Entre la infancia y la adultez
Con un humor que remite tanto a la serie The big bang theory como a las propagandas de Quilmes, la nueva película de Sebastián de Caro demuestra que el humor "geek" también puede ser vernáculo.
Para el sociólogo Pierre Bordieu, la coincidencia en los gustos era la mejor prueba de afinidad entre dos personas: muchas veces la atracción (¿el amor?) se origina a partir de los gustos expresados en los consumos culturales. Pero, ¿qué pasa si ocurre todo lo contrario? “¿Cómo me puede gustar una mina que no sabe quién es Morrison?” se desespera Juan (Walter Cornás), un treintañero adolescente de Villa Crespo. La mina en cuestión es Luciana (Carla Quevedo), una compañera de trabajo, una chica de Banfield algo aniñada y fanática del anime.
Juan está recién separado. Sebastián de Caro, muy acertado, decide no mostrar la ruptura. Sólo lo vemos elegir algunos discos, tomar sus auriculares mientras se escucha el llanto de su novia. Y junto a él, conocemos a sus amigos: Goldstein, un Alan Pauls marihuanero y simpático; el Cinéfilo (Alan Sabbagh), que de alguna manera representa todo el ideario nerd que profesa De Caro; Lipe, un discreto Clemente Cancela; y el Escribano (Alberto Rojas Apel).
El segundo paso para la recuperación de Juan es conocer a otras mujeres. Aparece Andrea Portela (Laura Cymer) una ex estudiante de letras devenida en standapera malhablada, tal vez una cita a la Loca de mierda. Y, en su trabajo, a Juan le toca trabajar con Luciana. El personaje de Carla Quevedo es tan insoportable como irresistible. A medida que avanza la película, la chica adquiere una sensualidad inesperada, no sólo para Juan, sino para el espectador.
Al igual que Ted, 20.000 Besos (2013) es una película sobre la infancia y la adultez. Hay infancia en los juegos que Juan inventa a lo largo de la película, en el ánimo lúdico que todo el tiempo parece tener. Hay infancia en Goldstein, ese homenaje que Pauls le hace al El gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998) de los Coen. Hay infancia hasta en la misma presentación de la película, una animación 8 bits. También como en la película de McFarlane, se pone en escena un personaje cada vez más paradigmático de nuestra cultura: el treintañero en crisis que se niega a crecer. En este sentido, el stand up de Andrea Portela sobre los hombres funciona como una especie de reflexión sobre el tema, de discurso final que le abre a Juan sus posibilidades y su condición, a la vez que funciona como uno de los cierres de la película.
Aunque con algunos desaciertos, como la repetición permanente de la palabra “maestro”, o un ritmo narrativo por momentos aletargado, Sebastián de Caro construye una comedia sensible y sólida; y alimenta el mito del nerd argentino.