien, adquisiciones de los talentos de las otras Evelyn de las dimensiones paralelas) que saca de la galera mediante absurdas maniobras para combatir a Jobu y sus secuaces. El resultado en cuestión es un fast food de acrobacias y estímulos sofocante que, a falta de un guion inteligente con recursos narrativos, apuesta por la acumulación ad infinitum, la suntuosidad y el caos constante. Es evidente que de los mismos creadores de la película de Daniel Radcliffe como un cadáver flatulento, nadie esperaba un tratamiento serio, profundo, ni mucho menos filosófico alrededor de la temática de infinitas posibilidades. Aun así, surge un pequeño intento reflexivo en el último tramo a modo de moraleja que, por supuesto, cae en el cliché y en el sentimentalismo Kodak. Bien recibida en la taquilla internacional, Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo posiblemente continúe cosechando más adherentes en su estreno en el país, sobre todo teniendo en cuenta que el solo sello de A24 ya ha alentado el fervor en redes sociales. Queda por ver si aquella efervescencia permanecerá o, digna de los tiempos que corren, será olvidada a corto plazo por otro producto con mejor marketing.
Si hay un actor que posee la indiscutible potestad de “vengador del cine” ese no es otro que Liam Neeson. El sello del interprete británico de 69 años ha quedado grabado a fuego a través diversas películas de acción, en donde supo ser mafioso, marino, ladrón, camionero, entre otros. Search Alta Peli CRÍTICASAsesino sin Memoria (REVIEW) By Giuliana Bleeker Published on 23/05/2022 Liam Neeson vuelve a su zona de confort con Asesino sin Memoria, una película poco inspirada y repleta de clichés. Crítica, a continuación. Si hay un actor que posee la indiscutible potestad de “vengador del cine” ese no es otro que Liam Neeson. El sello del interprete británico de 69 años ha quedado grabado a fuego a través diversas películas de acción, en donde supo ser mafioso, marino, ladrón, camionero, entre otros. Sus recordados papeles como ex agente de la CIA al rescate de su hija en Búsqueda Implacable (2008), villano de comics en Batman Inicia (2005) y hasta Maestro Jedi en Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma (1999), han hecho de Neeson una cara familiar y confiable de tanque hollywoodense. Un talento indiscutible que le valió poder incursionar en todos los géneros y trabajar con autores de la talla de Steven Spielberg y Martin Scorsese en La Lista de Schindler (1993) y Silencio (2016), respectivamente. Search Alta Peli CRÍTICASAsesino sin Memoria (REVIEW) By Giuliana Bleeker Published on 23/05/2022 Liam Neeson vuelve a su zona de confort con Asesino sin Memoria, una película poco inspirada y repleta de clichés. Crítica, a continuación. Si hay un actor que posee la indiscutible potestad de “vengador del cine” ese no es otro que Liam Neeson. El sello del interprete británico de 69 años ha quedado grabado a fuego a través diversas películas de acción, en donde supo ser mafioso, marino, ladrón, camionero, entre otros. Sus recordados papeles como ex agente de la CIA al rescate de su hija en Búsqueda Implacable (2008), villano de comics en Batman Inicia (2005) y hasta Maestro Jedi en Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma (1999), han hecho de Neeson una cara familiar y confiable de tanque hollywoodense. Un talento indiscutible que le valió poder incursionar en todos los géneros y trabajar con autores de la talla de Steven Spielberg y Martin Scorsese en La Lista de Schindler (1993) y Silencio (2016), respectivamente. En esta ocasión, el sexagenario demuestra estar más enérgico que nunca y regresa a la gran pantalla con Asesino sin Memoria (Memory; 2022), un intrascendente y fallido thriller de acción dirigido por el neozelandés Martin Campbell (Casino Royale; Linterna Verde) y basado en la novela belga De Zaak Alzheimer de Jef Geeraerts. Asesino con códigos La película transcurre en El Paso, Texas, y presenta a Alex Lewis (Neeson), un hitman de larga data y cierto prestigio que comienza a mostrar los primeros signos de decrepitud producto de un alzhéimer galopante. Cuando la organización criminal para la que trabaja le ordena a Alex asesinar a una niña latina de 13 años (Mia Sánchez), testigo clave de una red de tráfico sexual, el protagonista decide renunciar a último momento, transformándose en una nueva presa de la mafia. Mientras desde las sombras intenta resguardar su vida al mismo tiempo que evita que otro sicario complete su misión, el agente del FBI Vincent Serra (Guy Pearce) y dos de sus colegas trabajan arduamente en el caso. Las pistas que va dejando Lewis detrás de cada homicidio serán de vital importancia para que el equipo de Serra conecte todas las fichas y desenmascare finalmente al grupo mafioso, que parece extenderse hasta el seno de una poderosa familia de magnates liderada por Davana Sealman (Monica Bellucci). Search Alta Peli CRÍTICASAsesino sin Memoria (REVIEW) By Giuliana Bleeker Published on 23/05/2022 Liam Neeson vuelve a su zona de confort con Asesino sin Memoria, una película poco inspirada y repleta de clichés. Crítica, a continuación. Si hay un actor que posee la indiscutible potestad de “vengador del cine” ese no es otro que Liam Neeson. El sello del interprete británico de 69 años ha quedado grabado a fuego a través diversas películas de acción, en donde supo ser mafioso, marino, ladrón, camionero, entre otros. Sus recordados papeles como ex agente de la CIA al rescate de su hija en Búsqueda Implacable (2008), villano de comics en Batman Inicia (2005) y hasta Maestro Jedi en Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma (1999), han hecho de Neeson una cara familiar y confiable de tanque hollywoodense. Un talento indiscutible que le valió poder incursionar en todos los géneros y trabajar con autores de la talla de Steven Spielberg y Martin Scorsese en La Lista de Schindler (1993) y Silencio (2016), respectivamente. En esta ocasión, el sexagenario demuestra estar más enérgico que nunca y regresa a la gran pantalla con Asesino sin Memoria (Memory; 2022), un intrascendente y fallido thriller de acción dirigido por el neozelandés Martin Campbell (Casino Royale; Linterna Verde) y basado en la novela belga De Zaak Alzheimer de Jef Geeraerts. Asesino con códigos La película transcurre en El Paso, Texas, y presenta a Alex Lewis (Neeson), un hitman de larga data y cierto prestigio que comienza a mostrar los primeros signos de decrepitud producto de un alzhéimer galopante. Cuando la organización criminal para la que trabaja le ordena a Alex asesinar a una niña latina de 13 años (Mia Sánchez), testigo clave de una red de tráfico sexual, el protagonista decide renunciar a último momento, transformándose en una nueva presa de la mafia. Mientras desde las sombras intenta resguardar su vida al mismo tiempo que evita que otro sicario complete su misión, el agente del FBI Vincent Serra (Guy Pearce) y dos de sus colegas trabajan arduamente en el caso. Las pistas que va dejando Lewis detrás de cada homicidio serán de vital importancia para que el equipo de Serra conecte todas las fichas y desenmascare finalmente al grupo mafioso, que parece extenderse hasta el seno de una poderosa familia de magnates liderada por Davana Sealman (Monica Bellucci). Asesino sin Memoria, cuya historia ya había sido llevada al cine en 2003 a través del film belga The Memory of a Killer de Erik Van Looy, recurre a los tópicos, obviedades y estereotipos que hemos visto hasta el cansancio en este tipo de relatos. Esto es: un asesino a sueldo a prueba de balas que optando por lo correcto decide cambiarse de bando y enfrentar a sus enemigos, que van desde los típicos mexicanos indómitos hasta una elite pesimamente retratada. El elemento “nuevo” reside aquí en el trastorno de memoria que padece el protagonista y que, a falta de un sicario invencible como él o un policía mininamente ágil, podría ser aquello que frustre sus planes. En este sentido, no resulta casual la participación de Guy Pearce, quien interpretó a un hombre con alzhéimer que intentaba vengar el asesinato de su esposa en la destacada Memento (2000) de Christopher Nolan, y que sin duda representa aquí al personaje más sólido de la película. Pero lo verdaderamente incompetente de esta adaptación no tiene tanto que ver con su falta de originalidad -sin ir muy lejos, filmes como la anteriormente mencionada Búsqueda Implacable han apostado por el high concept y repetido fórmula con resultados satisfactorios- sino con la falta de vuelo narrativo y las inverosimilitudes con la que se cuenta. Search Alta Peli CRÍTICASAsesino sin Memoria (REVIEW) By Giuliana Bleeker Published on 23/05/2022 Liam Neeson vuelve a su zona de confort con Asesino sin Memoria, una película poco inspirada y repleta de clichés. Crítica, a continuación. Si hay un actor que posee la indiscutible potestad de “vengador del cine” ese no es otro que Liam Neeson. El sello del interprete británico de 69 años ha quedado grabado a fuego a través diversas películas de acción, en donde supo ser mafioso, marino, ladrón, camionero, entre otros. Sus recordados papeles como ex agente de la CIA al rescate de su hija en Búsqueda Implacable (2008), villano de comics en Batman Inicia (2005) y hasta Maestro Jedi en Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma (1999), han hecho de Neeson una cara familiar y confiable de tanque hollywoodense. Un talento indiscutible que le valió poder incursionar en todos los géneros y trabajar con autores de la talla de Steven Spielberg y Martin Scorsese en La Lista de Schindler (1993) y Silencio (2016), respectivamente. En esta ocasión, el sexagenario demuestra estar más enérgico que nunca y regresa a la gran pantalla con Asesino sin Memoria (Memory; 2022), un intrascendente y fallido thriller de acción dirigido por el neozelandés Martin Campbell (Casino Royale; Linterna Verde) y basado en la novela belga De Zaak Alzheimer de Jef Geeraerts. Asesino con códigos La película transcurre en El Paso, Texas, y presenta a Alex Lewis (Neeson), un hitman de larga data y cierto prestigio que comienza a mostrar los primeros signos de decrepitud producto de un alzhéimer galopante. Cuando la organización criminal para la que trabaja le ordena a Alex asesinar a una niña latina de 13 años (Mia Sánchez), testigo clave de una red de tráfico sexual, el protagonista decide renunciar a último momento, transformándose en una nueva presa de la mafia. Mientras desde las sombras intenta resguardar su vida al mismo tiempo que evita que otro sicario complete su misión, el agente del FBI Vincent Serra (Guy Pearce) y dos de sus colegas trabajan arduamente en el caso. Las pistas que va dejando Lewis detrás de cada homicidio serán de vital importancia para que el equipo de Serra conecte todas las fichas y desenmascare finalmente al grupo mafioso, que parece extenderse hasta el seno de una poderosa familia de magnates liderada por Davana Sealman (Monica Bellucci). Asesino sin Memoria, cuya historia ya había sido llevada al cine en 2003 a través del film belga The Memory of a Killer de Erik Van Looy, recurre a los tópicos, obviedades y estereotipos que hemos visto hasta el cansancio en este tipo de relatos. Esto es: un asesino a sueldo a prueba de balas que optando por lo correcto decide cambiarse de bando y enfrentar a sus enemigos, que van desde los típicos mexicanos indómitos hasta una elite pesimamente retratada. El elemento “nuevo” reside aquí en el trastorno de memoria que padece el protagonista y que, a falta de un sicario invencible como él o un policía mininamente ágil, podría ser aquello que frustre sus planes. En este sentido, no resulta casual la participación de Guy Pearce, quien interpretó a un hombre con alzhéimer que intentaba vengar el asesinato de su esposa en la destacada Memento (2000) de Christopher Nolan, y que sin duda representa aquí al personaje más sólido de la película. Pero lo verdaderamente incompetente de esta adaptación no tiene tanto que ver con su falta de originalidad -sin ir muy lejos, filmes como la anteriormente mencionada Búsqueda Implacable han apostado por el high concept y repetido fórmula con resultados satisfactorios- sino con la falta de vuelo narrativo y las inverosimilitudes con la que se cuenta. La dirección de Martin Campbell tampoco hace mucho por marcar la diferencia. Las escenas de acción convencionales, hechas en piloto automático, las tomas en edificios y bares que parecen sacadas de una publicidad y la falta de atención hacía los aspectos relevantes, dan cuenta de lo poco inspirado que estaba el realizador. Hasta Neeson, quien con su fiel magnetismo hace malabares para mantener viva a la pantalla durante casi dos horas, no parece sentirse del todo cómodo en este papel. Un personaje rico pero desarrollado de manera tan plana y torpe que poco se introduce en la cuestión moral del personaje, así como tampoco intenta jugar ingeniosamente con el laberinto mental tan crítico en el que se ve sumergido debido a su enfermedad. Search Alta Peli CRÍTICASAsesino sin Memoria (REVIEW) By Giuliana Bleeker Published on 23/05/2022 Liam Neeson vuelve a su zona de confort con Asesino sin Memoria, una película poco inspirada y repleta de clichés. Crítica, a continuación. Si hay un actor que posee la indiscutible potestad de “vengador del cine” ese no es otro que Liam Neeson. El sello del interprete británico de 69 años ha quedado grabado a fuego a través diversas películas de acción, en donde supo ser mafioso, marino, ladrón, camionero, entre otros. Sus recordados papeles como ex agente de la CIA al rescate de su hija en Búsqueda Implacable (2008), villano de comics en Batman Inicia (2005) y hasta Maestro Jedi en Star Wars Episodio I: La Amenaza Fantasma (1999), han hecho de Neeson una cara familiar y confiable de tanque hollywoodense. Un talento indiscutible que le valió poder incursionar en todos los géneros y trabajar con autores de la talla de Steven Spielberg y Martin Scorsese en La Lista de Schindler (1993) y Silencio (2016), respectivamente. En esta ocasión, el sexagenario demuestra estar más enérgico que nunca y regresa a la gran pantalla con Asesino sin Memoria (Memory; 2022), un intrascendente y fallido thriller de acción dirigido por el neozelandés Martin Campbell (Casino Royale; Linterna Verde) y basado en la novela belga De Zaak Alzheimer de Jef Geeraerts. Asesino con códigos La película transcurre en El Paso, Texas, y presenta a Alex Lewis (Neeson), un hitman de larga data y cierto prestigio que comienza a mostrar los primeros signos de decrepitud producto de un alzhéimer galopante. Cuando la organización criminal para la que trabaja le ordena a Alex asesinar a una niña latina de 13 años (Mia Sánchez), testigo clave de una red de tráfico sexual, el protagonista decide renunciar a último momento, transformándose en una nueva presa de la mafia. Mientras desde las sombras intenta resguardar su vida al mismo tiempo que evita que otro sicario complete su misión, el agente del FBI Vincent Serra (Guy Pearce) y dos de sus colegas trabajan arduamente en el caso. Las pistas que va dejando Lewis detrás de cada homicidio serán de vital importancia para que el equipo de Serra conecte todas las fichas y desenmascare finalmente al grupo mafioso, que parece extenderse hasta el seno de una poderosa familia de magnates liderada por Davana Sealman (Monica Bellucci). Asesino sin Memoria, cuya historia ya había sido llevada al cine en 2003 a través del film belga The Memory of a Killer de Erik Van Looy, recurre a los tópicos, obviedades y estereotipos que hemos visto hasta el cansancio en este tipo de relatos. Esto es: un asesino a sueldo a prueba de balas que optando por lo correcto decide cambiarse de bando y enfrentar a sus enemigos, que van desde los típicos mexicanos indómitos hasta una elite pesimamente retratada. El elemento “nuevo” reside aquí en el trastorno de memoria que padece el protagonista y que, a falta de un sicario invencible como él o un policía mininamente ágil, podría ser aquello que frustre sus planes. En este sentido, no resulta casual la participación de Guy Pearce, quien interpretó a un hombre con alzhéimer que intentaba vengar el asesinato de su esposa en la destacada Memento (2000) de Christopher Nolan, y que sin duda representa aquí al personaje más sólido de la película. Pero lo verdaderamente incompetente de esta adaptación no tiene tanto que ver con su falta de originalidad -sin ir muy lejos, filmes como la anteriormente mencionada Búsqueda Implacable han apostado por el high concept y repetido fórmula con resultados satisfactorios- sino con la falta de vuelo narrativo y las inverosimilitudes con la que se cuenta. La dirección de Martin Campbell tampoco hace mucho por marcar la diferencia. Las escenas de acción convencionales, hechas en piloto automático, las tomas en edificios y bares que parecen sacadas de una publicidad y la falta de atención hacía los aspectos relevantes, dan cuenta de lo poco inspirado que estaba el realizador. Hasta Neeson, quien con su fiel magnetismo hace malabares para mantener viva a la pantalla durante casi dos horas, no parece sentirse del todo cómodo en este papel. Un personaje rico pero desarrollado de manera tan plana y torpe que poco se introduce en la cuestión moral del personaje, así como tampoco intenta jugar ingeniosamente con el laberinto mental tan crítico en el que se ve sumergido debido a su enfermedad. En Asesino sin Memoria todo es lineal, obvio y vacuo. Ni hablar de Bellucci, quizá el mayor desperdicio de esta película, quien se desempeña como una magnate inmobiliaria seductora pero carente de astucia y misterio que apenas sale de su oficina en las contadas escenas que aparece. Al final de cuentas, Asesino sin Memoria lo único destacable que logra es que el público se conecte con el título, ya que se trata de otra película de acción destinada al olvido.
La polémica historia y trágica muerte de la princesa Diana de Gales no ha dejado a nadie indiferente a lo largo de los años. El suceso de la serie The Crown de Netflix y el último gran escándalo de la Corona británica que terminó con el Príncipe Harry (hijo menor de Diana) y su esposa, la actriz Meghan Markle, renunciando a sus títulos reales en 2021, han vuelto a depositar la mirada de los medios y el público curioso sobre las miserias y secretos de la familia aristocrática. En esta ocasión, se trata de un recorte muy preciso acerca de las presiones de la institución, la infidelidad y el acoso mediático que llevaron al deterioro de la salud física y mental de Diana Spencer. El elegido para llevar a cabo este retrato es el director chileno Pablo Larraín, conocido por su estilo transgresor con el que ha brillado en filmes como No (2012), un experimento de estética vintage televisiva entre documental y ficción histórica sobre el plebiscito que acabó con la dictadura de Augusto Pinochet, y El Club (2015), en donde exponía con un tono ácido y una lograda atmósfera incómoda y claustrofóbica los abusos encubiertos por la Iglesia Católica en su país. Buscar Alta Peli CRÍTICASSpencer, de Pablo Larraín (REVIEW) por Giuliana Bleeker publicada el 17/02/2022 El chileno Pablo Larraín lleva a la pantalla las vivencias de Lady Di en Spencer, un estudio psicológico inquietante y elegante sobre una mujer consumida por la represión. Crítica, a continuación. La polémica historia y trágica muerte de la princesa Diana de Gales no ha dejado a nadie indiferente a lo largo de los años. El suceso de la serie The Crown de Netflix y el último gran escándalo de la Corona británica que terminó con el Príncipe Harry (hijo menor de Diana) y su esposa, la actriz Meghan Markle, renunciando a sus títulos reales en 2021, han vuelto a depositar la mirada de los medios y el público curioso sobre las miserias y secretos de la familia aristocrática. En esta ocasión, se trata de un recorte muy preciso acerca de las presiones de la institución, la infidelidad y el acoso mediático que llevaron al deterioro de la salud física y mental de Diana Spencer. El elegido para llevar a cabo este retrato es el director chileno Pablo Larraín, conocido por su estilo transgresor con el que ha brillado en filmes como No (2012), un experimento de estética vintage televisiva entre documental y ficción histórica sobre el plebiscito que acabó con la dictadura de Augusto Pinochet, y El Club (2015), en donde exponía con un tono ácido y una lograda atmósfera incómoda y claustrofóbica los abusos encubiertos por la Iglesia Católica en su país. Al igual que con Jackie (2016), su biopic centrada en la figura atormentada de Jackeline Kennedy mientras rememora en una entrevista el reciente asesinato de su marido, el ex presidente JFK, el cineasta decide ambientar Spencer durante un momento clave de la historia familiar: la tensa Navidad de 1991, en donde la Princesa de Gales decide poner punto final a su matrimonio convulso con el Príncipe Carlos. Spencer, un retorcido cuento de hadas Mientras la familia real se dispone a pasar los tres días de celebración de Navidad en la inmensa mansión de campo repleta de hectáreas de Sandringham Estate, en Norfolk, la princesa Diana (Kristen Stewart, recientemente nominada al Oscar por este papel) se muestra desorientada conduciendo su propio auto sin custodia e incluso escapando de los límites de la campiña. A pocos metros de la mansión, el antiguo hogar en ruinas de los Spencer, en donde fue criada, la atrae como un misterioso imán, un símbolo de aquella libertad a la que renunció hace ya mucho tiempo y de su estado mental en decadencia. «Acá no existe el futuro, pasado y presente son lo mismo«, desliza la princesa hacia sus niños, William (Jack Nielen) y Harry (Freddie Spry), en una clara expresión del estatismo en el que la tradición aristocrática los ha atrapado. Buscar Alta Peli CRÍTICASSpencer, de Pablo Larraín (REVIEW) por Giuliana Bleeker publicada el 17/02/2022 El chileno Pablo Larraín lleva a la pantalla las vivencias de Lady Di en Spencer, un estudio psicológico inquietante y elegante sobre una mujer consumida por la represión. Crítica, a continuación. La polémica historia y trágica muerte de la princesa Diana de Gales no ha dejado a nadie indiferente a lo largo de los años. El suceso de la serie The Crown de Netflix y el último gran escándalo de la Corona británica que terminó con el Príncipe Harry (hijo menor de Diana) y su esposa, la actriz Meghan Markle, renunciando a sus títulos reales en 2021, han vuelto a depositar la mirada de los medios y el público curioso sobre las miserias y secretos de la familia aristocrática. En esta ocasión, se trata de un recorte muy preciso acerca de las presiones de la institución, la infidelidad y el acoso mediático que llevaron al deterioro de la salud física y mental de Diana Spencer. El elegido para llevar a cabo este retrato es el director chileno Pablo Larraín, conocido por su estilo transgresor con el que ha brillado en filmes como No (2012), un experimento de estética vintage televisiva entre documental y ficción histórica sobre el plebiscito que acabó con la dictadura de Augusto Pinochet, y El Club (2015), en donde exponía con un tono ácido y una lograda atmósfera incómoda y claustrofóbica los abusos encubiertos por la Iglesia Católica en su país. Al igual que con Jackie (2016), su biopic centrada en la figura atormentada de Jackeline Kennedy mientras rememora en una entrevista el reciente asesinato de su marido, el ex presidente JFK, el cineasta decide ambientar Spencer durante un momento clave de la historia familiar: la tensa Navidad de 1991, en donde la Princesa de Gales decide poner punto final a su matrimonio convulso con el Príncipe Carlos. Spencer, un retorcido cuento de hadas Mientras la familia real se dispone a pasar los tres días de celebración de Navidad en la inmensa mansión de campo repleta de hectáreas de Sandringham Estate, en Norfolk, la princesa Diana (Kristen Stewart, recientemente nominada al Oscar por este papel) se muestra desorientada conduciendo su propio auto sin custodia e incluso escapando de los límites de la campiña. A pocos metros de la mansión, el antiguo hogar en ruinas de los Spencer, en donde fue criada, la atrae como un misterioso imán, un símbolo de aquella libertad a la que renunció hace ya mucho tiempo y de su estado mental en decadencia. «Acá no existe el futuro, pasado y presente son lo mismo«, desliza la princesa hacia sus niños, William (Jack Nielen) y Harry (Freddie Spry), en una clara expresión del estatismo en el que la tradición aristocrática los ha atrapado. La realeza se ha percatado de su rebeldía y ordena al Mayor Gregory (Timothy Spall) vigilarla de cerca para evitar algún nuevo escándalo que atraiga a la prensa. Prisionera en su cárcel de porcelana, Diana solo confía en su dama de honor, Maggie (Sally Hawkins), con quien no teme develar la furia y angustia que le provoca la farsa de la tradición y la familia frente a la traición abierta de su marido, Carlos (Jack Farthing), con su amante, Camilla Parker Bowles. Como una bomba de tiempo, la tensión constante se hace latente en lo más profundo del interior de Diana, lo que parece conducirla hacia un punto de no retorno. Buscar Alta Peli CRÍTICASSpencer, de Pablo Larraín (REVIEW) por Giuliana Bleeker publicada el 17/02/2022 El chileno Pablo Larraín lleva a la pantalla las vivencias de Lady Di en Spencer, un estudio psicológico inquietante y elegante sobre una mujer consumida por la represión. Crítica, a continuación. La polémica historia y trágica muerte de la princesa Diana de Gales no ha dejado a nadie indiferente a lo largo de los años. El suceso de la serie The Crown de Netflix y el último gran escándalo de la Corona británica que terminó con el Príncipe Harry (hijo menor de Diana) y su esposa, la actriz Meghan Markle, renunciando a sus títulos reales en 2021, han vuelto a depositar la mirada de los medios y el público curioso sobre las miserias y secretos de la familia aristocrática. En esta ocasión, se trata de un recorte muy preciso acerca de las presiones de la institución, la infidelidad y el acoso mediático que llevaron al deterioro de la salud física y mental de Diana Spencer. El elegido para llevar a cabo este retrato es el director chileno Pablo Larraín, conocido por su estilo transgresor con el que ha brillado en filmes como No (2012), un experimento de estética vintage televisiva entre documental y ficción histórica sobre el plebiscito que acabó con la dictadura de Augusto Pinochet, y El Club (2015), en donde exponía con un tono ácido y una lograda atmósfera incómoda y claustrofóbica los abusos encubiertos por la Iglesia Católica en su país. Al igual que con Jackie (2016), su biopic centrada en la figura atormentada de Jackeline Kennedy mientras rememora en una entrevista el reciente asesinato de su marido, el ex presidente JFK, el cineasta decide ambientar Spencer durante un momento clave de la historia familiar: la tensa Navidad de 1991, en donde la Princesa de Gales decide poner punto final a su matrimonio convulso con el Príncipe Carlos. Spencer, un retorcido cuento de hadas Mientras la familia real se dispone a pasar los tres días de celebración de Navidad en la inmensa mansión de campo repleta de hectáreas de Sandringham Estate, en Norfolk, la princesa Diana (Kristen Stewart, recientemente nominada al Oscar por este papel) se muestra desorientada conduciendo su propio auto sin custodia e incluso escapando de los límites de la campiña. A pocos metros de la mansión, el antiguo hogar en ruinas de los Spencer, en donde fue criada, la atrae como un misterioso imán, un símbolo de aquella libertad a la que renunció hace ya mucho tiempo y de su estado mental en decadencia. «Acá no existe el futuro, pasado y presente son lo mismo«, desliza la princesa hacia sus niños, William (Jack Nielen) y Harry (Freddie Spry), en una clara expresión del estatismo en el que la tradición aristocrática los ha atrapado. La realeza se ha percatado de su rebeldía y ordena al Mayor Gregory (Timothy Spall) vigilarla de cerca para evitar algún nuevo escándalo que atraiga a la prensa. Prisionera en su cárcel de porcelana, Diana solo confía en su dama de honor, Maggie (Sally Hawkins), con quien no teme develar la furia y angustia que le provoca la farsa de la tradición y la familia frente a la traición abierta de su marido, Carlos (Jack Farthing), con su amante, Camilla Parker Bowles. Como una bomba de tiempo, la tensión constante se hace latente en lo más profundo del interior de Diana, lo que parece conducirla hacia un punto de no retorno. Escrito por el guionista y director Steven Knight (Locke; Peaky Blinders), el filme se alza como un psicodrama intimista y cuidado que juega también con el thriller e inquieta al espectador sobre cada paso de aquella protagonista al borde del colapso. Haciendo uso de una fotografía en tonos claroscuros y las partituras trémulas y melodramáticas del gran Jonny Greenwood (The Master; Phantom Thread), la película luce como una fábula oscura y elegante en donde la mansión recuerda a aquellas fantasmagóricas historias como la del clásico The Innocents (1961). Los planos largos del gélido y nebuloso campo británico que se abre como un infierno inconmensurable, así como los primerísimos primeros planos casi asfixiantes de Diana, como bien nos tiene acostumbrados el director, potencian los sentimientos que el relato busca transmitir. Las similitudes entre Jackie y Spencer se hacen patentes y no es de extrañar que Larraín haya vuelto a apostar por una biopic atípica, con decisiones estéticas que crean todo un microcosmos terrorífico, para introducirse en la psiquis de esta mujer perdida, enferma y a punto de llevar a cabo una dura transición, entretanto intenta contener un proceso de autodestrucción debajo de sus vestidos y trajes lujosos. En este sentido, el trastorno alimenticio real que padecía la princesa es ilustrado de una manera perturbadora y casi surrealista, con Diana purgando aquel ampuloso banquete de la Corona como una metáfora de su necesidad incontrolable de despojarse de esa vida. Mientras que la Jackie Kennedy de Natalie Portman aún mantenía el decoro y sus estrategias de manipulación en medio del calvario, Stewart se muestra soberbia, poniéndole todo el cuerpo a un personaje frágil, desesperanzado y agobiado que hace que el espectador pueda ponerse unos minutos en la misma piel y empatizar con aquella sensación de sometimiento y alienación. Spencer presenta una visión desgarradora y genuina de una figura icónica que más que develar la persona de carne y hueso detrás de los muros del castillo, se alza como un interesante estudio de personajes y una radiografía del sufrimiento ejecutada con precisión visual.
La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. CRÍTICASPetite Maman (REVIEW) Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021 por Giuliana Bleeker publicada el 16/12/2021 La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación. La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista. Juguemos en el bosque Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle. CRÍTICASPetite Maman (REVIEW) Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021 por Giuliana Bleeker publicada el 16/12/2021 La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación. La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista. Juguemos en el bosque Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle. Cuando la mamá desaparece del hogar sin avisar, dejándola al cuidado de su progenitor (Stéphane Varupenne), Nelly conoce en el bosque lindero a una niña de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), quien se aventura a construir su propia cabaña a base de ramas de árboles. Aunque Marion desconoce totalmente la naturaleza mágica de este encuentro, Nelly sabe que esa nena de rasgos tan parecidos a los suyos no es otra que su mamá. Como en un cuento para niños, la directora se propone introducirnos en este fantástico mundo repleto de paisajes idílicos, aventuras y secretos siempre desde el punto de vista de su pequeña protagonista. Un microcosmos que bebe tanto de la influencia del surrealismo como del realismo mágico, con sus entornos cotidianos y familiares en donde el elemento maravilloso, aquí el supuesto viaje en el tiempo, es ejecutado de la manera más simple y natural posible. Toda una master class para aquellos directores actuales que no pueden concebir el hecho de cuestionar la naturaleza de la realidad sin la incorporación de grandilocuentes efectos especiales. A partir de una atmósfera de ensueño bellamente lograda que recuerda a las películas de Studio Ghibli, en donde se destaca la fotografía en tonos otoñales y el uso de la luz que se filtra por las ventanas y a veces parece surgir de los propios rostros de los personajes, las niñas construyen una complicidad única entre juegos y confesiones. Una conexión tan especial que evidencia credulidad y cierto lirismo que traspasa la pantalla, en parte, gracias a la elección de las gemelas Sanz, quienes parecen divertirse mientras cocinan unos improbables panqueques como si no hubiese ninguna cámara a su alrededor. No hay duda que ellas representan el gran hallazgo de Petite Maman, a la que Sciamma le añade su simbología y sutileza visual. CRÍTICASPetite Maman (REVIEW) Crítica realizada durante el 36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, originalmente publicada el 20/11/2021 por Giuliana Bleeker publicada el 16/12/2021 La directora de la celebrada Retrato de una Mujer en Llamas vuelve a la gran pantalla con Petite Maman, una historia sencilla e intimista contada desde la óptica ensoñadora de la mirada infantil. Crítica, a continuación. La filmografía de la francesa Céline Sciamma se ha convertido en toda una inspiración para las nuevas generaciones de cineastas que buscan construir universos propios desde una sutileza y un impacto emocional que permita hackear viejos esquemas. Las mujeres y los niños, sujetos históricamente vulnerados, constituyen los protagonistas de sus relatos. Historias en donde la perspectiva de género, el poder de los gestos y las miradas, la necesidad de libertad y el deseo, se vuelven parte vital de la trama. El amor lésbico, tema presente en su ópera prima Lirios de Agua (2007), tomó un nuevo relieve tras el lanzamiento de su opus Retrato de una Mujer en Llamas (2019), drama de época ganador de múltiples premios en donde la directora juega con la puesta en escena, la luz natural y la soberbia fotografía pictórica de Claire Mathon, que hace de cada plano un cuadro. Fue con esta película preciosista que Sciamma se propuso romper con la relación asimétrica de poder entre el artista y la musa, otorgándole a esta última un papel activo en el proceso creativo, desterrando así los estereotipos y permitiendo pensar al arte como un todo colectivo. En esta oportunidad, Céline Sciamma regresa al mundo de la niñez como ya lo había hecho en su reconocida Tomboy (2011), film que aborda la construcción de la identidad, pero esta vez para narrar una tierna fábula que une lazos familiares entre tres generaciones de mujeres. Se trata de Petite Maman, una obra mucho más modesta que su antecesora pero fiel a su estilo simbólico e intimista. Juguemos en el bosque Nelly (Josephine Sanz) es una inteligente e imaginativa niña de ocho años que acaba de perder a su abuela materna. Atravesada por la tristeza de no haber podido despedirse de la manera que quería, acompaña a su mamá (Nina Mourisse) a la casa de su infancia con el fin de empacar sus polvorientas pertenencias y despedirse definitivamente de ella. Allí, entre viejos cuadernos de escuela y juguetes, la niña comienza a conectarse con aquellos detalles del pasado de su madre que siente que ella obvia contarle. Cuando la mamá desaparece del hogar sin avisar, dejándola al cuidado de su progenitor (Stéphane Varupenne), Nelly conoce en el bosque lindero a una niña de su misma edad, Marion (Gabrielle Sanz), quien se aventura a construir su propia cabaña a base de ramas de árboles. Aunque Marion desconoce totalmente la naturaleza mágica de este encuentro, Nelly sabe que esa nena de rasgos tan parecidos a los suyos no es otra que su mamá. Como en un cuento para niños, la directora se propone introducirnos en este fantástico mundo repleto de paisajes idílicos, aventuras y secretos siempre desde el punto de vista de su pequeña protagonista. Un microcosmos que bebe tanto de la influencia del surrealismo como del realismo mágico, con sus entornos cotidianos y familiares en donde el elemento maravilloso, aquí el supuesto viaje en el tiempo, es ejecutado de la manera más simple y natural posible. Toda una master class para aquellos directores actuales que no pueden concebir el hecho de cuestionar la naturaleza de la realidad sin la incorporación de grandilocuentes efectos especiales. A partir de una atmósfera de ensueño bellamente lograda que recuerda a las películas de Studio Ghibli, en donde se destaca la fotografía en tonos otoñales y el uso de la luz que se filtra por las ventanas y a veces parece surgir de los propios rostros de los personajes, las niñas construyen una complicidad única entre juegos y confesiones. Una conexión tan especial que evidencia credulidad y cierto lirismo que traspasa la pantalla, en parte, gracias a la elección de las gemelas Sanz, quienes parecen divertirse mientras cocinan unos improbables panqueques como si no hubiese ninguna cámara a su alrededor. No hay duda que ellas representan el gran hallazgo de Petite Maman, a la que Sciamma le añade su simbología y sutileza visual. La antigua casa familiar, ahora con sus habitaciones silenciosas y los muebles ocultos en sábanas blancas, simboliza a la perfección aquel vacío dejado tras la partida de la abuela y que luego se repite con el alejamiento repentino de una madre que aún no puede procesar el duelo, una situación no del todo comprensible para una niña de ocho años. Ese hueco, que será llenado luego con aquel fantasmal descubrimiento, permite a Nelly acercarse a su madre de la manera más pura posible: conociendo sus miedos, sus talentos y deseos ocultos. Es por medio de lo lúdico, de la igualdad de poder, que Nelly puede deducir cómo esa niña solitaria y creativa que juega a crear sus propias obras de teatro se convirtió en aquella mujer de ojos melancólicos. Petite Maman es un film que explora el tema de la irreversible pérdida y su aceptación, pero también el misterio de lo no dicho, la memoria y la importancia de la identidad. Una obra sencilla, sin muchas pretensiones, que consigue con sus apenas 72 minutos tocar la fibra emocional del espectador y transportarlo a un plano tan universal como acogedor.
El cine de Ridley Scott quizá sea más reconocido en la escena mainstream por su espectacularidad y su estilo visual que por lo que logra cuando se adentra en dilemas morales y aquello que toca la fibra más humana de sus personajes. El director de gemas como Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982), sabe perfectamente cómo camuflar de pochoclos relatos que plantean un redescubrimiento del mundo por parte de sus protagonistas y que permiten profundizar en temas como los peligros del «progreso» humano, la finitud de la vida, la libertad y, por supuesto también, la violencia machista. Así es como, en esta oportunidad, nos encontramos ante otro film cuyo diseño de producción grandilocuente es solo una excusa para contar un drama intimista, que se cuece a fuego lento y que tiene como objetivo una revisión, justa y realista, de un hecho histórico. Luego de cuatro años alejado de la gran pantalla, en donde supo lucirse con dramas televisivos como The Terror, Scott vuelve al ruedo en El Último Duelo (The Last Duel), presentada fuera de concurso en la última edición del Festival de Cine de Venecia. El cineasta británico cierra de alguna forma un ciclo con otro relato impregnado por aquel viejo ritual masculino en defensa del honor, como ya lo había hecho en su ópera prima, Los Duelistas (1977). Sin embargo, aquí Scott decide hacer foco en la ancestral violencia patriarcal mediante un relato verídico que conversa muy bien con las actuales denuncias de las mujeres en el mundo. Todo sea por el honor (el de ellos) Ambientada en el año 1386 en París, durante la turbulenta época de la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, El Último Duelo presenta a Jean De Carrouges (interpretado por Matt Damon), un caballero sin descendencia y sofocado por la crisis económica que ha perdido el status que su apellido solía otorgarle. Su amigo y compañero, el escudero Jacques Le Gris (Adam Driver), es el encargado de visitarlo para exigirle que pague sus deudas a la corona. Mientras Le Gris toma cada vez más poder a partir de su vínculo con el hedonista Conde Pierre d’Alençon (Ben Affleck), Jean decide resolver sus problemas financieros y para ello se casa nuevamente con una bella e inteligente joven llamada Marguerite (Jodie Comer), haciéndose así con las tierras de su familia. Tras librar una batalla en Escocia, De Carrouges regresa a su hogar y se entera por boca de su esposa que, en su ausencia, Le Gris ha aprovechado para violarla. Aquella situación lleva al caballero a pedirle al Rey Carlos VI que le permita recuperar su honor ultrajado a través de un duelo con espadas entre él y su antiguo colega. La nueva película de Scott (quien este año estrena también La Casa Gucci), está basada en el libro homónimo de Eric Jager y narra la historia real del famoso duelo que acabó con todos los duelos. Una historia quizá desconocida en nuestra región pero que en Francia forma parte del acervo cultural y suele ser citada en múltiples debates. El film, además, cuenta con un guion escrito en conjunto entre la novelista Nicole Holofcener, Affleck y Damon, estos dos últimos reunidos nuevamente para la escritura tras su oscarizado guion en En Busca del Destino (1997) de Gus van Sant. La referencia obvia a la que alude El Último Duelo es Rashomon (1950), obra maestra de Akira Kurosawa. Su estructura clásica, dividida en 3 capítulos, en donde cada uno cuenta la misma historia pero desde la perspectiva única de los tres protagonistas, podría haber sido una buena herramienta. Lejos de la ambigüedad y el excelente manejo del suspenso que presentaba el film de Kurosawa, la narrativa de El Último Duelo solo se limita a emular la estructura sin jugar nunca psicológicamente con la cuestión crucial del relato: la violación de Marguerite. Algo que podría haber sido atractivo pero a lo que el director renuncia con toda vehemencia, presentando a uno de los capítulos como «La Verdad«. Ante la falta de riesgo, Ridley Scott ofrece a cambio un interesante drama épico y reflexivo en clave feminista, aunque innecesariamente repetitivo, con sus numerosos subrayados y su escasa economía del relato. Tampoco es que la representación del patriarcado y la masculinidad tóxica en un film ambientado en la edad media sea algo revelador para el público adulto al punto de necesitar tanta sobreexplicación en cada detalle. En el terreno de la acción, estamos ante una clásica obra de Scott, con su brillante pulso que mantiene la atención a pesar de su excesiva duración y los puntos flojos del guion. Las batallas quizá no ocupen tantos minutos de pantalla pero, cuando lo hacen, el cineasta regresa a su zona de confort con secuencias emocionantes que no se privan de la sangrienta violencia gráfica. Hay que decir que el film se beneficia desde el minuto cero por una correcta y realista ambientación de época, con majestuosos exteriores cubiertos de nieve, a la que acompaña una fotografía gélida en paletas azules. A sus 80 años, podemos afirmar que el director de Gladiador (2000) deja pedaleando en el aire a la mayoría de los blockbusters actuales saturados de CGI que valen fortunas pero cuyo dinero nunca se ve traducido en imágenes de calidad. Ridley, al igual que otros colegas taquilleros como Steven Spielberg, es un tipo que ha demostrado desde sus inicios que sabe cómo manejar grandes presupuestos y eso se nota. En cuanto a las actuaciones, siempre resulta grato ver a Matt Damon en acción y más cuando se trata de un papel que le permite mostrar diversas caras. Una performance correcta pero que fácilmente destaca ante un Adam Driver monótono, cuyo única expresión facial compite con el rubio noventoso de Ben Affleck por ver quien aporta menos a la trama. Por último, y no menos importante, Jodie Comer (a quien posiblemente hayan visto en Killing Eve), sorprende con un personaje estoico, desafiante, al que dota de cierta astucia silenciada. Queda claro que si el guion le hubiese permitido jugar más, podríamos estar hablando de Comer como la actuación femenina del año. En definitiva, podemos decir que El Último Duelo de Ridley Scott cumple al presentar una epopeya histórica bien ejecutada, inmersiva y técnicamente más que digna de visionado. No obstante, esta suerte de revisionismo con perspectiva de género carente de sutilezas y repetitiva, falla profundamente en su obsesión por guiar de la mano al espectador aclarando todo el tiempo lo que este tiene que pensar y sentir, subestimando su propia construcción.