El fin del mundo según "2012"
No es ningún desastre esta nueva, exagerada y adrenalínica película de Roland Emmerich. 2012 ofrece un menú para servirse catástrofes al por mayor, y empacharse en la gran pantalla de efectos especiales y de casi dos horas sin respiro. Lástima que tiene una media hora de final edulcorado, sin nada de emoción, obvia, y abrumadoramente positiva para un grupo de personas que vio derrumbarse el planeta, literalmente, pero que parece que acabaran de salir de tomar un té con leche.
2012 empieza en el último día del resto de nuestro mundo, luego de que en unas horas se cumple la profecía maya de que el fin está cerca. La tierra se abre, los vientos se convierten en huracanes incontrolables, las planicies se elevan en volcanes de lava en unos minutos, y las piedras en llamas son proyectiles que arrasan con todo lo que hay en kilómetros a la redonda; los tsunamis llevan las olas a una altura de 1,5 kilómetros.En ese panorama, un escritor medio fracasado (John Cusack) que conduce limusinas para millonarios, intenta acercarse a su familia. Pero ese tibio acercamiento se afianza cuando todo lo demás se destruye, en secuencias que juegan en el límite de la parodia y por momentos desdramatiza el fin del mundo.
En el medio, la trama se completa con intrigas políticas sobre quiénes deben saber qué es lo que está ocurriendo y quiénes no; debates sobre qué méritos deben tener los que estén en condiciones de salvarse; codicia; avaricia; envidia; ira.
El argumento es súper elemental. La película, entretenidísima. Igual, la premisa del final apocalíptico deja un mensaje esperanzador, cuando se sitúa el nuevo comienzo en el día 27 del mes 1 del año 0001.