Tiempo de guerra.
Dos jóvenes soldados británicos emprenden la misión de dirigirse al norte de Francia para prevenir a uno de sus batallones de una emboscada por parte del ejército alemán. Bajo esta premisa y punto de partida, el director Sam Mendes crea una sofisticada pieza de relojería en la cual el tiempo, la precisión y la fluidez de su desarrollo le dan forma al enorme despliegue técnico con el que escoge contar su historia. Dicha proeza técnica lleva consigo un excelente pulso de tensión temporal que no se detiene, al igual que los personajes y la cámara emulando un plano secuencia —o al menos dos. Sin embargo, esa pulsión constante es algo nula en relación a una historia que no tiene demasiado para decir, más sí para mostrar.
1917 es un film que encuentra su poderío de la mano de su director y de la leyenda de la dirección de fotografía (Roger Deakins). El trabajo autoral en pantalla es compartido por ambos en una muestra de sincronía y entendimiento del aspecto visual. La dirección de ambos le brinda ese desarrollo que se percibe imparable ante el paso del tiempo que se maneja entre las luces y sombras de los campos franceses y la odisea de todos los elementos que componen el campo cinematográfico siempre cambiante y todo lo que se halla en movimiento dentro de él. El cine es movimiento, y la marcha constante de estos soldados por lograr su cometido se ve plasmada de ello.
Los soldados Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay) conducen el recorrido de esta historia, siendo la cámara quien los sigue entre la pasividad rural y el caos bélico que los rodea y que debe ser atravesado por ellos. El registro fílmico describe con belleza estética el terreno a recorrer, el esplendor y la destrucción que tan solo puede apreciar en verdad el espectador, ya que los protagonistas solo tienen en mente la meta a cumplir, sin importar lo que encuentren a su paso. De manera inteligente, la dirección resalta todo lo que hay de fondo de estos soldados, y es así como se aprecia el clima gris que baña con su luz a los personajes y el camino, o la labor de otros soldados que se mueven apresuradamente o descansan por las sinuosas trincheras.
La excelente variedad de iluminación del trabajo de Deakins viene acompañado muchas veces de los casi imperceptibles cortes que dan lugar a que los hechos tomen lugar en distintos espacios. Es así como con la sutileza de su fluir pasa de exteriores a interiores donde el cambio de luz, la variedad tonal de una luminosidad fría a cálida de un segundo a otro, es lo que hace notorio el protagonismo fotográfico que se le brinda al film. Algo similar ocurre con la que es la mejor secuencia de todo el film, la cual enaltece la vitalidad artística con la que el trabajo es tratado.
Schofield despierta luego de una fuerte caída, lo que marca el corte más evidente a la mitad del metraje, permitiendo pasar del día a la noche. Cuando se lo encuentre una vez más en las afueras, todo el campo visual se ve descrito entre la oscuridad de la noche, solo iluminada por el fragor de las llamas y de las implosiones que atacan el territorio. La grandeza visual con la que la cámara recorre el entorno, delineando con cada estallido el cementerio arquitectónico en el que se encuentra el personaje, alcanza un mayor grado de perfección gracias a la banda sonora de Thomas Newman que termina de completar la maestría con la que estos eventos son contados.
No obstante, los momentos que invitan a ser más reflexivos o muchos de los episodios que se dan en la trama no poseen otro aspecto más que el hacer gala de su perfección técnica. La manera en que están tratados los personajes, la construcción de ellos se percibe cuasi unidimensional. El director pone en el centro de su film a dos actores no muy conocidos, haciendo que los actores más de renombre solo tengan breves apariciones en su trayecto, tales como Colin Firth, Andrew Scott, Mark Strong o Benedict Cumberbatch. Todos ellos cumpliendo el rol de altos mandos, como deslizando la interesante idea de que los actores experimentados tienen cargos importantes, y los jóvenes que recién empiezan afrontan el camino más difícil, en el caso de los soldados, ya que son mandados al matadero, lo que hace que se lamente el hecho de que estos nuevos actores, no sean aprovechados brindándoles un mayor trasfondo o peso dramático.
1917 se destaca fuertemente debido a su virtuosismo estético y a su precisión en los aspectos técnicos, la ausencia de una trama que invite a dejar algo más que la experiencia de atestiguar su despliegue audiovisual, es lo que hace sentir que estamos ante un material algo vacuo —o al menos no a la altura de su enorme construcción. La odisea llevada a cabo por los soldados se refleja en las formas, más no en el contenido. Claramente Sam Mendes busca ello como propuesta fílmica que se logra apreciar con toda su grandeza, con lo cual el film no falla pero deja cierto sabor a poco para quienes disfrutan que les cuenten una historia. Pero, una vez más, el cine es movimiento, y eso mismo ofrece Mendes con el poderío de un ejército.