2012

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Subjetiva

La Tierra que te da la vida

Apenas cuatro minutos después del comienzo de 2012, las noticias que vienen de la pantalla no pueden ser más desalentadoras: el comienzo del fin está en marcha. En algo así como un repaso de la física elemental para espectadores del cine-catástrofe, la película muestra una inestabilidad excepcional en el Sol que afecta el núcleo de la Tierra con un bombardeo masivo de las partículas subatómicas, lo que produce desplazamientos de la masa del planeta, erupción de gigantescos volcanes, y tsunamis, que decretan la fecha de vencimiento de la humanidad. Sin embargo, y en pos de la simplificación, el film abandona rápidamente cualquier aspiración educativa y atribuye el cataclismo a las profecías mayas (¿?), que determinan el fin de los tiempos para el 21 de diciembre de 2012.

Establecido el sombrío diagnóstico, “2012” toma velocidad y presenta a los extras, porque el verdadero protagonista del relato es la vieja y querida Tierra, que el desastrólogo Roland Emmerich ya martirizó y desguazó a conciencia en

Día de la independencia, Godzilla, y sobre todo en El día después de mañana. Así, después de dar un breve pantallazo a la vida de Jackson Curtis (John Cusack), el héroe del relato junto a Adrian Helmsley (Chiwetel Ejiofor), casi toda la película es una divertida actualización de las posibilidades del género ci-fi en plan apocalíptico.

Por aquello de los hombres ordinarios metidos en situaciones que lo exceden, Curtis es un chofer de limusinas, convenientemente perdedor, divorciado, padre más o menos ausente y escritor de un libro tremendista sobre el the end del planeta que casi nadie leyó (“Adiós Atlantis”). Por otro lado está Helmsley, el científico que da el alerta sobre el desastre. Y que sí leyó el libro del chofer. El cast se completa con Kate (Amanda Peet), la ex esposa de Curtis y por ahí anda Charlie Frost (Woody Harrelson), interpretando a una especie de hippie-visionario-loco y periodista freelance, algo así como la versión actualizada del lúcido y a la vez desquiciado fotógrafo que componía Dennis Hopper en Apocalypse Now, que sabe lo que va a pasar y al que por supuesto nadie le da presta atención.

Lo que sigue es el desarrollo de un guión endeble pero que sirve para sostener la verdadera estrella del relato: un parque de diversiones visual en donde el espectáculo se organiza con algunas, pocas, puntadas de argumento para mostrar la lucha desesperada de Curtis por salvar a su familia cuando literalmente el mundo se derrumba, mientras los líderes mundiales organizan media docena de gigantescas arcas de Noe, que suponen, van a servir para preservar, algo, de la especie.

Y ahí si, la frase que no por transitada se la iban a perder: “El mundo tal como lo hemos conocido se terminó”, dicha en tono grave por el presidente de los Estados Unidos (Danny Glover), mientras las grietas cortan en dos a un supermercado, los edificios se empiezan a derrumbar como si estuvieran hechos de gelatina, las olas alcanzan varios cientos de metros, y los volcanes aparecen en los lugares más inesperados.

El alemán Roland Emmerich hace rato que está radicado en Hollywood, que no es lo mismo que los Estados Unidos, y si bien en El día después de mañana había mostrado un trato especial por el desarrollo de la historia, cuidando de que cada personaje tuviera un perfil definido, en 2012 este aspecto está menos presente, con un humor mucho más obvio y la espectacularidad de los FX en primer plano. Sin embargo, la película sí tiene una clara y pesimista visión cínica, en donde más allá de algunas, poquísimas excepciones, el futuro del planeta y de supervivencia humana está en manos de los políticos y sobre todo de poderosos, los únicos que a mil millones de dólares por cabeza pueden comprar el ticket que los habilita para salvarse arriba de una de las arcas que se supone, resistirán el cataclismo.

En una película donde la verosimilitud se pone a prueba una y otra vez por la pirotecnia visual, la amarga visión de Emerich es la columna del relato, aún cuando por supuesto, una leve veta progresista se cuele a último momento y salve de la canallada a toda la mezquina humanidad, con un nuevo comienzo en… África.