Fantasmas y epifanías de un artista único
Nick Cave fue noticia hace algunas semanas por la desafortunada muerte en un accidente de uno de sus hijos; a Arthur Cave puede vérselo junto a su célebre padre y a su hermano gemelo en algunas de las escenas más íntimas de 20.000 días en la Tierra, largometraje que fusiona sus aspectos ficcionales y documentales hasta difuminar por completo las fronteras entre ambos. A una velocidad que por momentos se siente arrolladora, el film –que participó de la Competencia Internacional del Bafici el año pasado– puede parecer en los papeles otro típico documental sobre una estrella de rock consagrada, pero el debut de los británicos Iain Forsyth y Jane Pollard no se parece a casi nada de lo que uno espera de esta clase de proyectos. Nick Cave, quien cumplió durante el rodaje esos 20.000 días de vida (unos 55 años, aproximadamente) señalados por el título, es la estrella y también el guionista de un film que cruza el registro de la realidad –en particular, una serie de sesiones de grabación en estudio y el fragmento de recital que cierra la película– con escenas creadas por el trío de autores (los directores más Cave).Para el fan o el simple seguidor del compositor y cantante, la película es una cantera de datos, anécdotas y pensamientos excavados en dosis atípicas y estimulantes e incluye varios recuerdos de infancia y otros acerca de los inicios del músico australiano en la banda The Birthday Party –tiempo antes de la mucho más famosa The Bad Seeds–, presentados bajo la forma de una sesión de psicoterapia tradicional. A bordo de un automóvil conducido por el mismo Cave, se produce el encuentro con amigos y colaboradores del pasado y del presente, de Ray Winstone a Kylie Minogue, pasando por el alemán Blixa Bargeld, entre otros. Es junto a la Minogue, precisamente, que se produce un sensible diálogo sobre Michael Hutchence, el cantante de INXS fallecido hace ya casi veinte años. El recorrido por los archivos personales de Cave en una suerte de bunker de memorabilia dispara otras historias, personales y artísticas, como el encuentro con Nina Simone detrás de bambalinas antes de un concierto que, según la confesión del músico, cambió para siempre su vida y la del resto de los espectadores presentes.En esencia, el proyecto no deja de ser un ego trip celebratorio, pero lo es de una manera muy singular. El film es siempre vibrante y, por momentos, profundo y poético. Tampoco es necesario ser un fan de Cave o conocer la totalidad o una parte de su discografía para disfrutar de 20.000 días en la Tierra. Como toda película acerca de la creación artística (“El proceso creativo parece haber sido mitificado en algo mucho más grande de lo que realmente es: trabajo duro”, afirma el protagonista), sobre los fantasmas y epifanías de un artista, sobre la relación del ejecutante con su audiencia, hay una universalidad que va más allá de los pormenores del creador y su obra. Esa es su mayor virtud. Y la música, por supuesto, de la cual hay mucha y en versiones inéditas.