Se sabe que el cine húngaro es ampliamente celebrado en el circuito cinéfilo y por eso, seguramente, se recibirá también a “1945” como una de las exquisitas rarezas que brinda nuestra cartelera, últimamente tan poco frecuentada por el cine europeo, y menos aún por estas pequeñas producciones.
Así como “El hijo de Saúl” sacudió la pantalla y fue ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2015 y este año ha sido nominada “On Body and Soul” -que se estrenó directamente en la plataforma Netflix-, el cine húngaro no suele tener una gran presencia en el circuito comercial pero si es mundialmente considerado como una de las latitudes con un importante cine de autor.
Basta recordar a su máximo exponente, Béla Tarr, habitual participante del BAFICI y de gran presencia en todos los festivales, con obras tales como “Satantango” “Armonias de Werkmeister” o la multipremiada “El Caballo de Turín”.
El estreno de esta semana, “1945” de Ferenk Török no llega al nivel de las obras mencionadas pero si sabe crear el ambiente necesario para someter nuevamente a la reflexión al espectador respecto de las heridas de la postguerra y lo hace en un marco estético y visual muy particular.
Con ese marco de la postguerra como permanente referencia y con una toma inicial en donde desde el noticiero radial se nos dan las referencias de los efectos de la bomba atómica de Nagasaki y nos sitúan entonces en Agosto de 1945, el director nos lleva a un pequeño pueblo en las afueras de Budapest en donde está por celebrarse la importante boda del hijo de un funcionario público (pretexto también para poder mostrar la diferencia de clases entre el novio, perteneciente a la burguesía local y la novia, una simple campesina).
Pero la paz y la quietud en el pueblo se verán alteradas con la llegada de dos judíos ortodoxos que descienden del tren con dos grandes baúles de los que se desconoce su contenido y que plantean, a todos los pobladores, un gran enigma. Cabe recordar que en 1941, tras la invasión alemana a la Unión Soviética, Hungría apoyó al régimen nazista, iniciando en sus propias tierras, la persecución del pueblo judío.
En ese entonces, tanto la población civil como el Estado, abusaron del contexto de la guerra para quitarle todas sus pertenencias a la minoría judía lo que ha generado, por supuesto, resentimientos y heridas que son la base de lo que “1945” quiere mostrar. Los ortodoxos, en silencio y sin develar el objetivo de su visita, comienzan a sembrar incomodidad e inestabilidad, apareciendo como la culpa por este pasado reciente.
¿Vienen a recuperar pertenencias de sus antepasados? ¿Reclamarán formalmente por aquellas tierras que les fueron arrebatadas durante la guerra? ¿Se cobrarán, en cierta medida, el dolor de la persecución sufrida y esta visita quedará como una especie de ajustes de cuentas?
¿Ellos dos son sólo el inicio de lo que será una nueva inmigración judía al pueblo?
El guión maneja a la perfección esa sensación omnipresente de incertidumbre, ese desequilibrio que provoca en el pueblo no tener la respuesta cierta a todos los interrogantes que se abren con esta llegada inesperada. La historia se va desenvolviendo en forma coral: diversos personajes con pequeñas historias, son los encargados de ir creando el clima que Török quiere transmitir.
Si bien el eje central de la historia pasa por la llegada de los ortodoxos y por el casamiento, hechos que ya fueron mencionados anteriormente, el conflicto dentro de “1945” es la transformación que sufren estas historias satelitales, mostrando en cada una de ellas, los detalles necesarios para la lectura del contexto social que se quiere analizar.
Para cumplir con este objetivo de construir una obra en base a detalles más que de grandes parlamentos, el guión de Török y Gábor Szántó (un reconocido novelista que hace con este trabajo su incursión en el terreno del cine) se detiene en silencios, en gestos y se nutre de imágenes en un brillante blanco y negro que van generando el entramado que los autores proponen para hablar de la memoria, la culpa, el miedo y una revisión del pasado, cargada de autocrítica.
Con una importante presencia dentro del circuito de festivales internacionales (mejor película en el Festival de Jerusalem, participó del Festival de Berlín y formó parte de las muestras de cine Judio en San Francisco, Miami, Washington y en Austria) “1945” plantea un fuerte ejercicio moral, con una puesta en escena austera pero precisa, con una fotografía en blanco y negro que ayuda a sumergirse en ese pueblo en donde sus habitantes intentan escapar de un pasado horroroso y librarse del peso de las culpas de la guerra.
Como si “1945” fuese una gran elipsis, sobre el final, otro tren parte de la estación pero ninguno de los habitantes del pueblo será exactamente el mismo.