Barbie es brillante. Miren que el filme podría haberse descarrilado de mil millones de maneras posibles – ser un suicidio artístico para todos los involucrados; ser un infomercial de dos horas de duración; estar plagado de chistes malos y pésimas ideas; ni que hablar cuando Amy Schumer (comediante desagradable en extremo si las hay) pudo quedarse con el protagónico y encarrilar la historia con un perfil totalmente distinto – o ser simplemente una comedia light sin mayores pretensiones. Pero no. Es como La Gran Aventura Lego con neuronas y sentimientos; es como la versión de Matrix de un universo plagado de muñecos. Hay mucha gracia, mucha diversión y muchas referencias meta; pero hay incrustado un profundo discurso feminista que le pasa a mil kilómetros por encima de la cabeza a la platea infantil y adolescente, y le pega hondo a la audiencia adulta. ¿Este es el mundo que hemos construído?. ¿En donde han quedado los valores de triunfar por el mérito y la igualdad de los sexos que pregonaba una simple línea de muñecas?. Tal como explica en el principio – una brillante parodia del inicio de 2001, Odisea del Espacio -, Barbie fue creada en un mundo en donde las muñecas sólo eran bebés y las chicas eran indirectamente adoctrinadas a que su mayor logro en la vida era llegar a ser buenas madres. En el mundo real esto ocurrió en 1959 y la aparición de la muñeca generó una sensación que llega hasta nuestros días. Ahora las niñas podían jugar con mujeres de plástico, disponibles en todas las razas y con todas las profesiones posibles. Para no vivir en una burbuja se le creó un compañero – Ken -, el cual tuvo tantas variantes como Barbie, e incluso aparecieron personajes secundarios como para que Barbie estuviera rodeada de una gran familia. Plus aparte los autos, decorados, casas, vestidos, etc, una gigantesca cantidad de complementos que dio a luz todo un imperio comercial montado alrededor de la muñeca. Pero la directora Greta Gerwig no se queda sólo con eso – el mundo plástico de muñecos sin maldad ni genitales -. A Gerwig la conozco muy poco – sé que ella y su marido Noah Baumbach son intelectuales y lo suyo es el cine arte; de Gerwig vi Mujercitas (primera vez que veía alguna versión de la historia) y me encantó lo desacartonado de la historia amén de construir personajes femeninos muy empoderados y valientes – y que se haya involucrado en algo tan crasamente comercial como es un filme sobre un producto de consumo masivo podía terminar en cualquier cosa. Por suerte Gerwig y Baumbach (como co-guionista) conservan su voz y su independencia y se dan el lujo de ir mucho más allá de lo que los estudios le han pedido. Están los chistes fáciles, las canciones, la simpatía, los decorados… pero también está la crisis existencial. Barbie comienza a tener pensamientos extraños – realistas – lo cual no van con la superficialidad del mundo en que vive. Consultando a Oráculo / Barbie Rara (Kate McKinnon, por una vez dando en el clavo con su habitual excentricidad), ésta le dice que todas sus dudas serán resueltas si visita el mundo real. Claro, debe elegir entre la Pildora Azul – los zapatos de tacones y quedarse en la burbuja de Barbieland – o la Píldora Roja – las sandalias chatas, el andar con los pies en la tierra y descubrir la verdad al costo que sea -. Barbie toma la decisión correcta, va al mundo real y se topa con una madre desencantada (America Ferrera) que soñaba con el poder de Barbie para con ella y para con su hija, una figura femenina empoderada… una ilusión que terminó por darse contra el muro de la realidad al tener un empleo chato, criar a una adolescente cínica y ver cómo sus sueños se esfumaban. En el medio Ken se ha colado en el viaje, ha descubierto que el mundo real está dominado por hombres y decide que es hora de hacer cambios en Barbieland, dejando de ser una figura decorativa y convirtiéndolo en un patriarcado. Se nota a la legua que todos los actores disfrutan a muerte sus roles. Ryan Gosling – que siempre fue un comediante brillante, pero uno que se mantuvo escondido y que sólo aparecía de a ratos con sus participaciones en Saturday Night Live o en la brillante The Nice Guys – es puro carisma; Simu Liu le perdió el miedo a la fama y brilla con luz propia; hasta el siniestro Gravik de Invasión Secreta (Kingsley Ben-Adir) puede ser un zopenco de primera si le dan la oportunidad. Pero el filme le pertenece a Margot Robbie. Ella es tan hermosa, brillante y talentosa que no tiene similar en este universo. Pocas actrices pueden ser tan carismáticas, tan cómicas o profundamente dramáticas y movilizantes (y a veces, pasar de un estado a otro en cuestión de instantes) como la Robbie. Quizás la movida viral sea que Gosling obtenga una nominación al Oscar, pero la Robbie se merece la postulación desde el vamos, aún cuando se trate del rol más inusual e impensable de su carrera. No sólo es descubrir que su rol inspiracional para las mujeres ha servido de poco y nada, sino también darse cuenta de lo injusto que es el mundo, que las mujeres ganan menos que los hombres o que haya puestos / trabajos en donde todavía no las mujeres no han desembarcado. Pero Barbie es mucho más que un simple discurso sobre la predominancia masculina en nuestra sociedad: hay un speech eminentemente brillante que brama America Ferrera en un momento del filme, que está pensado para volverse viral y quedar para la posteridad, y es algo que sobrepasa sideralmente las aspiraciones de un mera película sobre un juguete exitoso: Es literalmente imposible ser mujer. Eres tan hermosa y tan inteligente y me revienta que no sepas lo que vales. Siempre tenemos que ser extraordinarias, pero no sé cómo siempre lo hacemos mal. Tienes que estar delgada, pero no demasiado y no puedes decir “quiero estar delgada”, tienes que decir “quiero estar sana”, pero también tienes que estar delgada. Tienes que tener dinero, pero no puedes pedir dinero porque eso está mal. Tienes que ser jefa, pero no mala. Tienes que liderar, pero no machacar las ideas del otro. Se supone que tiene que encantarte ser madre, pero no puedes hablar todo el día de tus hijos. Tienes que ser profesional, pero también cuidar siempre de otros. Tienes que responder por el mal comportamiento de los hombres y si dices algo te echan en cara que te quejas. Tienes que estar guapa para los hombres, pero no demasiado como para tentarles o para ser una amenaza para otras mujeres, porque debes ser parte de la hermandad. Pero tienes que destacar y estar siempre agradecida. Pero sin olvidar que el sistema está amañado así que debes, aún sabiéndolo, estar agradecida. No puede envejecer, ni ser maleducada, ni fanfarrona, ni egoísta, ni derrumbarte, ni fracasar, ni mostrar miedo, ni salirte de lo establecido. ¡Es demasiado difícil! Es demasiado contradictorio y nadie te da una medalla ni te da las gracias. Y, de hecho, resulta que no sólo lo haces todo mal, sino que además todo es culpa tuya. Estoy tan cansada de verme a mí y de ver a cualquier otra mujer hacer lo imposible para gustarle a la gente. Y si todo también es así para una muñeca que representa a todas las mujeres, entonces apaga todo y vámonos. Amo los filmes que tienen discursos memorables. No sé si lo de Gerwig / Ferrera está a la altura del “estoy furioso como el demonio y no estoy dispuesto a tolerar más esto!” del Howard Beale de Network, pero que todo el mundo está hablando de esa escena es seguro, porque está plagada de verdades grandes como puños. No sólo Barbie descubre el orgullo de ser mujer (y logra cambiar el orden en Barbieland, convirtiéndolo en uno mas justo y equitativo) sino que, como Pinocho, decide que su descubrimiento sobre el mundo real lo supera, va mas allá de su esencia y opta por convertirse en humana. Quizás es lo que ella necesita… o quizás ella sea el punto de inflexión que el mundo real precisa, y ella viene a traer ese cambio – el empoderamiento de la mujer que nunca termina por ser ni equitativo ni definitivo -. Es por todo esto que, durante los dos primeros tercios del filme, Barbie funciona como una sólida comedia familiar con algunos momentos inusualmente profundos; pero en el último tramo se vuelve una película pensante, discursiva e increíblemente emotiva, la cual va muy por encima de la platea infantil y adolescente. Claro, hay pavadas y payasadas – la persecución dentro del edificio de Mattel es delirante; los ejecutivos de Mattel parecen un ejército de agentes Smith y Will Ferrell sintoniza de a ratos al ejecutivo maníaco de Steve Martin en Looney Tunes: De Regreso a la Acción, el burócrata que no quiere que sus productos tengan personalidad propia y tomen sus propias decisiones -; pero hay momentos muy inteligentes sobre la realidad y la esencia de lo que es ser mujer, sobre la pérdida de la inocencia de la infancia, sobre el cinismo de una realidad despiadada que arruina todos tus sueños. Ojo, no creo ni por un instante que esa agenda estuviera en la mente de Ruth Handler cuando decidió crear la muñeca; es la voz de Gerwig hablándole a la platea, abriéndoles la mente y/o recordándoles a la mujeres su lugar en el mundo… haciéndolo desde la posición más disparatada de todas que es desde una película que trata sobre las aventuras de un juguete. Es por Gerwig, por Robbie, por Ferrera que el filme se sobrepasa a sí mismo como mero espectáculo pochoclero, convirtiéndose de manera inesperada en el vehículo de una serie de discursos tan inesperados como inspiradores e inteligentes, muchos de los cuales logran darte en el corazón si estás con la mente abierta y la predisposición adecuada.
“Indiana Jones y la Taquilla Perdida”. “Es hora que Indy cuelgue el sombrero”. “Son los años… y también el kilometraje”. “Después de esto, La Calavera de Cristal no se ve tan mala”. Yo no tengo problemas con los héroes gerontes, siempre que se vean creíbles. Digo: Arnold y Sylvester Stallone son tipos de 80 que son capaces de pulverizarte ya que conservan físicos enormes. Liam Neeson es un gigante que te puede moler a trompadas. Hasta Sean Connery podía lanzar piñas con convicción a sus 73 años en La Liga Extraordinaria. Quizás Denzel Washington me genere mis dudas con El Equalizador; no se ve viejo (black don’t crack) pero sí algo panzón y lento como para despachar 20 monos en menos de 1 minuto sin armas y solo un sacacorchos. Toda esta gente anda bien para lo que sea trompear, disparar y conducir autos como el demonio. Ahora, para saltar de trenes en movimiento, quedar colgados de aviones o caer de varios pisos sin un rasguño no son creíbles. Más allá del cinismo de saber que lo que vemos es un doble con la cara del actor sobreimpresa digitalmente, se trata más que nada de la actitud. Connery rebosaba rabia; Neeson es despiadado, Arnie y Stallone tienen físicos cuadrados como armarios… Pero Harrison Ford a los 80 años se ve como un viejito. Y eso es un drama cuando su personaje se caracteriza por hacer acrobacias diabólicas a lo Tom Cruise. Ford ha perdido su mojo con la vejez y eso se nota. Aún en El Reino de la Calavera de Cristal (con 65 pirulos) tenía esa mirada de loco que lo caracterizaba cuando sabía que tenía que hacer algo físicamente imposible para salvar una situación de peligro. Acá la mirada está perdida y, en momentos de mucha acción, hasta parece asustado. El tipo camina lento y no le da para correr con lo cual cuando empieza a saltar entre tuk-tuks – esas moto-taxis típicas de la India – sabés que no es él. Intenta subir un precipicio y se queda por la mitad. Los grupos de matones lo amedrentan cuando antes se los podía cargar él solito. Considerando la cronología de la saga, si suponemos que en El Templo de la Perdición (que hace de precuela de la serie) tenía unos 30 años en 1935, en El Dial del Destino (ambientada en 1969) debería tener 64… pero se notan las 8 décadas que realmente tiene. Para colmo el director James Mangold pone una escena con Ford semidesnudo y en calzoncillos donde tiene un físico muy avejentado que está ok para un tipo de 80 (ojalá yo llegara así a esa edad) pero no para la edad que figura que tiene en el filme. Ford se ve como un bulldog con los dientes limados; ladra pero no muerde. Lo que ocurre es que toda esta idea está mal parida desde el vamos, porque Indiana Jones 5 no debería existir. Si no rodaron una secuela al toque hace 15 años cuando Ford aún se veía fresco y creíble como héroe de acción, ¿cómo pensaban hacer un taquillazo con un tipo que se ve – y se siente – tan geronte en este momento en donde el box office es una ruleta rusa?. Es la locura de Disney (y no es el único estudio) en exprimir propiedades intelectuales hasta la última gota: si compramos LucasFilms, ¿cómo no vamos a hacer una de Indy?. ¿Nadie pensó que gastar 300 millones de dólares en una aventura protagonizada por un tipo de 80 años (que se ve de 80 años) y que, para colmo, es una aventura de super acción es una pésima idea?. Al menos el Batman de Michael Keaton en The Flash se ve badass; en cambio acá a Ford lo tiene que estar rescatando Phoebe Waller-Bridge a cada rato… Depende de cómo lo mires, la película tiene sus ratos entretenidos. Los primeros 20 minutos son bárbaros y tienen el sabor del viejo Indiana Jones. Claro es un flashback situado al final de la Segunda Guerra Mundial, Ford está rejuvenecido digitalmente (de a ratos se ve genial y otras veces… ugh), hay uso y abuso de dobles y la acción es frenética. Luego la acción se traslada a 1969… y el filme se va en picada. Indy se jubila, está super viejo, y le aparece la ahijada, hija de un amigo arqueólogo (Toby Jones) con el que vivió la aventura del teaser. La ahijada en cuestión (Phoebe Waller-Bridge) puede tener chispa pero es una contradicción ambulante, más un invento del libreto que una persona real con conducta coherente: por un lado es una mercenaria que quiere vender reliquias en el mercado negro al mejor postor (incluyendo el McGuffin del título) y por el otro lado quiere honrar la memoria de su padre descifrando los secretos del Dial del Destino – un reloj inventado por Arquímedes que puede predecir la aparición de portales para saltar en el tiempo -. Un ex nazi, suerte de Werner von Braun reencarnado en Mads Mikkelsen, desea apoderarse de él desde hace décadas. El tipo ha blanqueado su prontuario gracias a la Operación Paperclip y es otro de esos nazis no tan malos reclutados por los yanquis con el propósito estratégico de ganar la carrera espacial construyendo cohetes sobre la base de las bombas voladoras V1 y V2. Así que el ex nazi no sólo puede andar campante por las calles de Nueva York sino que incluso tiene gente de la CIA trabajando con él para satisfacer sus caprichos (una desubicada inclusión de la morena Shaunette Renée Wilson, que parece salida de Shaft y que históricamente es inexacto ya que la CIA solo comenzó a contratar afroamericanos en la década del 70). Así que la Waller-Bridge le saca a Indy la mitad del Dial, va a buscar la parte restante, Indy la sigue y los nazis van a la cola. Hay algunas persecuciones bien filmadas, no memorables, pero al menos tienen pulso. Pero a medida que avanza la historia, la cosa tiene menos y menos sentido. Como ir a buscar un naufragio griego en el Mediterráneo en una época que no existía el GPS, o pibes que saben volar aviones porque aprendieron jugando… y no con el Microsoft Flight Simulator. A Ford la Waller-Bridge lo arrastra a todos lados y se ve menos activo y despierto que nunca. La mitad de las acrobacias las hace la inglesa, que tiene su propia versión marroquí de Short Round, y funciona más como un Deus Ex Machina ambulante que otra cosa. Al menos el final da un giro sorpresivo que, aunque no tenga mucho sentido, es de festejar. El cómo solucionan la chifladura del clímax es otro tema. Indiana Jones y el Dial del Destino es lo que debería haber sido El Reino de la Calavera de Cristal, pero rodada 15 años antes. La historia es levemente mejor, y cambien a la Waller-Bridge por Marion Ravenwood (Karen Allen) y hubiera funcionado mucho mejor. Pero Ford está demasiado viejo para esta m… (diría Danny Glover) y se nota. En vez de temerario se ve temeroso y toda la hermosa locura del personaje (que primero hacía y después pensaba) se ha esfumado. Tampoco hubiera funcionado la aventura con un reemplazo más joven (¿Chris Pratt?) porque esta serie viene a los tumbos de hace rato: demoran 15 / 20 años entre secuelas, recaudan poco y ninguna hace historia – no es como James Bond que tienen una maquinaria aceitada de libretistas generando ideas todo el tiempo para hornear entregas cada 3-4 años -. Indy 5 no era necesaria e incluso los cabos sueltos – la suerte de Marion o de su hijo Mutt Williams – se sienten descolgadas. Hasta que no saquen a Kathleen Kennedy de la presidencia de LucasFilms, la subsidiaria de Disney va a seguir a los tumbos artística y financieramente. Hay que dejar de apoyarse en la nostalgia y sacar personajes frescos y nuevas aventuras porque sino van a seguir como hasta ahora: reciclando franquicias a un costo millonario, con resultados magrisimos de crítica y taquilla. Y ésta no era la despedida que se merecía uno de los más grandes íconos de acción del cine de aventuras.
De todo lo último que ha lanzado DC contra al ruedo, The Flash es de lo mejorcito que ha hecho. Cuando es emocionante, emociona. Cuando es divertida, es hilarante. Cuando es heroica, te moviliza. Hay mucho amor para estos héroes que Andy Muschietti plasma en pantalla, aún cuando a veces los recursos se queden cortos – ejem… CGIs mediocres y algunos cameos metidos con calzador, solo para sacarle una sonrisa a los fans -. El elenco es muy bueno – quizás Michael Shannon va en piloto automático, como incómodo de volver a estar en este universo como el general Zod – y la música te saca una sonrisa. Y aún con todo eso, a The Flash no le alcanza para recibir una medalla. No tiene nada que ver las locuras de la vida real de Ezra Miller – estamos muy lejos de ese ambiente y somos menos puritanos; solo queremos ver un filme para divertirnos -, sino cierta cosa de consistencia. Ok, este filme lo escribieron los mismos de Spiderman: De Regreso a Casa y saben como ser divertidos, épicos y serviciales con el público, pero quizás tenga que ver con Muschietti como director. Una pulida final, mas seguridad con los efectos especiales, reconocer cuando la comedia es excesiva… o quizás el punto (sin querer entrar en terreno de spoilers) es que toda la aventura es innecesaria. No hay ese sentimiento de satisfacción de que el héroe ha vencido todos los enemigos / obstáculos que se han interpuesto en su épica sino que es solo una triquiñuela rebuscada que no termina de solucionar nada… siquiera la identidad del asesino de la mamá de Barry Allen o los motivos de semejante homicidio. Aún con toda la mala fama que tiene, Ezra Miller es un actor de la hostia. En The Flash tiene todo el tiempo del mundo para lucirse como debe. No solo es payaso sino emotivo, y en su búsqueda de enmendar el pasado – detener el asesinato de su madre, probar la inocencia de su padre – encuentra sus mejores momentos. Aun en la secuencia final es imposible que a uno no se le escape una lágrima. Quizás el prólogo es innecesario – pero, bueno, siempre hay que hacer lucir al héroe salvando a inocentes aún cuando Evan Peters haya hecho algo similar (y con mucha mas gracia) en los filmes finales de los X-Men -. La única utilidad es probar que, cuando Flash se pasa de rosca, puede ir a tanta velocidad que puede pasar la barrera del tiempo. Mientras que eso es un clásico del personaje – y la serie con Grant Gustin lo ha usado hasta el cansancio y con mayor verosimilitud -, nunca ha quedado muy claro cómo este tipo puede elegir día, mes y año del pasado / futuro donde desembarcar. Para Gustin era una simple ventana, pero acá inventaron una cosa llamada la Cronosfera donde el velocista puede ver miles de lineas de tiempo alternativas con CGIs hechos con una Commodore 64 – para los que se reían del bigote borrado digitalmente de Henry Cavill en Liga de la Justicia, esperen a ver esto -. ¿Qué tanto costaba pegarle una mejor pulida, entregar la película unos meses mas tarde o camuflarlo con un blur lo plástico que se ven los habitantes de la Cronosfera?. Como Miller se ve como un pendex vuelve a un pasado alternativo donde él tenia 18 años y su madre estaba viva. Claro que existe otro Barry – su versión adolescente de esa época – así que debe interceptarlo a tiempo, tomar su lugar y después ver qué corno hacer. Para colmo llega en el momento justo en que el general Zod ha dado con la Tierra y quiere capturar a Superman para sacarle el código genético de los kriptonianos aparte de terrarreformar el planeta para convertirlo en Kriptón – si, todo ese bolazo con que se despachó Zack Snyder en El Hombre de Acero -. Pero en esta versión del universo Superman no está, tampoco el resto de la Liga de la Justicia, y a lo sumo tenemos a un Bruce Wayne jubilado y ermitaño – Michael Keaton; aplausos de pie, por favor – que usa toda su parafernalia tecnológica para ayudar al viajero en el tiempo. Ni ahora ni antes nunca Keaton se sintió como un Batman creíble: es bajo, no tiene físico, no es imponente. Pero lo que tiene Keaton es esa aura de inteligencia, pensamiento rápido y suma expeditividad que lo hace un Batman implacable. Acá precisa muchos efectos y muchos dobles pero es brutal peleando, y eso es lo que uno espera del Hombre Murciélago. Tres cuartas partes de la audiencia va a ver el filme solo para reencontrarse con el veterano héroe de su niñez y no van a salir decepcionados. Quizás hay demasiado fan service – los latiguillos de “vamos a volvernos locos” o “yo soy Batman” – pero, rayos, ¿cuando vimos a un prócer del cine volviendo a interpretar el rol de su vida después de varias décadas?. ¿Sean Connery en Nunca Digas Nunca Jamás?. Este Batman planea, es heroico, y pelea duro. Y cuando va a rescatar al alienígena que los rusos han atrapado, tiene de sobra para lucirse. Como la historia está cambiada, no hay Superman sino su prima Kara Zor-El. Wow, si alguien merece sobrevivir la purga del DCEU es Sasha Calle, que es sexy, elegante y salvaje, y está criminalmente desperdiciada. Su historia merecía una película para ella sola. Acá exhibe furia y compasión, es mas badass que el mismo Cavill y es dificil no hacerse fan de la latina. The Flash no es la super película que sacudirá los cimientos del género. Tiene su cuota de cosas excelentes, otras discutibles, pero a lo sumo no deja de ser un entretenimiento superior a la media con mas ritmo que coherencia. Es mucho mas divertida que Black Adam o la última de Shazam, Muschietti funciona como un James Gunn lite que precisa un poco mas de fogueo para mantener los tonos en las medidas justas (al menos sabe como hacer épicas las entradas de los personajes a la historia). A veces todo es muy cómico – Flash siempre fue de los superhéroes mas descontracturados que tiene la DC -, y a veces hay demasiadas cosas en el aire que no se puede manejar con el equilibrio que se precisa, caso del romance con Iris West. La serie de Grant Gustin ha usado este tema – basado en la novela gráfica Flashpoint – y siempre ha sido mucho mas coherente, tomándose todo el tiempo del mundo para construir la épica, medir las consecuencias y los conflictos morales del héroe, y obtener un desenlace formidable. Pero acá han hecho una versión resumida de Flashpoint, tomaron el esqueleto y, por las limitaciones del formato, al ir a las apuradas no pueden obtener todos los méritos que debiera, reduciendo la épica a un puñado de personajes en versiones alternativas. Así como está es light, divertida, épica y emocionante, pero no termina por ser redonda.
No soy seguidor de Disney. Puedo paladear otros productos de la compañía – Pixar, Marvel, Star Wars – pero no me pidan que reseñe los grandes clásicos del gigante del ratón, los cuales considero que son melodramas monumentales (¡Púm!; ¡chau, mamá de Bambi!). Los he visto alguna vez allá lejos y hace tiempo – en mi infancia era el standard de entretenimiento infantil – pero después decidí no volver a visitarlos nunca más. Cuando Disney comenzó su renacimiento en 1989 con La Sirenita – luego de un par de décadas de filmes animados y live action mediocres -, no la ví ni siquiera con la llegada de mi nena. Me tentaron Hércules, Aladino y El Rey León y hasta ahí nomás. Es por eso que a muchas remakes live action de clásicos Disney de las últimas tres décadas llego virgen. Aladdin con Will Smith me gustó mucho mas de lo que pensé, Mowgli me pareció muy buena, El Rey León resultó innecesaria. De más está decir que poco mas que me obligué a ver la última versión de La Sirenita. Más allá de la polémica sobre una morena con rastas rojas como Ariel (mas sobre eso en un momento), el filme increíblemente funciona. Al parecer sacaron cosas, pusieron otras nuevas, retocaron la historia para darle más profundidad (¡chiste fácil, ya que hablamos de sirenas!… el fondo del mar… eh, ustedes me entienden), no sabría decir exactamente las diferencias y cómo pesan en el resultado final. Yo no estoy en contra de la diversidad racial en los filmes – creo que Disney hace bien en mandar mensajes de tolerancia, igualdad y convivencia en un país tan partido al medio con el racismo como es USA -, pero a veces a estos chicos se les va la mano. Primero al ver que Tritón es el españolísimo Javier Bardem y su hija una morena caribeña… pero, como hay siete mares, hay seis hermanas mas y todas ellas (cada una representando a un océano distinto) son diferentes: latinas, africanas, asiáticas… con lo cual si Bardem siempre estuvo casado con la misma mujer, sus cuernos deben ser tan grandes como dos antenas para celulares. Aún el más bien intencionado mensaje de tolerancia choca con la realidad genética / estadística / biológica y, lo que para los niños es una galería de chicas bonitas de todas las razas, a los adultos de la platea les da un pie para todo tipo de malos pensamientos. Eso es lo absurdo de llevar un mensaje woke a los últimos extremos – como la temible serie de superhéroes Naomi donde una morena era adoptada por un asiático y una latina, o The Fosters con una pareja gay de una blanca y una morena adoptando un montón de pibes latinos; ¿en serio? -. ¿Por qué no adoptar una postura estilo Crazy Rich Asians o Ms. Marvel, explorando una sola cultura e incluso dándonos detalles fascinantes de otro tipo de sociedad, creencias, religiones, etc?. Hubieran puesto a Djimon Hounsou de rey Tritón, hubieran hecho que todas las hijas fueran morenas y la cosa era muchísimo más coherente. Yo creo que cualquier rol puede ser interpretado por cualquier actor de cualquier raza, sexualidad o credo, y si las circunstancias no son creíbles históricamente, entonces hagan una adaptación – Rey Lear transcurre en Wakanda y está interpretada por morenos, o Macbeth transcurre en el Japón feudal -. Pero enloquecerse con los castings multirraciales / LGBT multitudinarios y a ciegas – quizás para hacer rabiar a Ron DeSantis o al señor del jopo amarillo – no siempre va de mano de la lógica. La Sirenita arranca bien, es un show ok y Halle Bailey es simpática y canta joya. Sebastián parece salido de la tira de Bob Esponja y tenemos un pájaro pescador que puede hablar media hora bajo el agua sin respirar. Mientras todo eso es medio meh, las rotativas se paran cuando Melissa McCarthy entra en escena. La Bailey es buena pero ésta es la película de su vida para la McCarthy. No solo su Úrsula es la viva encarnación del dibujo animado sino que la diva se regodea con el papel y Rob Marshall le da los mejores planos. Verla cantar y contonearse con sus enormes tentáculos fosforescentes es magnífico y vale el precio de la entrada. Rebosa maldad, se relame con sus complots, canta a todo lo que da y se roba cada escena donde aparece. Una nominación al Oscar por aquí, por favor. El resto funciona muy bien – siguiendo con el casting multirracial, ahora el príncipe era un náufrago blanco adoptado por una reina negra con un primer ministro indio -. El príncipe no es un bobo, tiene su costado interesante y la química con la Bailey es buena. Las canciones suenan lindo – aunque la única que conozco, “Bajo el Mar”, me suena mas floja que la versión animada al menos en coreografía y shock visual (digo después de ver la secuencia varias veces en YouTube durante años) – y hay un par de temas extras anónimos by Lin-Manuel Miranda, autor sobrevalorado si los hay. Aún con momentos ok, La Sirenita vale la pena como espectáculo familiar y porque la McCarthy se devora todo y hace historia. No es banal como La Bella y La Bestia live action, no se siente innecesaria. Quizás Rob Marshall sea el hombre indicado para las remakes Disney – aunque El Regreso de Mary Poppins solo me pareció pasable -, simplemente porque un hombre de Broadway tiene mayor sensibilidad artística que un mero tecnócrata especialista en CGI – como le pasó a Jon Favreau con El Rey León -. No se trata simplemente de regurgitar algo venerado sino de darle un plus para que tenga identidad propia… lo cual, afortunadamente, ocurre aquí.
Si uno quiere saber qué pasó con Damián Szifrón – creador de Los Simuladores, responsable de la nominada Relatos Salvajes -, acá tiene la respuesta: después de coquetear con una posible versión para la pantalla grande de El Hombre Nuclear – protagonizada por Mark Wahlberg – y no llegar nada (posiblemente por interferencia creativa de los estudios), Szifrón eligió un proyecto mas modesto y con mayor control creativo en donde él y Shailene Woodley son los productores. No es un thriller que arrasará la Tierra ni hará historia pero está escrito de manera super sólida, inteligente, con salidas propias de Szifrón y donde lamentablemente el tercer acto – que amenazaba ser brutal y diferente – termina siendo rutinario y políticamente correcto, lo que empaña el esfuerzo previo. Acá hay un asesino serial, pero no de esos que cortan gente en pedacitos sino un tirador que, en la noche de fin de año, liquida a 30 tipos desde un departamento alquilado y después lo vuela por los aires para ocultar todo tipo de rastro. El oficial del FBI a cargo – Ben Mendelsohn, un tipo especializado en hacer papeles de villano pero que va como los dioses cuando le dan papeles against type – no es un bobo burócrata sino un tipo con mucho olfato para las pistas. A Mendelsohn lo tortura la burocracia de la ciudad de Baltimore – el alcalde, el gobernador, gente que lo aprieta para obtener resultados o mostrar algo (aunque no sea verdad) para exhibir que están sobre algún tipo de pista aunque no sea veraz – y, por el otro lado, se topó con la Woodley en la escena del crimen, la cual es una policía de calle con una parva de despioles mentales encima pero que es buena investigando. El drama es que, como depresiva, anti social y con un par de intentos de suicidio, la chica no califica para detective a pesar de que tenga los años y el instinto. A Mendelsohn le encantan un par de conclusiones de la Woodley y la recluta como enlace con la policía local. Como el crimen es demasiado perfecto, hay poco sobre lo que pueden avanzar y lo único que queda es ver el reguero de sangre que ha dejado el asesino. Esta es una historia que prioriza a los personajes sobre la trama. La Woodley cree que está de adorno (o que Mendelsohn la quiere pasar para el cuarto) pero, cuando el detective revela que es gay y está casado, la química entre ambos cambia de manera notable. En un caso como éste la investigación podría tomar años pero el guión acelera tiempos al probar que el asesino comete errores y genera otra matanza de la cual sí se pueden obtener más pistas. Como esta gente piensa “por fuera de la caja” saca conclusiones interesantes que lo ponen sobre sobre el sendero del homicida. La Woodley está afeada y descuidada para dar el look de solitaria a la cual le falta un par de caramelos en el frasco. Honestamente nunca la encontré ni bella ni tan buena actriz y ahora con 32 pirulos tiene que reinventarse de alguna manera. Acá funciona bien en el rol, es creíble como una policía “quemada” por el trabajo y la soledad. El que anda de maravillas de Mendelsohn, que es tan inteligente como cínico y tiene las mejores líneas del libreto – “vos sos como el idiota de Tiburón, el que quiere mantener las playas abiertas mientras el bicho se come la gente” le dice al burócrata que no quiere imponer un toque de queda en la ciudad “sí, pero el alcalde idiota sigue en el cargo en la secuela!”… y esos son diálogos propios del Szifrón que todos conocemos y disfrutamos -. Mientras uno conoce a estos personajes la investigación sigue una secuencia lógica, razonable, simple pero brillante hasta arribar al descubrimiento de la identidad del asesino donde el filme se reserva varias sorpresas. (alerta spoilers) Quizás lo mas brillante es que el homicida solitario – el misántropo del título, que cree que la vida siempre le negó oportunidades y ahora se venga de aquellos que ostentan opulencia o se ven felices – le exige un sacrificio a la Woodley, hablando de par a par ya que ambos han sido amantes de la muerte y odian la vida que han llevado. Si el filme hubiera seguido por esa línea, Misántropo podría haber tenido un final magnífico, iconoclasta, con el asesino aceptando su suerte y la policía novata siendo su impensable socia en el capítulo final. La imposición de un final feliz la aparta de la posibilidad de hacer algo diferente y memorable, quizás una decisión de Woodley como productora para no empañar su imagen pública… que lastima la eficiencia de un policial super sólido (fin spoilers). Misántropo – o Para Atrapar a un Asesino, título genérico si los hay e inspirado por un clásico de Hitchcock – es muy sólida, inteligente y atrapante. No inventa nada nuevo pero se toma su tiempo para hilvanar la trama con personajes muy interesantes. Es una lástima que sobre el final opte por lo políticamente correcto en vez de salirse de la ruta y recorrer caminos nuevos e inesperados, algo que hubiera sorprendido gratamente a la mayoría de los espectadores que gustan del género.
Si hacemos la gran Scream y nos atenemos a las reglas del cine de género, el segundo capítulo de una trilogía debería ser el más oscuro. Pasa con Star Wars, con el Batman de Nolan, incluso hasta con Matrix. Pero acá James Gunn ha reservado lo peor – lo mas fuerte y deprimente – para la entrega final de Guardianes de la Galaxia. Ok, era necesario en algún momento un baño de realidad y dramatismo – sino estos tipos son siempre bufones que salvan el universo con una sonrisa en el rostro -. Pero acá, cuando vamos al drama, el tono bordea lo intolerable. El villano hace experimentos genéticos para crear la raza perfecta – uno de esos experimentos da a luz a Rocket, el mapache cohetero de nuestro adorable grupo de vándalos -, pero los productos fallidos son de una crueldad inusitada. Es como si Gunn estuviera canalizando una versión espacial de La Isla del Doctor Moreau (mezclado con gotas de nazismo), con conejos con artefactos mecánicos como bocas, hurones con brazos de metal y morsas con ruedas como patas traseras – es una visión fantasmagórica que me hace acordar a la intro de Nightwatch de Timur Bekmambetov -. Es chocante y deprimente. Uno podía anticipar que en algún momento la historia de origen de Rocket sería tocada y, por vistazos premonitorios – ver todos los artefactos y operaciones que tiene su cuerpo – iba a ser una historia triste… pero no anticipaba que sería tan torturante. Eso liquida las intenciones de volver a verla por parte de un buen porcentaje de la platea (entre los que me incluyo). Ni siquiera el final – en donde los cosas deben levantar puntería y Rocket debería obtener su revancha – es satisfactorio. Hay un inesperado toque gore y demasiada masacre, y aunque todo esto no sean mas que CGIs, no deja de ser brutal. La historia está bien pero tampoco es una maravilla. Los Guardianes se han hecho cargo de Knowhere – la cabeza de un ser celestial devenida planetoide – y están medio hartos de la tarea. Peter Quill sigue extrañando a Gamora, Nebula ya forma parte permanente del grupo – incluso tiene tecnología Stark que la potencia como guerrera – y Drax y Mantis tienen una química que se sacan chispas y es de lo mejor del filme – es increíble todo lo que creció Mantis como personaje -; por su parte Groot es una cosa enorme, musculosa, mas poderosa que su versión original. Entra en escena Adam Warlock, una especie de Superman dorado creado por la raza de los Soberanos – los que odian a los Guardianes -, quien destroza todo lo que puede e intenta raptar a Rocket. Las cosas salen muy mal, Warlock debe huir muy herido mientras que Rocket queda al borde de la muerte. Ahora los Guardianes deben rastrear los orígenes de Rocket para encontrar una cura para su anatomía única a irrepetible, lo que los lleva al encuentro del Alto Evolucionador – un ser todo poderoso que juega a ser Dios, modificando seres de todo tipo a piacere en busca de una raza perfecta y que es el responsable del origen del mapache, de Warlock e incluso de la raza de los Soberanos -. La historia de Rocket, contada en flashbacks mientras está en coma, es deprimente y repulsiva. Si usted no tiene tolerancia a la crueldad animal, éste no es un filme que pueda tragar. Todo el asunto destila un tufo a experimentos nazis, amoralidad y poderosa crueldad que incluso, por momentos, te hace apartar la vista de la pantalla. Por otra parte al tener a Rocket fuera de acción mas de la mitad del filme nos perdemos a uno de los mejores personajes de la saga. Quill se topa con Gamora Mark II – la versión que vive en este Universo, que es una devastadora aliada con Sylvester Stallone, Michael Rosenbaum cristalizado y otros palurdos que (según el comic) podrían ser la versión II de los Guardianes -, la cual no tiene ni la mas pálida idea de lo que le habla el flaco ni siquiera de su pasado romántico. El azar los pone juntos pero no los revuelve, así que las letanías de Quill por su amor perdido se hacen largas e interminables. Hay buena acción y buenos chistes pero el tono sombrío empaña las cosas. Como villano el Alto Evolucionador no es muy consistente – a veces es todopoderoso y cruel y otras veces es un histérico que está a los gritos exclamando su impotencia -. Como Adam Warlock Will Poulter se ve enorme y letal, pero después el relato lo “nerfea” – hace sus superpoderes menos superpoderosos, vaya la redundancia – y al final no le da un propósito demasiado válido, quedando en un cameo glorificado. Se supone que en los comics Adam Warlock es una especie de Jesús espacial – un ser de luz justiciero de particular inocencia – pero acá es como un Superman (o quizás un Shazam por su personalidad aniñada) de cuarta. Guardianes de la Galaxia Vol. 3 es mejor que Quantumania, pero el tono oscuro termina opacando sus méritos. Incluso la resolución se ve abrupta y sin demasiado sentido – de un momento a otro la mitad de esta gente decide probar otro camino y desbandar la pandilla -. Si la taquilla da buenos resultados seguramente habrá un Guardianes 4 pero con otra configuración diferente a la conocida y en manos de otro artesano. James Gunn se despide de Marvel y lo hace con una entrega muy respetable en sus propios términos. Lo que no estoy tan de acuerdo es con el tono, que me arruina mucho del entretenimiento que esperaba. Al menos los hermanos Russo obtuvieron un mejor balance entre el amargo drama, el entretenimiento y el heroismo en las dos últimas de los Vengadores; acá el shock es fuerte y el desenlace tiene sabor a poco como para compensar toda esa amargura previa.
Que una película sea taquillera no significa que sea buena. Ciertamente Super Mario Bros 2023 es mejor a su antecedente de 1993, pero sin ser una super maravilla. Es simple, simpática y destila fanservice por todos los poros – están los personajes, los niveles y las distintas versiones de los juegos están integrados a la trama y el entretenimiento es redondo e inofensivo -, pero no es La Gran Aventura Lego. Quizás la mayor gracia del filme reside en que le dieron la franquicia a Illumination – los de Mi Villano Favorito, Sing y otros títulos taquilleros – que, aunque sean europeos, parecen los dignos sucesores de Tex Avery y Chuck Jones. Aunque veas un minion dibujado (y sin que diga una palabra) ya te da risa, y eso habla de un talento natural para hacer personajes estéticamente graciosos. Y cuando están en movimiento, son carismáticos y no podés apartar la vista de ellos. En el caso que nos ocupa está Toad – un honguito que está al servicio de la Princesa y que le pone la voz Keegan-Michael Key – el cual es un ladrón constante de escenas. Es el equivalente de los minions en este reino – hacen torpezas de todo tipo, son increíblemente simpáticos y te dan ganas de llevarte uno para tu casa como recuerdo -. El resto es más genérico. El malo es muy malo – Jack Black se debe haber hecho una panzada con el rol -, el secuaz del malo es como una tortuga hechicera retorcida y torpe, Luigi y Mario son dos estereotipos ambulantes de la tanada, y la Princesa es menos sumisa de lo que uno podría anticipar. La historia es simple – bien como para chicos con edades de un dígito… y para adultos que crecieron jugando a las consolas a estos juegos durante años – y no tiene demasiado sentido. ¿Por qué este universo está lleno de niveles y tuberías? ¿Por qué se puede acceder a él desde las cloacas de Nueva York?. Simplemente porque el libreto lo dice y porque el juego original estaba así diseñado. Al menos Super Mario Bros entretiene en el sentido mas básico de la palabra. El drama del filme live action de 1993 fue intentar explicar la razón de todo, y acá eso es pasado olímpicamente por alto ya que, de todos modos, a la audiencia no le interesa. No se precisa ser un experto en el juego para disfrutar el filme, pero no esperen nada demasiado elaborado. Es simplemente una Propiedad Intelectual llevada a la pantalla grande con una gracia básica, pero no le llega a la altura de Sonic. Funciona, no ofende y no aburre, y eso – en este momento – es más que suficiente.
¿Es una idea válida intentar sacar una película taquillera de un juego de tablero?. La respuesta sería… ¿por qué no?. Después de todo tenemos películas basadas en videojuegos (Doom, Tomb Raider, Super Mario Bros, etc), películas basadas en juguetes (Transformers, Lego, Barbie, etc) así que el único limitante es la imaginación disparatada de los libretistas. Entre las categorías antes mencionadas hay algunos títulos mas que recomendables; en cambio, cuando se refiere a juegos de tablero, el sabor se vuelve amargo. ¿Se acuerdan de Batalla Naval?. Acá el antecedente de Calabozos & Dragones (el juego de rol mas popular en los Estados Unidos) es esa horrenda película del año 2000 donde los personajes eran anacrónicos, nadie se tomaba en serio la premisa y Jeremy Irons sobreactuaba de manera salvaje. Sin embargo la franquicia de Calabozos & Dragones tiene algo tentador (al menos para los productores) que es funcionar como excusa para acceder a una mitología fantástica depredada de los trabajos de J.R.R. Tolkien sin necesidad de pagar derechos de autor. Podemos tener magos, elfos y enanos aunque no se llamen Gandalf, Legolas o Gimli. Se puede tentar al público fan de El Señor de los Anillos con un entretenimiento mas liviano y pasatista, amén de seducir a los fans del juego (y los videojuegos que se basan en la mitología del mismo), con lo cual tenemos una base de espectadores prearmada. El punto es encontrar el tono y que, de paso, no sea simplemente un espectáculo para nerds y especialistas. Acá la dupla responsable de la nueva saga de Spiderman (con Tom Holland) – Jonathan Goldstein & John Francis Daley – se hacen cargo y se despachan con una versión de fantasía de Guardianes de la Galaxia – otro cuarteto de aventureros carismático que no se toma en serio a sí mismos… incluyendo una versión morena de Drax que toma los chistes de manera literal – que funciona muy bien en sus propios términos y tiene el potencial de convertirse en una franquicia rentable. La gracia reside en que los roles están cambiados: el matón del grupo es Michelle Rodríguez – que se ve enorme, lista para entrar en la WWE – y la damisela en apuros es Chris Pine. El mago – Justice Smith – es un torpe de aquellos al que le salen mal todos los encantamientos, y la ladrona del grupo es la druida multiformas Sophia Lillis (la pelirroja de la última versión de It, el Payaso Diabólico). Todos funcionan de maravilla a excepción de la Lillis que no parece entender de qué va la cosa y se la ve incómoda en su traje de Peter Pan con cuernitos. La onda de la película es rara, ya que todos se ven muy modernos – empezando por el corte de cabello de los varones -. Hay algo de drama y algo de venganza, pero es la excusa para hacer un viaje con estos cuatro, buscar objetos mágicos perdidos y arremeter contra el villano – Hugh Grant, canalizando a Jeff Goldblum al 110% -, que en realidad es un testaferro de la verdadera malvada del filme, la bruja roja Daisy Head. La causa para Pine es personal: un golpe fallido mandó a la pandilla a la cárcel, el único que se escapó (y con todo el tesoro del atraco) fue Grant y, para colmo, terminó haciéndose cargo de la hija de Pine adoptándola como propia. Toda esta gente es muy buena en lo suyo. Chris Pine hace lo mismo que en Mujer Maravilla – las mujeres le salvan las papas del fuego; hace chistes, esquiva golpes y muestra humanidad -, la Rodríguez reparte piñas como en Rápido y Furioso y Smith se embrolla como en Detective Pikachu. La sorpresa es Regé-Jean Page – que vos pensás que va a hacer de héroe hecho y derecho: pinta, valentía, carisma, músculos – pero es es un palurdo que toma las cosas de manera literal – si dice que va para allá… va para allá, sin importar lo que haya en el camino, aunque sea una roca gigante a la que deba escalar en vez de rodearla como cualquier mortal -. Con esa onda todo es simpático y divertido, y la película te hace pasar el rato en gran forma. Es posible que a Calabozos y Dragones: Honor Entre Ladrones le falte una cocinada extra para obtener todo el potencial de semejante cast – cosa que obtendría en futuras secuelas -. Es una comedia de aventuras super sólida y super recomendable para pasar el rato y, si con esto empiezan una franquicia, sería una idea que no me desagradaría en absoluto.
¿Qué le pasó a John Wick?. Déjenme contestarles: un cambio de guionista; eso es lo que pasó. El capítulo 4 de la saga – formidable, iconoclasta, desbordante de adrenalina – de pronto perdió encanto. No todo pero al menos la mitad. Quizás tenga que ver con la duración excesiva o que, a esta altura del partido, las coreografías de acción se ven repetitivas. Suponiendo que éste sea el final de la serie, no termina siendo satisfactorio. No es un desastre a lo Matrix 3, cumple con lo prometido y tiene un par de momentos brillantes, pero me termina por cerrar. Cuando se prenden las luces, uno se queda con la sensación de vacío: “¿esto fue lo mejor que se les pudo ocurrir?”. En los filmes anteriores John Wick era una imbatible máquina de matar y los combates tenían lógica (disparatada pero lógica al fin). Acá la saga parece codearse con la locura de Rápido y Furioso en donde las armas tienen munición infinita, las leyes de la física no se aplican y la gente puede hacer cosas brutales – como ser atropellado un montón de veces sin salir cojeando o siquiera romperse una costilla, o caerse de un par de edificios y marcharse campante como si nada le hubiera pasado – y seguir andando como si nada. O la bobada de los trajes a prueba de balas, que ahora todos los tienen y que parecen hechos de Vibranium – aunque no entre en el cuerpo, las balas dejan moretones o te astillan un hueso!; ni siquiera podés recibir una ráfaga en el paintball sin quedar en un grito de dolor y eso que estás súper blindado y es un juego inofensivo! – Al menos hasta John Wick 3 Baba Yaga mataba, se quedaba sin balas, saqueaba munición o armas de entre los cadáveres que dejaba y seguía adelante, sufriendo palizas pero avanzando sin parar. Pero acá no pasa eso. Keanu Reeves sigue funcionando de manera impecable, y es notable la cantidad de esfuerzo físico que le pone a la cosa – la mitad del tiempo está tirando tipos del doble de su tamaño por encima de su hombro; éste debió de ser un rodaje mucho más extenuante que los anteriores -, pero la cosa empieza a aburrir. Son demasiados monos, demasiados tiroteos y demasiados escenarios ya antes vistos. Para colmo el libreto comete un error fatal y es ponerle aliados, como si al imparable Wick no le quedara nafta en el tanque para llegar a la meta. Disminuir la imbatibilidad (y formidable fama) del héroe es dispararse en sus propios pies. Hay un moreno cazarrecompensas que va tras él y de pronto se vuelve su protector, sólo porque le salvó al perrito (ni siquiera hay alguna sorpresa como podría ser que fuera el hijo del personaje de Laurence Fishburne). Wick acude por ayuda al Hotel Continental de Osaka con la versión japonesa de Winston y, como es obvio, la Mesa decide tomar por asalto el hotel reciclando el final del Capítulo 3. Las performances está ok, pero la mitad de los personajes son deus ex machina ambulantes, gente amiga de Wick que en los capítulos previos no existían y cuya única razón de ser pareciera ser sembrar semillas para futuros spinoffs. Ok, el combate es bueno – pistolas y katanas – pero las razones del mismo no son muy claras salvo por el capricho del libretista – que no es Derek Kolstad de las tres primeras entregas sino el co-guionista de Parabellum -. Winston repite frases, parece mas egoista y menos leal que antes, Fishburne sigue siendo un payaso y las cosas se ven repetidas. Al menos el libreto condimenta lo rutinario con algunas sorpresas – decisiones imprevistas, un shock, un villano que parece salido de Batman, Bill Skarsgard que rebalsa de maldad y el super carismático Donnie Yen… ¿haciendo otra vez de asesino ciego?; eso tiene cierta lógica en un mundo feudal (a lo Zatoichi) pero en una balacera atronadora la falta de la vista (y mas para un duelo!) es absurda, a menos que seas Daredevil -. Yen es otro aliado salido de la nada que aparece cuando Keanu está cansado o a punto de volarle la cabeza. Para colmo si el tipo no fuera ciego… ¿sería mas letal que John Wick?. ¿WTF?. Considerando toda la masacre y toda la mitología el filme debería haber terminado con una conclusión lógica. (alerta spoilers) John Wick como jefe de la Gran Mesa, el asesino maestro liderando la organización de asesinos. Lo del duelo es estúpido y, para colmo, Skarsgard se hace el malo pero no termina matando una mosca así que ¿qué es? ¿un glorificado burócrata?. El final no es asombroso, incluso suena abrupto y decepcionante aunque los fans elaboren teorías conspirativas de todo tipo. (fin spoilers). Al menos no aburre. La fotografía es espectacular, las peleas son buenas y la última hora es brillante con tomas novedosas y una brutal cacería en la rotonda del Arco de Triunfo en París. Ok, es el capítulo final y las apuestas deben ser altas pero ya bordeamos lo ridículo si después de matar 200 monos en una escalera interminable aparecen 200 monos mas y te faltan dos minutos para llegar a una cita. John Wick 4 es correcta, disfrutable, prolija, por momentos espectacular y por (demasiados) momentos repetitiva. Es un buen final de camino para el asesino mas letal del mundo pero, argumentalmente, debería haber sido mucho mejor y mas innovadora. Chad Stahelski anda joya como director pero es el libreto el que falla en encontrarle una vuelta fresca. Por el momento el cierre supera lo ok, aunque a veces se sienta demasiado largo y agotador.
¿Por qué la saña con Shazam: La Furia de los Dioses?. Hay un montón de cosas que hace bien y, la más importante, tiene el corazón en el lugar correcto. Por supuesto es inferior a la original – la que rozaba la perfección, era cómica y conmovedora, y tenía el heroísmo admirable y puro que tenía el Superman de Chris Reeve -, pero no merece la lapidación, desidia y/o cinismo generalizado del grueso de la crítica estadounidense. Lo que ocurre es que los críticos yanquis son como los tiburones: huelen sangre y salen a hacerse el festín sin importar la víctima. Es cierto que hay cosas que saltan a la vista – obvia interferencia del estudio (el reclutamiento del final, ausencia del archivillano mas conocido de la saga, etc), inconsistencia con las expectativas del original (¿a dónde fue a parar Sivana y Mr. Mind?), cierta disparidad del libreto que reduce a Asher Angel a un cameo en su propio filme -, pero tiene sus momentos cómicos, sus momentos emotivos y sus momentos de gran heroísmo. Y también su cuota de Deus Ex Machina pero, sino, no sería un filme del DCEU. Pasemos a la previa. Como todos ya saben a esta altura del partido, Dwayne “La Roca” Johnson metió un montón de presión para hacer su película de Black Adam en solitario e intentó construir una nueva etapa en el DCEU girando exclusivamente alrededor de él. La hizo retrasar durante años hasta tener el hueco adecuado en su agenda – y ni aún así el producto final fue decente -, descartó a Zachary Levi por no estar a la altura de su estrellato y prefirió resucitar brevemente a Henry Cavill como Superman para que la nueva etapa terminara en un brutal enfrentamiento entre él y el Hombre de Acero. La idea de la Roca no es nueva – Vin Diesel hizo lo mismo con Rápido y Furioso construyendo la franquicia alrededor de su persona y le dio enormes dividendos – pero falló miserablemente y terminó expulsado amén de prometer secuelas que no se concretarán jamás (algo que se ha convertido en una marca de fábrica del DCEU). Pero, además de todo ese daño, la Roca impidió que los miembros de la Sociedad de la Justicia (¿remember Hombre Halcón, Atom Smasher, el fenecido Doctor Fate, etc?) reclutaran a Shazam en la secuencia post créditos de este filme, mandando a dos miembros de tercera línea del escuadrón de Amanda Waller a enrolar al superhéroe del rayito. Mas tóxico no podía ser. Es por todo eso que el DCEU debe terminar de una vez y James Gunn / Peter Safran (que también es productor de este filme) deben resetear sí o sí el universo de superhéroes de DC si aún están a tiempo de hacer unos dólares antes que el género se sature y se agote. Entre las últimas entregas mediocres de DC y el desborde de series a medio cocinar y malos filmes de Marvel (que también se cobró una víctima con el despido de Victoria Alonso, pieza importante del staff de Kevin Feige, luego del escándalo por trabajo esclavo de todas las agencias de efectos especiales al servicio del sello rojo), el género de superhéroes cruje mal y se precisa un gran título (¿la última de Flash?) para restaurar la fe del gran público en él. Es por todo eso que una parte de Shazam: la Furia de los Dioses se siente boicoteada. La verdad es ésta: la primera no recaudó una locura – solo 367 millones de dólares contra un presupuesto de 100 millones – pero prometía ser el inicio de una saga en crecimiento – algo como ocurrió con John Wick, que empezó tibia en taquilla pero alabada por la crítica en todas partes, y puede despedirse en la cuarta entrega con el taquillazo que siempre mereció (debutó con 73 palos verdes este fin de semana!) -. Este segundo capítulo, algo mas dispar, puede que recaude menos pero Shazam nunca va a estar en el club del billón de dólares. Aún así, es una franquicia que James Gunn debería retener porque tiene méritos, corazón y es mas consistente en su lógica interna que un montón de otros experimentos de DC. Incluso es superior a la última de Ant-Man, aunque le pese a Marvel. Aquí las tres hijas de Atlas – ¿por qué son una anciana (Helen Mirren, criminalmente desperdiciada), una madura asiática y una pendex latina, en primer lugar? – van a recuperar a la Tierra el báculo que le dio el poder a Shazam y cuya energía proviene de su padre. La idea es utilizar el báculo para reestablecer el Árbol de la Vida y revivir el Olimpo. Ok, no es el plan más malévolo y brillante del mundo, es solo una premisa simple. Mientras tanto la familia Marvel… digo, Shazam y hermanos se dedican a hacer actos super heroicos en Filadelfia. Claro, son todos pibes y son torpes y advenedizos así que es mas lo que destruyen que lo que salvan – razón por la cual se ganan el apodo de los Fiascos de Filadelfia -. Mientras los hermanos convirtieron a la Roca de la Eternidad (¿Hogwarts?) en una cueva adolescente llena de golosinas, videojuegos y televisores gigantes, al toque llegan las diosas hermanas a la ciudad y comienzan a sembrar el caos. Y, como son una familia, los hermanos superpoderosos van a hacerles frente. Es curioso ver como el libreto le saca casi toda la atención a Billy Batson humano (Asher Angel) y se la dedica a Jack Dylan Grazer. Ok, el chico del bastón es más empático por muchas razones – es un nerd adorable, es un lisiado que va de frente contra los bullys aunque lleve todas las de perder – y tiene gran química con la nueva estudiante que resulta ser Rachel Zegler, una de las diosas que va de incógnito a la escuela. Prácticamente el filme se divide entre Grazer y Zachary Levi haciendo de las suyas, y Angel queda reducido a menos de cinco minutos en pantalla, lo que es una injusticia total. Es posible que los guionistas entiendan que la pareja natural de Billy Batson es Mary, su hermana adoptiva, y que el romance de Grazer y Zegler se vea mas natural. Grazer se luce en gran forma, hay que decirlo, pero podían haber hecho la presencia de Angel mas importante o extendida. A Grazer le tocan los momentos más heroicos y emotivos en su versión humana, y es allí cuando Shazam: la Furia de los Dioses brilla. Este pibe no puede aguantar ni dos segundos en una pelea pero va de frente contra todo y contra todos. En contrapartida Levy sigue siendo tan genial como siempre, mostrando que tiene mas sangre de Superman (el clásico de los años 40, no el badass moderno) en sus venas que lo que Zack Snyder haya engendrado. Es elegante en la lucha, es decidido y heroico, es simpático y bromea con lo obvio, y no tiene dudas a la hora en que debe decidir si el sacrificio es la única solución viable a todo el bardo que hay en pantalla. Hay un puñado de momentos muy emotivos en el filme que no cualquier cinta de superhéroes es capaz de lograr, una razón más por la cual David F. Sandberg, Zachary Levi y toda su pandilla deben sobrevivir la purga de Gunn & Safran. Lo que ocurre es que Shazam: la Furia de los Dioses no tiene más aspiraciones que ser tonta, divertida y pasatista. No hay oscuridad en ella, no hay villanos siniestros ni memorables, no hay elaborados planes maléficos que pasen a la historia. La mala prensa, la saña de los críticos, el escándalo de la interferencia de la Roca, el boicot de los talibanes de Snyder, la resistencia a lo que puedan ofrecer Gunn & Safran le juegan en contra… que es una cosa demasiado radicalizada para un entretenimiento tan simple y bastante sólido como éste. Es una película recomendable que no llega a la altura del primer filme, pero tampoco decepciona o aburre. Tiene una cuota de cameos – comenzando por el Billy Batson de la serie televisiva de 1974 y siguiendo por alguien a quien todo el mundo daba por “despedida” – que va de los respetuoso a lo salido de la galera a último momento… pero no me desagrada en absoluto. Pero Shazam: la Furia de los Dioses llega en mal momento para el género y la ensombrece la mala prensa. No me parece justo, no es ni por asomo un filme que se merezca semejante desprecio. Simplemente hágame caso y vaya a verla porque la va a pasar bien, y ése es el propósito básico de cualquier película: ser un buen pasatiempo.