La cruel persecución que sufrieron los judíos en Hungría es el telón de fondo de la historia que cuenta esta película ambientada en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Pero esta vez no hay guetos, deportaciones ni campos de concentración para revelar ese drama. Alcanza con el registro minucioso de la alteración que provoca en una pequeña aldea la llegada de dos hombres vestidos de riguroso negro que cargan una caja sobre cuyo contenido especula toda una población atravesada por la culpa y la paranoia.
Aun cuando algunos de los personajes de este relato coral quedan empantanados en el estereotipo, se impone un atrapante clima de tensión logrado con recursos más propios del western que del cine político. Aquello que ese par de visitantes inesperados saca a la luz con su sola presencia es la mala conciencia de los que colaboraron con el régimen nazi y la persistencia de un profundo antisemitismo que en Hungría tuvo resultados trágicos: unas 450.000 personas asesinadas, el 70% de la población judía de ese país.
Es notable el trabajo de fotografía del veterano Elemér Ragályi, aun cuando el preciosismo de esas imágenes en blanco y negro y la artificialidad de algunos encuadres contrasta con la crudeza de aquello que 1945 narra y que realmente importa: la vergonzosa complicidad con la que contó una maquinaria criminal de la que es imposible olvidarse.