Como su título lo anuncia, la película transcurre en 1976, en Chile. La protagonista de la historia, Carmen, viaja a la playa para supervisar la remodelación de su casa. Su marido, sus hijos y sus nietos van y vienen en las vacaciones de invierno. Cuando el sacerdote de su familia le pide que cuide a un joven que está alojando en secreto, Carmen sabe que está arriesgándose. El joven es un perseguido y ocultarlo puede tener un precio, ya sea por motivos legales o por motivos políticos. Su mundo se dará vuelta de un momento a otro al decidir que su espíritu cristiano anteponga la solidaridad a la seguridad. Es difícil hacer películas sobre las dictaduras latinoamericanas, en este caso la chilena, sin caer en lugares comunes o la rutina de una temática que el cine ha explotado y explota en repetidas ocasiones. No hay un límite para esta clase de realizaciones, mientras los espectadores quieran seguir viéndolas y los artistas quieran seguir filmándolas, se podrán seguir haciendo. Sobre que los espectadores quieran seguir viéndolas son más las excepciones que la mayoría. Fuera de los festivales, una entre muchas despierta interés, la mayoría es un asunto entre el cineasta y sus financistas. En el caso de 1976 la original viene por la estética. Mientras que en todo lo demás es un montón de cosas ya muy vistas, en lo estético la búsqueda del artificio la hace verse como una película clásica, incluso previa a la época donde está ambientada. Eso sí, no toda la película es tan cuidada, solo algunas escenas. Quien no esté interesado de forma exhaustiva en esta clase de narraciones, no encontrará nada nuevo para ver. Lo que diferencia a este título del resto no es suficiente para considerarla un exponente relevante del género cine sobre dictaduras.