CANDYMAN: EL MITO AÚN VIVE El desafío está propuesto. ¿Te animas a repetir cinco veces su nombre? Yo no. En los noventa Candyman fue popular por llevar a la pantalla grande una versión terrorífica de uno de los miedos más aterradores: perder la razón y transformarse en alguien completamente desconocido. Hoy, la versión de Nia DaCosta redobla la apuesta y junto al aclamado Jordan Peele ofrecen una Candyman profunda, consiente de mostrar una realidad social y preocupada por no descuidar ni un solo frame de la puesta en escena. Antonhy McCoy (Yahya Abdul-Mateen II) es un artista plástico que está a punto de emprender una nueva serie. Sin un tema preciso que abordar, comienza una etapa de investigación inspirado por el relato que compartió Troy (Nathan Stewart-Jarrett) el hermano de Brianna (Teyonah Parris), su pareja. La historia de Troy cuenta acerca del mito que rodea el actual barrio que habitan, escenario de una verdadera tragedia del pasado en la que un bebe fue salvado del sacrificio y un extraño hombre con un garfio acosa a niños entregándoles dulces con navajas. Así se instala el mito y a través de las generaciones comienza a prohibirse repetir la palabra “Candyman” en alusión a aquel hombre. La ruta de la investigación lleva a Antonhy a visitar el actual lugar donde ocurrieron los hechos y es accidentalmente picado por una abeja. Evento que marca el inicio de su calvario. A partir de ese momento todo cambia y junto con la degradación de su cuerpo, su mente comienza a ser poseída. Antonhy deja ir su ser al punto de transformarse en alguien completamente desconocido. ¿Quién es ahora? Y ¿Qué quiere? Así, la investigación artística deviene en un derrotero de introspección personal en la que descubre algunos datos de su pasado que resignifican su presente. A la vez que lo convierten en el vehículo del mal. Durante su transformación presenta parte de su obra llamada “Di mi nombre”, una instalación de sitio que consta de un espejo que al abrirse revela el detrás de escena de una realidad: ¿qué hay detrás de nuestro reflejo? Para Anothony, el horror de lo desconocido. Pero para que el resto de los visitantes lo descubra deberán repetir cinco veces Candyman y esperar. ¿Será Antonhy consiente de lo que está proponiendo? Candyman es una película de terror que en su nueva versión reinterpreta el mito y lo transforma en denuncia social a través de la sutil, pero profunda mirada sobre el racismo y la exclusión que, aún hoy en 2021, sufre la comunidad negra. Candyman es, además, una visión interesante sobre el mundillo del arte y deja relucir algunas prácticas muy típicas del área, así como el desempeño de cada integrante que la compone: el artista genio, la curadora buscada solo por los artistas que maneja y no por su talento, los dueños de galerías y los otros artistas que aún no despegan, entre otras figuras. Desde el punto de vista audiovisual, la propuesta de Nina DaCosta es bella en términos de imagen. Una puesta en escena refinada que propone una paleta neutra y elegante que resalta gracias a encuadres que tienden a la simetría con leves virajes hacia los extremos que descolocan al espectador justo en el momento preciso. Es también para destacar la banda sonora que con una fuerza impresionante no llama la atención, sino que colabora en destacar los momentos de tensión y suspense. Sin dudas, Candyman es una muy buena opción para dejarse llevar por el relato de una película que además de asustar propone una reflexión.
La Funeraria dirigida por Mauro Iván Ojeda es una película de terror fantástico que narra la historia de Bernardo (Luis Machín), un hombre maduro que heredó el negocio familiar legado por su padre. Este hombre junto a su actual pareja y su hija adolescente viven en una casa construida en el mismo predio donde funciona la funeraria, o sea su trabajo. Como es de esperar, los problemas no tardan en aparecer cuando los espectros de los fallecidos comienzan a asechar a la familia ensamblada. La Funeraria tiene un problema estructural. El guion falla en varios niveles, pero el más significativo es el de narrar los eventos sin utilizar el espacio, sin desplegar la acción, sino solo con palabras. Es decir, que lo que el espectador va conociendo sobre los personajes y la situación actual de los mismos, se acota a la forma verbal, en los diálogos random que mantienen entre ellos. De esta forma muy poco cinematográfica tratamos saber sobre los deseos y motivaciones de los personajes, con los que no logramos conectar justamente por desconocerlos. A su vez, abusa de la temporalidad demorada a la hora de describir los espacios donde ocurren las acciones, y deja de ser un elemento narrativo poético para convertirse en una especie de tedio bastante insostenible. La Funeraria también abusa de los lugares comunes del género y le erra en el registro que utiliza para narrar de forma audiovisual escenas que no sabemos si son una parodia o momentos de tensión. Insisto con los problemas de narración que desvalorizan los conflictos centrales que bien podrían haber sido de interés. Por último, al nivel del decir actoral, no hay naturalidad. Los párrafos parecen leídos o estudiados de memoria, aspecto que le da una marcada superficialidad, que, nuevamente nos aleja de los personajes y su sufrimiento. Hay una falta de empatía considerable que opaca la voluntad de traer a la pantalla nacional una película de género con identidad.
Old, la nueva película de Shyamalan es, en primera instancia una invitación a reflexionar sobre el paso del tiempo. De la mano de uno de los mejores realizadores de los últimos tiempos, la propuesta gira en torno a mostrarnos cómo no existe nada más importante que disfrutar del momento presente. Una familia tipo viaja a una isla paradisíaca para pasar las últimas vacaciones juntos. Los padres, Guy (Gael García Bernal) y Prisca Cappa (Vicky Krieps) están en el medio de una separación que, por supuesto, tiene como rehenes a sus dos pequeños hijos Madox (Tomasin McKenzie) y Trent (Alex Wolff). La idea de disfrutar un último verano ya suena lo suficientemente aterradora como para creer que lo que están a punto de vivir lo es aún más. El hotel es soñado y lo único que queda es relajarse en el buffet de comidas exquisitas o nadando con delfines en las cálidas aguas del mar. Durante el primer desayuno llega una tentadora propuesta: hay una playa ultra secreta a la que solo acceden algunos privilegiados designados por los dueños de las lujosas instalaciones. Los Cappa aceptan y junto con ellos otra familia. El paraíso es real, al llegar se encuentran con una costa desoladamente pacífica y de inigualable belleza. Sin dudas van a recordar esta playa por siempre. Lo que todavía no saben es que sus recuerdos no van a basarse en la belleza del lugar, sino en la espantosa maldición a la que acababan de ser condenados. Algo extraño ocurre en la playa y sea lo que sea no podrán detenerlo. La cámara inmersiva de Shyamalan es un viaje a las profundidades del ser humano. Con un ritmo interno marcado por la desesperación de los personajes una vez que descubren lo que les está sucediendo, y primerísimos primeros planos que resaltan el paso del tiempo, la puesta en escena de Old es ingeniosa para llevar adelante este relato de esencia surreal. A su vez, la propuesta visual se intensifica con imponentes escenarios naturales que no hacen más que disminuir la presencia humana ante la grandeza de la perenne naturaleza. No hay nada más débil que un humano luchando en contra de fuerzas que ni siquiera llega a descifrar. Además, la intensidad de la imagen se ve potenciada por un uso muy acertado del fuera de campo. Hay un recorte de cuadro especialmente diseñado para hacernos desear. Una demora del tiempo de representación que podría poner nervioso a más de un espectador. La necesidad de ver es tan imperiosa (y humana), que de forma inteligente Shyamalan sabe cómo dosificar y entregar en cuotas. Hay un fluir incesante del tiempo, y según las condiciones presentes eso sucede muchísimo más rápido de lo normal. Con una interesante propuesta que nos habla acerca de la intensidad de la vida, Old llega con un relato sencillo a uno de los problemas existenciales más consultados de la humanidad: el paso del tiempo ¿Qué harías si te quedaras varado en la playa secreta junto con los Cappa?
Perdida en mis pensamientos. Cecilia (Elisa Carricajo) camina despacio casi como analizando cada paso que da. A Cecilia se le quema la comida y a diario suele pensar en pequeñas cosas que le hacen olvidar de las importantes. Su rol como madre sobreprotectora y docente universitaria ocupan la mayor parte de su vida. Está separada y la tenencia es compartida. Vive junto a su pequeño hijo Juan y cuenta con la ayuda de Nebe, una señora que trabaja en su casa. Si bien su cabeza parece estar un poco caótica, la desaparición de Kevin (el hijo de Nebe) detonará en su rumiación un planteo casi existencial: ¿Cuál es el rol de las teorías sociales? ¿Cuánta distancia existe entre pensar cómo debe funcionar una sociedad y cómo realmente funciona? ¿Cómo accionar más allá de lo teórico y catedrático? Cecilia es docente de sociología y todas estas cuestiones la preocupan demasiado. Un crimen común cuenta una historia sobre la desigualdad, también sobre el uso que tiene el Estado de las fuerzas y cómo éstas, muchas veces, no miden sus actos dejando como saldo violencia injustificada, humillación garantizada e impunidad. Utilizando al personaje de Cecilia como excusa para la ficción, el film avanza en el desarrollo de un relato sobre la vida de una madre desde dos puntos de vista: la de clase media y la de clase baja. Y lo curioso es que no intenta establecer diferencias contrastadas, sino más bien se esfuerza por emparejar las distancias mostrando el sentido universal del concepto de madre: la protección hacia un hijo. Además, el film, con oportunas intervenciones de carácter de crítica social, expone una realidad vigente en Argentina: la desaparición de jóvenes en manos de las fuerzas de seguridad. Cecilia sin querer es testigo de haber visto a Kevin con vida por última vez, pero no lo dice porque la invade el miedo. ¿Cómo explicarle a otra madre que no pudiste (ni supiste) salvar a su hijo? Así comenzará el derrotero mental de la protagonista que intentará seguir con su vida cotidiana sabiendo que ni toda la teoría social de Althusser ni el marxismo podrán sanar su culpa. Ella que siempre incluyó a Nebe en su mesa y luchó por exponer las desigualdades. En este sentido la película expone una contradicción narrativa que bien podría asemejarse a las bases del pensamiento sobre la estructura de las sociedades. Un crimen común propone una reflexión muy bien narrada, y desde el punto de vista cinematográfico muy bien diseñada. La estructura del relato fluye de la mano de un guion con ritmo interno y una lucidez social impecable. A su vez logra crear un escenario de realismo contemporáneo a través del vagabundeo de la protagonista, quien además de perderse en sus pensamientos de culpa, se pierde en la vida misma cuando, por ejemplo, los pasillos de la villa se vuelven un laberinto sin salida. Un reflejo de su mente. Otro laberinto será su vida profesional que parece estancada. Como si esto fuera poco, la película se soporta en las bases de la ficción adhiriendo algunos recursos del cine de suspenso que enriquecen definitivamente el conjunto. Una ficción social con tintes de thriller, eso es Un crimen común.
Ulises Rosell trae con López una película en clave documental en la que explora, acompaña y describe la cotidianeidad de Marcos López, fotógrafo y artista performer argentino, referente del arte latinoamericano contemporáneo. Además, un personaje entrañable que, tras la fachada del repertorio de clichés de artista, esconde una personalidad rica en anécdotas personales y un variopinto universo de referencias estéticas y temáticas propias de quien sabe construir una obra con sello propio. El estilo de Marcos López es Marcos López. Y es esta película la que nos invita a conocer qué hay detrás de todo ello. “Marqui”, como lo llaman sus conocidos, abre las puertas de su intimidad a la cámara de Rosell y es esta particularidad la que hace del film una pieza única. Solemos verlo en museos presentando su obra, pero ¿alguna vez creíste verlo, por ejemplo, sentado en la silla del odontólogo? Tan expuesto, tan sincero y tan complejo a la vez, conocemos en cada secuencia algo más de uno de los artistas más eclécticos de la escena local. Una invitación a entrar al mundo de Marcos López de la mano de un realizador que conoce muy bien cómo narrar con imágenes.
Una mansión en algún lugar de Reino Unido habitada por dos ancianos, se presenta como el target perfecto para un grupo de jóvenes delincuentes que sólo buscan “diversión”. “Será fácil robar algo de su fortuna” dicen, “Lo que a ellos les sobra, para nosotros es la vida”. Con ese pensamiento, la idea de irrumpir en la ostentosa propiedad, es el plan perfecto. Sin embargo, y de acuerdo a las reglas del género, por supuesto, nada sale como esperan. Los intrusos (The Owners) es un nuevo film de terror ambientado a principios de los años 90´. La premisa se presenta como una típica invasión y hurto a la propiedad privada y la idea como tema cinematográfico, siempre es atractiva. Tres jóvenes cansados de su pobreza (y una cuarta adicional por casualidad), deciden quebrar su racha de malas finanzas atacando la fortuna de esta pareja de ancianos que viven lujosamente en la campiña inglesa. Como es habitual, el plan en términos de idea, es perfecto, pero en la práctica no se puede decir lo mismo. Lo que comienza como un “juego de niños malos”, deriva en un raid de violencia física y verbal en aumento. Con habilidad narrativa y precisión en los detalles visuales, la película se va transformando a medida que avanza. Su principal variación es la inversión de roles: el ratón pasa de cazador a cazado y allí comienza el verdadero conflicto narrativo. Oscura y con una crueldad manifiesta en primeros y primerísimos planos, la puesta en escena es una protagonista más. Por un lado, los jóvenes delincuentes, y por el otro, los ancianos y la propia casa que pronto cobra protagonismo y transmuta en trampa mortal. A su vez, la tensión del relato es cada vez más opresiva, tanto que como recurso formal comienza a achicarse el marco de cuadro aumentando, generando sensación de ahogo y encierro. Si bien es un poco brusca la transición, si el espectador logra involucrarse en la historia, casi no podrá percibir este cambio de formato de frame. En tanto relato, la historia es conocida, algo que debía ser sencillo termina saliendo mal. De todos modos, lo que más llama la atención del gustoso del género, es la posibilidad de volver a ver uno de esos films donde se sabe cómo entran los personajes, pero nunca cómo salen (y si lo hacen). Este punto es el condimento clave para cada oportunidad en la que se decide contar este tópico. Hay mucho de conocido en las formas, pero siempre sorpresas en la narración. Los intrusos, logra una eficacia audiovisual certera porque ofrece todo lo que el espectador necesita: violencia, sangre, terror y un toque de locura. ¿Te imaginas estar en manos de una pareja de ancianos sádicos? Y si bien tiene detalles que no se logran desarrollar del todo, el conjunto resulta atractivo y cumple con su función de entretener y proveer un par de sustos, sobre todo psicológicos.
Venganza sin fin. En clave de falso documental, La leyenda de la viuda expone los clichés del género, pero con una propuesta interesante en torno a la estructura del relato. Es así que el film logra condensar en su duración una entretenida y dinámica sucesión de eventos inesperados que atraen la atención del espectador. La leyenda de la viuda cuenta la historia de un bosque ruso encantando por una mujer quién, según la creencia popular, busca venganza por sufrir una muerte violenta al ser acusada de asesinar a su marido infiel. Desde aquel momento (fin de la Segunda Guerra Mundial) el espíritu de la viuda va en búsqueda de víctimas para poseer sus cuerpos y así perpetuar el encanto, por consiguiente, sostener su venganza. Para conocer esta historia mítica, la película propone un acercamiento a un grupo de rescatistas que a diario intentan salvar a personas perdidas en los bosques; en el equipo, además viaja una reportera que está grabando un documental sobre el tema. De pronto, y como puntapié del drama, lo que comienza siendo un registro documental sobre cómo salvar víctimas, terminará siendo la documentación en primera persona de su propio rescate. Como en El Proyecto Blair Witch, hay dos elementos que La Leyenda de la Viuda toma prestados: el motivo (hay una bruja en el bosque) y la estructura (el falso documental). Sin embargo, en ampliación a este último, la película agrega un punto de vista adicional. Si con Blair Witch sólo veíamos lo que las cámaras de los protagonistas grababan, en este caso, además tenemos una segunda mirada de carácter omnisciente. El entrelazado de estos dos puntos de vista crea un ritmo interno en la película, haciéndola muy fluida. A su vez, crea la ilusión de un doble verosímil: el de la ficción construida por esta mirada omnisciente que sirve de referencia para el espectador aportando datos de tiempo, lugar y detalles (vemos desde una mirada privilegiada todo lo que los personajes viven y sienten sabiendo que algo malo les está por pasar); y el otro, es el de las imágenes que ellos captan con sus propias cámaras. No hay guion porque en este caso la ilusión es de realidad. Es decir, la impresión de realidad que crea la cámara en mano y la espontaneidad de la puesta en escena sellan con el espectador un pacto irrevocable. La alternancia entre estos dos puntos de vista, aportan, además de dinamismo, aire fresco al repertorio de clichés propios del género. Es por eso que La Leyenda de la Viuda también se toma la licencia para hacer algunos chistes políticos en relación al conflicto entre Rusia y Estados Unidos. Pero, tal vez, lo más interesante es cómo presenta el drama. Hay una intención de contar varias cosas al mismo tiempo aportando varias tramas paralelas, que finalmente confluyen en el núcleo del problema. Pareciera que los personajes van variando sus motivaciones a lo largo que el film les presenta los obstáculos. Los rescatistas cometieron un error (sin saberlo) por seguir al pie de la letra lo que sus manuales proponen. Esto los llevará a recorrer un largo y accidentado camino con sorpresas y plot twists inesperados, mientras transitan el bosque encantado buscando una salida. Ya no importa el protocolo, lo único que vale es mantenerse con vida. ¿Lo lograrán?
El primer largometraje del español Ángel Gómez Hernández, Voces, una de las últimas propuestas de terror sobrenatural de Netflix, narra la historia de una familia compuesta por Sara (Belén Fabra), Daniel (Rodolfo Sancho) y Eric (Rubén Blas), que se muda a una casa que compraron para reformar. Allí aspiran a tener una vida tranquila en la soledad del campo. Muy a pesar de sus proyectos, la tranquilidad se ve interrumpida cuando el pequeño Eric comienza a identificar extrañas presencias sonoras que lo incitan a realizar diversas acciones, las cuales comienzan siendo muy sencillas, pero con el tiempo generan un sistema de manipulación. Luego de advertir anomalías, sobre todo nocturnas, un hecho cambia la historia para siempre dando inicio a una investigación por psicofonías. La fórmula repetida de la casa embrujada, los ruidos extraños y las apariciones fantasmagóricas en segundos planos del cuadro lo dicen todo. Voces, se cimienta sobre esos puntos fuertes del género sin aportar nada novedoso ni terrorífico. A su vez, propone una receta narrativa ya muy conocida como lo son las intervenciones de profesionales de actividad paranormal que notan en la casa poseída no sólo material para sus investigaciones, sino también, y, sobre todo, respuestas a sus problemas personales. Es aquí donde aparecen Germán (Ramón Berea), el experto en psicofonías y Ruth (Ana Fernández) su hija y colaboradora, con el fin de ayudar a descifrar el misterio de la casona. Además de la trama central de la familia, Voces deriva en un film de investigación paranormal sin mucho que ofrecer en términos del género y con una resolución que toca un tema interesante de la historia católica española, pero que no logra verse del todo resuelto ni bien explotado. Al mismo tiempo, propone un inicio prometedor que se va diluyendo con el correr de los minutos. Entre premoniciones, finales anunciados y muy pocos momentos de relevancia, Voces parece copiar una fórmula sin mucho éxito. Las series y películas de terror son unas de las más vistas en la plataforma, sin embargo, no todas alcanzan el nivel de exigencia de los fans. La cinta, lamentablemente no llega a ofrecer una experiencia del todo atemorizante y vuelve a reincidir en temas y estructuras narrativas que todos conocemos de memoria.
“Infierno grande”, de Alberto Romero Por Mariana Zabaleta s La gauchesca está más viva que nunca, ahora repiensa sus personajes y pone en el centro de la acción a una mujer embarazada. Rompiendo a machetazos la anquilosada matriz del género Alberto Romero se aventura a retratar el llano en llamas. María, la madre primera siempre peregrina los campos en busca de un lugar propicio para parir. Esta vez el nicho es Naicó, un pueblo (realmente) fantasma ubicado en el centro de la llanura pampeana. El relato comienza con el crimen, la dialéctica del cazador y la presa conecta los personajes principales a lo largo de toda la historia. María es presa, nunca expresa con rabia originaria su condición nata de cazadora, quizás ese es uno de los puntos más flojos (quedan ganas de verla recortando y disparando la maciza escopeta). La construcción del paisaje y sus personajes esta limpiamente producida. La inmensidad del llano cuenta historias que mezclan lo fantástico y mitológico como un folclore secreto, el de los criollos y los originarios, extraño crisol sustrato de la tierra fecunda. El vientre de María conserva el espíritu originario, la profundidad de lo mágico y la aguerrida voluntad esperanzada del hombre pampeano. La gauchesca reproduce al paisaje como un personaje, y sus personajes como estereotipos. Ante la inmensidad cada figura parece asociada a un móvil, ya no hay leales caballos; la “chata”, el Renault Rural, la blanca Pickup, hasta un triciclo, todos asociados con leitmotiv musical a cada uno de los personajes. Esta construcción otorga gran dinamismo y tensión al periplo de María. Una especie de Ceferino del siglo 20 será interlocutor de reflexión para la protagonista. Siempre la cruz en el Sur marca el buen camino, contra los malos espíritus, aquellos que raptan y desaparecen a la gente en aquellas tierras remotas. Grandilocuentes palabras de Lugones le caben a esta propuesta: “Paisaje y mujer ilumínanse en él a grandes pinceladas de esperanza y fuerza. Qué generosidad de tierra la que engendra esa vida, qué seguridad de triunfo en la gran marcha hacia la felicidad y la belleza”. INFIERNO GRANDE Infierno grande. Argentina, 2019. Dirección: Alberto Romero.Intérpretes: Guadalupe Docampo, Alberto Ajaka, Mario Alarcón, Héctor Bordoni y Chucho Fernandez.Duración: 72 minutos.
Yo soy Simón, de Greg Berlanti Por Paula Caffaro Aunque un poco torpe, el intento de Hollywood por demostrar una apertura hacia los temas que incumben a los millenials, por ejemplo, la homosexualidad, Yo soy Simón, es una película que, como inicio, está bien. Se sabe que los comienzos son difíciles y si se los observa en retrospectiva, seguro, mejorables. Y este es el caso de este film teen basado en la novela de Becky Albertalli: Simón vs the Homo Sapiens Agenda. Simón es un chico “normal” y se empeña en hacerlo saber, sobre todo a nosotros, los espectadores. Asiste al colegio y tiene un fiel grupo de amigos con los que pasa su tiempo en una ciudad tranquila alejada de las grandes urbes. Sin embargo, Simón oculta un secreto, que pronto saldrá a la luz de la manera menos pensada. El problema de Simón no es el contenido, sino la forma. Su dilema no es aceptar su homosexualidad, sino su forma de comunicarlo. Y es en este punto donde el film se pone interesante cuando adopta un recurso muy visto en el cine (el intercambio de misivas) pero re versionado a las épocas que corren: en la secundaria a la que asisten este grupo de adolescentes hay un blog homólogo al famoso WikiLeaks pero, obviamente, con contenidos relacionados a la vida en la institución educativa. Es precisamente el movimiento de entrada y salida de correos de la casilla de Gmail lo que le aporta al film su cualidad más rica: su propuesta lúdica. Lejos de todos los prejuicios a los que este tipo de historias nos tienen acostumbrados (más tratándose de su origen ultra conservador), Yo soy Simón, aporta a la cinematografía de su estilo, una mirada nueva y tierna acerca de una cuestión cada vez más visible en el universo de los adolescentes: el momento de “salir del closet” con todo lo que aquello significa. Si bien, como decía al comienzo, el film peca muchas veces de torpeza, y ciertas recurrencias a lugares comunes, logra poner en el centro de atención una problemática actual que se transforma en un mensaje inspirador tanto para adolescentes como para adultos mayores. Yo soy Simón, es un signo de apertura que ojalá se siga explorando, hasta que por fin ya no importe qué somos, sino quienes somos. YO SOY SIMÓN Love, Simon. Estados Unidos. 2018. Dirección: Greg Berlanti. Intérpretes: Nick Robinson, Jeniffer Garner, Josh Duhamel, Katherine Langford. Fotografía: John Guleserian. Montaje: Harry Jierjain. Estados Unidos, 2018.