Tener a Sebastián De Caro (Todos contra Juan) como la cabeza de este film es claramente una garantía de innumerables referencias al cine y a la música desenlazando un mimo a la comedía. Conocido tanto por sus apariciones en radio y televisión, es el director e ideólogo de esta película que necesitó de varios años de realización desde que surgió su premisa y que, finalmente, llega a las salas con un augurio de plenas carcajadas y dosis de ternura.
20.000 Besos no es una cinta que deberíamos dejar pasar por alto como si fuese alguna comedia norteamericana de burdos chistes y repetitivos experimentos escatológicos. Para nada. Es más que eso, mucho más. Es una clara muestra de que en Argentina se pueden utilizar los recursos que poseemos para lograr conquistar al espectador. Los gags de esta comedia romántica pasan por meras alusiones a las circunstancias de la vida, a dejarse sorprender por cada situación que transcurrimos en el amor y a un recuperar aquello que día a día te hacía sonreír.
La historia comienza con Juan, un devastado personaje de Walter Cornás (La casa por la ventana), que se encuentra sumergido en el principio de una crisis tras la separación con su novia. A partir de allí y, explorando las continuas facetas por las cuales uno debería transitar para desprenderse de su pasado de una buena vez –algo que No sos vos, soy yo podría explicar muy bien–, arranca una cálida travesía de cómo un hombre puede sentirse atraído por una mujer que es algo totalmente inverso a lo que él añora, a su pasado y a lo que vislumbra para su futuro. De esta forma, aparece en escena la joven y prometedora actriz Carla Quevedo (El secreto de sus ojos) que con su belleza, energía y entusiasmo logra meterse en la piel de Luciana, una chica que exprime su inocencia al máximo adecuando una mueca de estupidez en cada gesto. Tanto Juan como Luciana son compañeros de trabajo y, como tales, son las caras absolutamente dispares de la oficina. Él, sucumbido ante la tempestad de una ruptura. Ella, disfrutando de su juventud y de la ingenuidad que eso conlleva. Ambos, insospechadamente, emprenden trabajar juntos tras orden de su jefe, un magistral Eduardo Blanco que posibilita prestigiar al reparto gracias a su oficio y sensatez para las constantes señas de humor.
Tras haberse planteado el escenario, el film transcurre de un modo entretenido logrando dibujar en el rostro del público alguna que otra sonrisa y hasta resurgiendo aquello que el cine nacional tenía olvidado: una seguidilla de contagiosas carcajadas, asintiendo que el clima de la historia se desarrolla estrepitosamente hacía una sensación de regocijo. Esto es, en gran parte, gracias a un guión realizado minuciosamente y que hace que puedas encariñarte con cada uno de los personajes. Este libreto, rico en contenido, en dinámica y en humor, es una obra de Sebastián Rotstein, encargado de haber colaborado con algunos guiones de televisión como en las versiones autóctonas de las comedias de situación Casados con Hijos y ¿Quién es el jefe? y quien ya había trabajado con De Caro en su anterior película, Recortadas, una cinta de suspenso del año 2009. De este modo, Rotstein plasma en papel un pensamiento surgido de la mente del ex panelista de Gran Hermano y, junto a este, condenan al público a alegrarse más de lo que podrían haber esperado, pareándose con obras de orígenes internacionales. Las claras referencias a la cultura pop y al cimbronazo nerd destacan la posibilidad de que se pueda despertar una nueva manera de hacer cine en nuestras pampas.
Los papeles más jugosos, los cuales el espectador mayormente saboreará, están en manos de un genial Gastón Pauls (Iluminados por el fuego) y de un deslumbrante Alan Sabbagh (Luna de Avellaneda). El primero, recordado tras su brillante protagonismo en la serie de televisión Todos contra Juan, consigue minimizar el sufrimiento por el cual pasa el apenado personaje de Walter Cornás con algún que otro latiguillo que parecería que se vuelven costumbre en el actor de Nueva Reinas, mientras que el segundo, en franco ascenso tras su trabajo anterior en la lúcida Masterplan, muestra una presencia de desparpajo con su rol de "El Cinéfilo", estimulando la admiración de tanto propios como extraños. El resto del reparto se completa con Clemente Cancela (Mi primera boda) –destacable su manera de terminar cada una de las frases que emplea con una palabra característica en el vocabulario del director: "maestro"–, Laura Azcurra (Solos en la ciudad), Laura Cymer (La máquina que escupe monstruos y la chica de mis sueños) y Alberto Rojas Apel (Excursiones). Un renglón aparte merece un asombroso Luciano Leyrado (Rockabilly) que, además de trabajar en este film como asistente de dirección, es dueño de una de las escenas más disparatadas de la película junto a Sabbagh.
La musicalización de la cinta conducida por De Caro está en manos de su hermano Pablo, que junto a la banda musical Cosmo, dan muestra de un pop/rock con claras influencias de la década del '90, acompañando de excelente manera a esta película y logrando la integración exacta con lo que se quiere contar.
A veces un buen plan para pasar un viernes a la noche con amigos es ir al cine y motivarse por la oscuridad empleada de una película de terror o con la adrenalina que provocan aquellos tanques propios de la industria norteamericana. Sin embargo, dichos caminos no necesariamente conducen al entretenimiento o, si lo alcanzan, de cierta manera se vuelven recurrentes abusándose del público. Entre todo esto y la parafernalia hollywoodense, aparece una obra como 20.000 Besos, que por pequeño presupuesto que tenga -cuenta con el apoyo del INCAA luego de haber aceptado el guión en una segunda oportunidad- es una alternativa realmente válida para poder compartir algo más que ir a la sala y verse agasajado por la magia de dicho arte. Esta película es el suceso ideal para poder volver a confiar en que Argentina es tierra de un gran sentido del humor, generando que no haya nada más lindo que escuchar al otro reírse de lo mismo que a uno le hace gracia, denotando una muestra más de que con la simpleza se puede pasarla bien y, porque no, encontrar entre esa multitud a aquel polo opuesto que te atrae, sorprendiéndose de no ser tan distintos como se preveía.