Sebastián De Caro, Gastón Pauls, qué gente hermosa. Claro que para coincidir en esto, hay que coincidir en esto. No hay otra ¿Qué significa “coincidir”? Existe un tipo de cine que precisa, para disfrutarse, que el espectador comparta cierto tipo de visión de la vida. Nadie puede forzar este punto. 20 000 besos, película debut de De Caro, tiene todos aquellos condimentos que le gustan a esta banda que ya hizo de las suyas en la serie televisiva “Todos contra Juan” y en la hermosa comedia Días de vinilo. Y esto es: cierto respeto por el fracaso, un poco de regocijo dolinesco en la melancolía, un puñado de pasiones de clase media, veneración por el cine de los 80s y la idea de que la noche (muchísimas escenas del film trascurren en ese momento del día) debe ser recuperada por la sociedad como disfrute, sin miedo. Entonces, marcha el mensaje que la distribuidora jamás querría oír, pero como crítico, Cinematiko tiene que decirtelo: A vos, lector, espectador, flaco, chabóoon: No insistas; si no compartís estos gustos esta película no es para vos, así de sencillo.
¡Pero ojo! Porque si el rock no fue sólo un entretenimiento en tu juventud, sino que hizo las veces de educación (la educación que no supieron darte agotados maestros que te repetían aburridísimos el libro de Historia 8 que ni ellos creían), el cine de De Caro puede encender más de una alarma en tu persona: no sos nada original, pero esto también puede ser positivo: hay otras personas como vos, no estás sólo en un mundo (aparentemente) repleto de garcas.
20 000 besos cuenta la historia de un muchacho que acaba de separarse de la novia, pero el siome del jefe acaba de hacer un curso de coaching de estos que están tan de moda y está ridículamente positivo: el mundo es un lugar incomprensible para quien sólo quiere dormir. Entonces llega la orden de trabajar en equipo con la descerebrada de Luciana, una chica jovencita que no sabe ni quién fue Morrison (cabe desear que al menos sepa quién fue Lennon), pero está más buena que comer dulce de leche del pote.
De Caro tiene el talento suficiente para llevar a la pantalla un guión (hecho en complicidad con Sebastián Rotstein) sin perder frescura, manteniendo su estilo de humor, sin resignar rigurosidad cinematográfica. Algo similar, combinación justa entre capacidad y pasión, ocurre con la excelente interpretación en los actores (Walter Cornas, Gastón Pauls, Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Eduardo Blanco y una inolvidable Carla Quevedo). El resultado es una bellísima comedia, con todos los rubros técnicos bien resueltos, que jamás perturban el espíritu de lo hecho a pulmón. Con cierta reminiscencia al cine indie estadounidense (por cuestiones que tienen que ver con el desenlace, el film puede recordar a una película que no conviene mencionar), pero con un acento bien porteño; con sus fiestas de frikis noventosos/dosmilosos; con algunos charcos narrativos en la segunda mitad que no llegan a perjudicar el desarrollo del film, 20 000 besos inicia, que nadie lo dude que así será, su camino como “film de culto” para un público determinado: pavotes de treinta y pico que creyeron que la cultura rock & pop lo cambiaría todo y, al ver que aquello no ocurrió, se sientan a contarse sus frustraciones en una plaza, cerveza de por medio, a la luz de la Luna: sin juicio de valor, quienes piensen que eso es “vagancia”, tienen todo el resto de la cartelera de estrenos para elegir. Para quienes disfrutan de la amistad alimentada mientras los otros duermen, 20 000 besos puede ser la mejor comedia del año.