Ellos imaginan, ellas deciden
No tiene grandes aciertos ni grandes pretensiones, pero transmite entusiasmo, buena onda, frescura y, allá lejos, un sabor triste por una adolescencia que se resiste a marcharse y un presente que empieza a pedir cuentas. Parte de una idea muy transitada: varones treintañeros, negociando con sus sueños en medio de un clima de estudiantina demorada. El levante, el trabajo, las desazones ocupan sus horas. Cerveza, juegos de palabras, consejos. Juan vuelve a la barra, tras pelearse con su novia. Duerme en un sofá, reacomoda su vida, anda medio perdido. Un día aparecerá una chica de Banfield, que primero lo molesta y al final le moverá el piso y algo más. Eso es casi todo. El filme es un homenaje a la amistad, como lugar de pertenencia y salvavidas. El tema ha coloreado más de una comedia costumbrista. Traza el retrato desangelado de un grupo de varones que se la pasan deseando más que consiguiendo. ¿Por qué son siempre varones lo s que acaban con los sueños rotos? La propuesta no elude ninguno de los estereotipos: el gordo bueno, el melancólico, el perdedor. Pero tiene buenos momentos cuando entreabre esos ventanales que se asoman al vacío y la esperanza. Es una comedia que habla del amor, del que se fue y del que tarda en llegar. Del trabajo, de las ilusiones. Y aunque su mirada es modesta, los personajes son queribles, sobre todo Luciana, una criatura vital, ingenua algo extraviada, estupendamente servido por la encantadora Carla Quevedo, una de esas chicas que deja que ellos piensen, mientras ella elige y decide.