2012 está basada en las creencias populares generadas por el calendario maya, en donde los astrónomos indígenas habían previsto el fin de los tiempos en el año antes mencionado. Fin de los tiempos (o de los ciclos del calendario maya) no necesariamente significa apocalipsis; para los mayas era la visión del final de una etapa y el comienzo de un nuevo estadío para la humanidad. Mientras que muchos han visto el tema como la elevación del hombre a un nuevo nivel de conciencia - una creencia New Age que sería el equivalente a la Era de Acuario -, otros tantos se han volcado por un enfoque decididamente pesimista. Quizás en el hombre haya un deseo inconsciente sobre la necesidad de explicitar una fecha de vencimiento para su raza, lo que lo ha llevado a la búsqueda constante de poner una fecha tras otra al fin del mundo. Cuando no fue el cometa Halley, fueron las profecías de Nostradamus, el efecto del año 2000 en las computadoras, el nuevo milenio, el año 2008... y ahora el 2012. Y cuando pasemos el 2012, no faltará algún idiota que desentierre las leyendas de mongochito y diga que el mundo se acaba en el 2020 (u otro año a elección y relativamente alejado, así nos da tiempo para comprar libros de los autores apocalípticos de turno).
Con la idea de prenderse a la movida de turno, Roland Emmerich ha decidido crear un filme exploitation de cine catástrofe. Si uno considera las atroces características del género - ensamble de actores conocidos; pequeñas historias personales que son mediocres, no le interesan a nadie y sólo sirven para identificar quién vive y quien muere en la hecatombe de turno; 10 minutos de efectos especiales después de 90 minutos de bofe dramático -, Emmerich ha creado la mejor película de cine catástrofe de todos los tiempos. No sólo contiene como 20 cataclismos (que podrían haber dado pie cada uno a su propia película), sino que masacra a miles de millones de personas de la manera más divertida. Oh, si: 2012 es abominable científicamente y en sus intenciones exploitation, pero es entretenimiento puro.
La mejor movida que ha hecho Roland Emmerich desde Dia de la Independencia es haber puesto a su socio y guionista Dean Devlin en el congelador, y haberse buscado libretistas como la gente. Eso no quita de que Emmerich siga generando filmes con mayor o menor grado de atrocidad - como 10.000 BC -, pero al menos los diálogos resultan cada vez más tolerables. Acá el socio de turno es Harald Kloser que participara, además de la aventura cavernícola del alemán, en otros filmes pasables como El Día Después de Mañana y Alien vs Depredador. Y, sinceramente, el resultado final es mucho mejor de lo esperado.
En sí 2012 cumple con todas las premisas del género. Hay un montón de caras conocidas que aportan su solvencia para decir parlamentos que son ridículos en lo científico y regulares en lo dramático. Hay una amenaza global que es tan disparatada que es imposible tomársela en serio - y que me recuerda a otro filme tonto y muy divertido como era The Core -. De allí en más Emmerich se pone a full, repartiendo el tiempo entre un 20% de diálogos pasables y un 80% de soberbios efectos especiales. Oh, si: cuando tiene que poner la carne en el asador, el alemán no escatima en recursos ni en pisar los tabúes más sagrados de los puritanos yanquis. Cuando en una de sus tantas huídas el avión de John Cusack debe atravesar la ciudad de Los Angeles, lo hace entre dos mil toneladas de edificios que se deshacen con miles de personas volando por los aires. Si este no es un tratamiento de shock para los traumados por el efecto del 11 de setiembre del 2001, sinceramente no sé qué es.
Hay dos cosas que convierten a 2012 en el rey del género de cine catástrofe: por un lado, el libreto no se ensalza con situaciones dramáticas de stock. Cada vez que hay una escena emotiva - el reencuentro de Cusack con su familia; la despedida de George Segal de su hijo radicado en Japón -, es abruptamente cortada por un tsunami o un gigantesco terremoto antes de que la gente empiece hablar idioteces. Lo otro es que el exterminio de la humanidad nunca fue tan divertido. La destrucción está coreografiada en todo su esplendor, y es donde Emmerich despliega lo mejor de su talento. Desde la explosión del parque Yellowstone - al demonio con el oso Yogui!! - hasta tsunamis arrasando el Tibet (entre otra parva de cataclismos) se ven impresionantes y están filmadas con nervio. Para que tengan una idea, mientras que La Aventura del Poseidón nos hacía comer 90 minutos de basura dramática para poder ver un crucero dando una vuelta de campana, aquí Emmerich lo despacha en cinco minutos y al poco tiempo tenemos otra catástrofe en puerta.
En sí, lo que ha hecho Emmerich no es sino una adaptación no oficial de Cuando los Mundos Chocan. Quiten el planeta de turno que va a chocar contra la Tierra, y el argumento es el mismo. Oliver Platt viene a jugar el papel de John Hoyt en el filme original de George Pal, pero tampoco es un tipo demasiado perverso o malo como para tildarle el rol de villano - a lo sumo es un desesperado y pragmático que busca salvar su pellejo poniéndose en primer lugar en la fila -. Quizás el detalle más relevante de esta nueva versión no oficial, es que no hay discursos heroicos ni justicieros. El plan de salvataje lo arman las naciones más ricas del planeta en secreto; el resto, que se embrome. No hay lotería por los cupos (Danny Glover lo menciona en un momento, como para que no queden dudas de que Emmerich se inspiró en el filme de 1951) ni elección de los más capaces, bonitos y fuertes. Los sobrevivientes de turno son políticos y millonarios, asi que todos los que estamos en la clase media para abajo estamos condenados. Tampoco publicitan el proyecto, así pueden escaparse en silencio y sin que reine la anarquía. El futuro de la humanidad reside en un grupo de egoístas millonarios del primer mundo; el resto, que explote.
Pero aún con toda su agenda políticamente incorrecta, 2012 es un descerebre más que entretenido. Es un espectáculo pochoclero divertido y tan atroz que resulta imposible salir del cine pensando que ese va a ser el terrible fin de la humanidad de aquí a unos años. Es tan exagerada que resulta camp, y es enormemente amena.