Contar el tiempo que acontece desde que llegamos al Mundo hasta los últimos instantes de conciencia en días, puede parecer una dificultosa empresa si no se tiene el don de la paciencia y la gracia de una vida llena de momentos para recordar. Es por eso que 20.000 mil días en la Tierra impacta por su contundente título que remite al paso del tiempo, a ese tiempo que muchas veces transcurre sin ser percibido.
El filme inicia con la seductora voz off del prolífico músico Nick Cave quien nos invita a vivir junto a él su día número 20.000 en la Tierra. Comenzando por el principio, Nick se levanta sin despertador porque no duerme o tal vez lo atormente un dilema que le quita el sueño. Una vez liberado del supuesto silencio inoportuno de la noche, su misión es escribir. Y es en ese acto en el cual crea el mundo donde siempre ha querido estar. Inmerso en la creación de universos imaginarios, hay algo que Cave no olvida: el temor a perder la memoria.
No sin poco pesar, la pérdida del recuerdo afecta la psiquis de este icónico músico quien deja en las manos de los realizadores ingleses Iain Forsyth y Jane Pollard la ardua tarea del trabajo de recopilación de archivo; vasto no sólo de imágenes, sino también de jugosas anécdotas que rememoran aquellos viejos tiempos de gloria: luces, flashes, fama, mujeres, droga y alcohol.
Con un marcado registro documental, 20.000 días en la Tierra cuenta con logradas secuencias fotográficas y la infaltable musicalización de quien es homenajeado en este relato que intenta socavar las profundidades de una mente brillante. De carácter introspectivo y ambiente auratico, seguimos muy de cerca la rutina diaria de Cave. Entre compañeros de The Bad Seeds y sorpresas como Kilie Minogue, los falsos diálogos reflexivos dan cuenta del poder de transformación que posee el arte, en este caso, la música.
Por Paula Caffaro