La miseria que se esconde tras la fachada del horror
La película de Ferenc Török, 1945 (2017), profundiza en un drama impecable el papel que todos los actores desempeñan en la construcción de un crimen, cómo en hasta el peor de los escenarios los miserables ganan igual.
A río revuelto, dicen, los pescadores aprovechan. Si bien el horror -la muerte- suele llevarse todas las miradas, todo tipo de crímenes se dan cita durante las masacres -como lo fueron las guerras del siglo pasado y el exterminio en los campos de concentración-. En La terquedad, la obra de teatro de Rafael Spregelburd, se ponía en escena el tema: aprovechando el telón de fondo de la guerra civil que los falangistas ganaron en España, hubo quienes hicieron denuncias falsas contra sus vecinos para quedarse con sus propiedades.
Ferenc Török construye un precioso cuento moral en 1945. En un pueblo perdido de Hungría, todo se desmorona con la llegada de dos judíos en tren. El alcalde ultima los preparativos de la boda de su hijo con una campesina -prometida anteriormente a otro campesino-, cuando le avisan sobre la llegada de los extranjeros. El título de la película da todas las guías de lectura que se necesitan: terminó la Segunda Guerra Mundial, es hora de que los judíos puedan volver a casa. La fórmula -aquí cocinada a fuego lento- es conocida: una a una, ante el menor soplido, caen las mentiras, lo que deja como saldo el pánico y la verdad.
Mucho del poderío de 1945 reside en un guión que entreteje de manera paciente las tramas. Hasta bien entrada la película, el montaje paralelo insinúa que entre las escenas hay un punto de unión pero no explicita nada hasta que el entendimiento logre por sus propios medios rascar las pistas. Tanto la fotografía -exquisita- en blanco y negro de Elemér Ragályi como las actuaciones juegan un papel central en la construcción de este cuento que enseña el otro horror, aquel que no aparece en la primera plana de los diarios pero que cualquier vecino -sino todo el vecindario- puede perpetrar.