Sería más que pertinente dejar en claro dos o tres cosas sobre este filme de corte bélico dirigido por Sam Mendes, director recordado y premiado por la Academia por su película Belleza americana (1999), y que allá lejos y hace tiempo fuera director teatral destacado en el off londinense.
El filme en ciernes 1917 no es ni La gran ilusión (1937) de Jean Renoir, ni La patrulla infernal (1957) de Stanley Kubrick dos obras maestras que se mantienen poderosas y vitales, vivas contra el embate de cualquier moda o tecnología, sólidas y ricas como todo gran relato humano.
Si es cierto que el filme de Mendes narra, o intenta narrar, una historia que discurre en el contexto de la Primera Guerra Mundial, aquí la trama se abre cuando dos jóvenes soldados británicos reciben una misión a cumplir que roza más lo imposible que lo factible de ser llevado acabo. Tienen, además, que cumplir esta meta en una carrera contra reloj para poder hacerles llegar a otros frentes de batalla ingleses un mensaje que los haría detener el movimiento hacia un nuevo ataque ya planeado. Pues en caso de hacerse este mismo, un hecho, terminaría en una tragedia, el mensaje revela que todo el contexto para el ataque es una trampa planeada, una emboscada de los alemanes. Que obvio, siempre son traidores, asesinos, y muy ordenados (valga la humorada sobre el cliché de la cultura germana que aparece en una escena de este filme).
Detener esta acción militar haciendo llegar “el recado” es la gran aventura bélica que se desplegará en todo el territorio de la película. Este disparador tan vetusto como poco profundo, produce primero una lectura, algo obvia, la de recordarnos al tan mentado Rescatando al soldado Ryan del taquillero Steven Spielberg, quien con similar idea de misión imposible se explayó con un relato, que nunca valoré con especial interés, pero que al lado de 1917 se me viene a la memoria casi con emoción. Al menos algo vibraba en esos personajes, y sin duda el desembarco en Normandía era de una riqueza visual digna de ameritar un rescate cinéfilo.
Digamos que el gancho del filme de Mendes es la venta de un falso plano secuencia de dos horas de duración atravesando los caminos y calles internas del campo inglés en una misión épica, respirando el mismo aire que respira el protagonista a quien la cámara no se le despega un instante, salvo en los pocos cortes que tiene el filme. Un ejercicio fastuoso de destreza tecnológica y del enorme control que Mendes tiene sobre una puesta en escena compleja, costosa y con intenciones de alto impacto. Impacto sí, porque conmover a un espectador avezado es otra cosa muy distinta.
Pero 1917 tampoco es La soga (1948) de Alfred Hitchcock, o El arca rusa (2002) de Aleksandr Sokúrov, filmes que utilizaron en distintos momentos de los avances tecnológicos la complejidad material de poner en acto un plano secuencia de extensiones mayores. Hitchcock desafió las limitaciones del celuloide y los 35 mm, Sokurov se embarcó en los primeros experimentos de las cámaras digitales red de los años 90, y cada uno logró llevar las aguas de ese terreno estético al sentido mismo del corazón de la narración. El plano secuencia como la esencia misma del filme, forma y contenido unidos en un solo movimiento de cámara.
Aquí en cambio, salvo la confirmación de que un filme por encargo y con altas chances de cargarse unos cuantos premios más, hace un uso majestuoso de la imagen al servicio de sí misma. No hay nada que allí no esté explicitado, incluyendo la magia de Roger Deakins que con años magistrales de oficio hace de la luz un festín de formas en movimiento.
No podemos llevarnos ni de ese momento histórico, ni de esos personajes superficiales nada más que la línea bien filmada de su superficie, valga la redundancia. Quienes amamos el cine bélico como un universo crítico que permite poner en juego las contradicciones más insoportables en situaciones límites, solo veremos aquí un desfile de contingencias y obstáculos para alcanzar el final de la carrera zanjando un sinfín de desgracias bélicas y llegar con el recado bendito al final de la historia. Demasiado poco para tanto artificio.
Por Victoria Leven
@LevenVictoria