Mañana se estrena “Argentina, 1985”, de Santiago Mitre con Ricardo Darín y Peter Lanzani, sin duda el estreno nacional del año que viene precedido por el buen recibimiento de la peícula en diferentes festivales del mundo y que ayer, fue elegida por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina para que forme parte de la preselección para competir como Mejor Película Extranjera en los Premios Oscar 2023. La película de Mitre centra su relato en el fiscal federal Julio César Strassera (Ricardo Darín), encargado de llevar adelante el juicio a las juntas militares por las violaciones a los Derechos Humanos durante la dictadura cívico-militar. Recreando de manera precisa el clima de época, “Argentina, 1985” tramite la tensión que tuvo que soportar Strassera junto a Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) y el resto del joven equipo que reunió el fiscal para la titánica tarea de demostrar que el terrorismo de estado tuvo como método la tortura, la desaparición de personas, la apropiación de bebés y la ejecución sumaria. El quinto filme de Mitre (Pequeña flor, 2021; La cordillera, 2017; La patota, 2015; El estudiante, 2011), escrito en colaboración junto a su habitual compañero de trabajo, Mariano llinás, cuenta de manera sencilla y potente el poder que todavía ostentaban los defensores de la represión, que justificaban, fue una reacción al accionar de las organizaciones guerrilleras. En ese sentido, la película aborda algunas de las complejidades de todo el proceso político-judicial de manera llana y evita otras inteligentemente, centrándose en la épica de ese grupo que logró encarcelar a los militares genocidas, una acción inédita en todo el mundo. “Argentina, 1985”, que cuenta con el notable trabajo de Ricardo Darín acompañado por un sólido elenco en donde se destaca Peter Lanzani, tiene una carga histórica y emotiva insoslayable para el público argentino, pero es posible que “Argentina, 1985” también tenga como virtud la universalidad del mejor cine industrial, con una producción que además del respeto sobre su significado histórico, puede verse como un thriller apasionante sobre un grupo de gente que tuvo la determinación y el valor necesario para buscar justicia. En ese sentido la distinción de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci) en el Festival de Venecia en donde compitió por el León de Oro y el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, además de la presencia en festivales de todo el planeta, es solo una muestra de que la película puede ser vista, comprendida y disfrutada por públicos diversos. Más allá de la polémica con la plataforma Amazon, uno de los productores de “Argentina, 1985”, que pretende que el filme esté disponible en salas solo 21 días, por lo que se redujo el número de pantallas a poco menos de la mitad prevista originalmente, son muchas las expectativas que penden sobre la película. «Esta película es cine argentino en estado puro. Principalmente es argentina, por más que esté Amazon Studios atrás. Rescata valores argentinos, director, guion y producción argentina”, dijo a Télam el presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, Hernán Findling » Creo que sería muy bueno tenerla nominada al Oscar. No solo por el premio en sí, sino por lo que puede representar para el cine nacional, aseguró Findling, poco antes de que la entidad confirmara la elección. “El Oscar te da mucha visibilidad y publicidad», concluyó el también productor cinematográfico.
Emma Thompson es una de las poquísimas actrices que en plena madurez mantiene su vigencia y es convocada a todo tipo de papeles, tanto para gigantescas producciones hollywoodenses como en producciones más pequeñas, como el estreno de Buena suerte Leo Grande, que transcurre casi en su totalidad en la habitación de un hotel, con Thompson interpretando a una jubilada que le paga a un taxi boy para tener sexo. La película de la australiana Sophie Hyde está construida alrededor de Emma Thompson, que compone a Nancy Stokes , una maestra de religión retirada, viuda y con un pasado monótono, que incluyó a un esposo bueno, tan atento como aburrido y conservador, el único hombre con el que se relacionó sexualmente en toda su vida. Sin demasiadas obligaciones, con dos hijos adultos, por primera vez Nancy dispone de tiempo para reflexionar sobre su vida, en donde la insatisfacción sexual es uno de los temas para nada menor dentro de sus frustraciones. Y el presente le ofrece la oportunidad de contratar a un trabajador sexual de manera anónima a través de internet, una decisión osada que Nancy llevará adelante a pesar de los temores y todo tipo de inseguridades. En este tipo de películas, en donde casi todo el peso del relato se sostiene sobre él o la protagonista, se suele hablar de «tour de force», en el sentido de que además de talento, la interpretación requiere un particular esfuerzo, en tanto la historia descansa sobre los hombros del actor o la actriz. Y en Buena suerte, Leo Grande, la actriz es nada menos que la británica Emma Thompson, que con gloriosos 63 años se anima. Se anima con una historia chiquita pero que la compromete a estar en pantalla durante casi toda la hora y media del relato, se anima con un partenaire mucho menor (Daryl McCormack) con el que establece una intimidad absolutamente verosímil, se anima a seducir -en la ficción que interpreta y desde la pantalla a los potenciales espectadores-, y claro, se anima al desnudo total y a dos o tres calientes escenas de sexo, un arrojo ausente casi por completo para la representación de mujeres maduras en el cine y menos para estrellas con algunas décadas encima. De lo que se trata entonces es de mostrar a Emma Thompson haciendo lo suyo con solvencia en una película que tiene mucho de teatral -no es descabellado imaginar variaciones de la puesta sobre los escenarios de todo el mundo, incluyendo Argentina, por supuesto-, acompañada por un actor correcto como el irlandés Daryl McCormack, conocido por su trabajo como integrante del clan de la serie «Peaky Blinders». Con momentos confesionales, revelaciones sobre las historias de cada uno de los personajes, diálogos más o menos ingeniosos y una puesta amable y sin sobresaltos, lo que se espera de Thompson se cumple con creces, muy por encima de la previsibilidad de la historia. La actriz británica no tiene nada que demostrar luego de una carrera extraordinaria, definiendo personajes tan disímiles como Beatriz en Mucho ruido y pocas nueces (1993, Kenneth Branagh); la joven reflexiva creada por Jane Austen frente al «desenfreno» de su hermana en Sensatez y sentimiento (1995, Ang Lee); y la esposa rota de dolor por una infidelidad en Realmente amor (2003, Richard Curtis). Y también, la legendaria Nanny McPhee en La niñera mágica» (2005, Kirk Jones); la escritora conflictuada de Más extraño que la ficción (2006, Marc Forster); o una insospechada alcohólica en The Meyerowitz Stories (2017, Noah Baumbach), entre otros muchos títulos. Lo cierto es que en el relato -en donde a favor hay que señalar que no se trata de una historia de amor-, lo imaginable del trabajo de Emma Thompson queda rápidamente atrás. Y más allá de la cuestión sexual y los comentados desnudos de Thompson que la película viene arrastrando desde su presentación en el Festival de Sundance y su paso por Berlín, aún con su desarrollo sin sobresaltos y carente de sorpresas, Buena suerte, Leo Grande merece verse por el abrumador abanico de aptitudes y grados de sensibilidad artística que despliega la extraordinaria actriz inglesa. BUENA SUERTE, LEO GRANDE Good Luck to You, Leo Grande. Reino Unido, 2022. Dirección: Sophie Hyde. Intérpretes: Emma Thompson y Daryl McCormack. Guion: Katy Brand. Fotografía y edición: Bryan Mason. Música: Stephen Rennicks. Distribuidora: BF París. Publicado originalmente por el autor en Télam.
Pequeña flor es un relato que transita el policial desde la comedia negra, coquetea con la Nouvelle Vague y tiene, “una levedad lúdica, juguetona” según la describió a este cronista Santiago Mitre. La película es un pensado aparato cinéfilo, con un protagonista (Daniel Hendler) desenfocado, por su propia historia pero sobre todo por el lugar en donde le toca vivir, una ciudad de provincias en el llamado Macizo Central francés, con una hija recién nacida, una esposa (Vimala Pons) tan desorientada como él y claro, un sofisticado y odioso vecino (Melvil Poupaud), el centro gravitacional de una historia que se repite como la ya mítica Día de la marmota pero en clave gore -con una sucesión de muertes que tienen una sola víctima-, tan absurda como fantástica y coherente con el universo que plantea la película. No es casual que el filme, basado en el libro “Pequeña flor de Iosi Havilio, tenga guion del propio Mitre junto a Mariano Llinás, que con Historias extraordinarias (2008) se empeñó en que la provincia de Buenos Aires bien podía ser el territorio de aventuras propias de lugares más “cinematográficos”. En ese sentido, del aburrido interior francés surgen personajes fuera de lo común, capaces de generar situaciones extraordinarias, también violentas e ilógicas, pero que paradójicamente, se convierten en elementos imprescindibles para volver a enfocar al protagonista y a su pareja, porque en definitiva de eso se trata, de una historia de amor que retoma toda su gloria después de una aplastante rutina. PEQUEÑA FLOR Petite fleur. Francia/Argentina/España/Bélgica, 2022. Dirección: Santiago Mitre. Intérpretes: Daniel Hendler, Vimala Pons, Melvil Poupaud, Sergi López y Françoise Lebrun. Guion: Santiago Mitre y Mariano Llinás, basado en la novela de Iosi Havilio. Fotografía: Javier Juliá. Edición: Alejo Moguillansky, Andrés Pepe Estrada y Mónica Coleman. Música Gabriel Chwojnik. Distribuidora: Trapecio Cine. Duración: 98 minutos.
“Como dice la Biblia en el libro del Génesis ‘y al séptimo día Dios descansó’, ahora con mi séptima película llegué a Mar del Plata” , dijo con una sonrisa César González en la presentación de su película, Reloj, soledad, que participa en la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Con apenas 32 años, González tiene una extensa obra como director pero además como escritor, dos disciplinas con una poética que está orientada en gran parte a contar historias del Conurbano bonaerense. Reloj, soledad toma un breve período de la vida de una empleada de limpieza (Nadine Cifre, que también colaboró con el guion y la producción del filme), una joven que vive una existencia monótona, sola en una casa humilde en el sur del Conurbano bonaerense. Los días de la protagonista pueden ser similares a los de miles de trabajadoras, pero lo que la distingue es que cuenta con un trabajo en blanco, un “privilegio” casi insólito en su entorno, como bien se ocupa de dejar en claro la película. La cámara está centrada en esta chica que diariamente se traslada a la imprenta en donde trabaja (esquivando algún intento de acoso, recorriendo calles con poca luz), una vida sin estímulos ni esperanza, hasta que decide robar del escritorio del dueño de la fábrica (Edgardo Castro), su costoso reloj. Lo que sigue es una profundización de las penurias de la protagonista, que ni su madre (Erica Rivas) podrá atenuar. Si desde el comienzo el director diseñó una puesta para mostrar en pequeños detalles la pobreza y la lucha que significa vivir en algunas zonas del Conurbano, a partir del pequeño robo, suma violencia y un destino que parece insalvable en ese territorio. RELOJ, SOLEDAD Reloj, soledad. Argentina, 2021. Dirección: César González. Guión: Nadine Cifre y César González. Intérpretes: Nadine Cifre, Erica Rivas, Sabrina Moreno, Edgardo Castro y Juanky Romero. Fotografía y Cámara: César González. Sonido directo: Javier Omezzoli. Post Producción de Sonido: César González y Nadine Cifre. Montaje: César González y Nadine Cifre. Música Original- Banda Sonora: Mueran Humanos, Carmen Burguess, Tomás Nochteff, Julio Rodríguez, Ariel Moyano, Nadine Cifre, César González. Duración: 70 minutos.
«Hay una forma muy específica de hacer películas y yo siempre hago mis películas para la gran pantalla”, dijo Tom Cruise en la premiere mundial de Top Gun: Maverick en el Festival de Cannes, a modo de breve manifesto sobre el filme que hoy se estrena en la Argentina. En el llamado “festival de festivales” la estrella estadounidense llegó a la presentación de la película en helicóptero y poco antes de la proyección una escuadra de la aviación francesa surcó en vuelo rasante el Boulevard de la Croisette, en donde se encuentra el Palais en donde se proyectó Top Gun: Maverick. Las palabras de Cruise, el helicóptero y los aviones sobre Cannes, son elementos prescindibles, sí, pero complementarios del cine entendido legítimamente como espectáculo, más grande que la vida y sin las partes aburridas. Top Gun: Maverick se desarrolla en ese espacio, sin más ambiciones que entretener y honrar a su antecesora. En ese sentido el filme de Joseph Kosinski –que ya había trabajado con Tom Cruise en Oblivion: El tiempo del olvido-, cumple e incluso supera ampliamente a la película de Tony Scott estrenada en 1986. Si en Top Gun: Pasión y gloria se trataba de una producción sin profundidad, con un relato endeble que se montaba en el impacto y sobre todo en el fin apenas velado de sus objetivos propagandísticos, en esta segunda parte la historia se asienta sobre lo rescatable de su predecesora, es decir, sus personajes. Kosinski los hace crecer y además los respeta. Maverick (Cruise) es el mejor piloto de las fuerzas armadas estadounidenses, una leyenda por sus proezas pero también por su rebeldía, que lo estancó en el grado de capitán durante décadas, mientras sus compañeros de promoción ocupan los puestos más altos dentro de la estructura militar, como el recordado Tom «Iceman» Kazansky (Val Kilmer), ahora almirante. Empujando los límites más allá de lo que recomiendan manuales en tiempos de drones y precisiones programadas por sofisticados elementos tecnológicos, una molestia obsoleta que irrita a sus superiores con sus osadías, Pete «Maverick» Mitchel es un dinosaurio que soporta estoico la modernidad que le imponen, convencido que los pilotos son el alma del combate. Pero casi jubilado, humillado y despreciado, Maverick sigue siendo necesario para primero entrenar y luego comandar una misión imposible que tiene como objeto destruir una planta de uranio en un país indeterminado, que se descuenta en el contexto de las tensiones predominantes de la geopolítica del presente, se trata de Rusia. Bajo el ala de «Iceman», que apaña al héroe ante los altos mandos que están en contra del veterano aviador, Maverick se carga la misión al hombro, convencido que los pilotos y pilotas a su cargo podrán con el desafío, pero antes tendrá que trasmitirles su impronta, la herencia guerrera desafiando toda lógica y más allá de las fuerzas abrumadoras que tendrán que enfrentar. De lo que se trata es del legado, de Maverick con las nuevas generaciones, de Iceman y la tradición que ayudaron a perpetuar junto a su viejo amigo -la aparición de Kilmer, enfermo de cáncer en la vida real pero clave para sostener el relato, es realmente conmovedora-, en definitiva, del paso del tiempo de los protagonistas frente a los desafíos del presente. Pero claro, el hoy para Maverick está cargado de historia, como la difícil relación que entabla con uno de los pilotos a su cargo, Bradley ‘Rooster’ Bradshaw (Miles Teller), hijo de su amigo Nick «Goose» Bradshaw (Anthony Edwards) muerto en combate décadas atrás; o Penny Benjamin (Jennifer Connelly), una antiguo amor con posibilidades de segunda vuelta. Con todos esos elementos Top Gun: Maverick elabora una mescolanza atractiva, en donde el romance y el enfrentamiento generacional conviven con la tradición, el valor y el sentido del deber. La declaración de principios de Cruise en cuanto a ver cine en las salas y la experiencia de compartir una película de manera colectiva, en “Maverick” se cumple a rajatabla, con un espectáculo -para disfrutar en el cine- lleno de emoción, en donde las escenas de acción, heredera del mejor cine de aventuras, están rodadas con esfuerzo para que parezcan del período analógico más que del digital. Y es que la película bien podría estar fechada en los ochenta, con su cursi carga de testosterona, su chistes tontos, los autohomenajes tan adorables como berretas –la famosa escena del vóley de la primera se replica pero ahora en un momento de fútbol americano playero, por supuesto, poblado de fabulosos torsos desnudos y convenientemente sudorosos- y la hiper conciencia de un artefacto pop que fue despreciado al principio pero que luego alcanzó la categoría de clásico, para ingresar de lleno a la cultura popular global. TOP GUN: MAVERICK Top Gun: Maverick. Estados Unidos, 2022. Dirección: Joseph Kosinski. Intérpretes: Tom Cruise, Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm, Glen Powell, Lewis Pullman, Charles Parnell, Bashir Salahuddin, Monica Barbaro, Jay Ellis, Danny Ramirez, Greg Tarzan Davis, Ed Harris y Val Kilmer. Guion: Ehren Kruger, Eric Warren Singer y Christopher McQuarrie. Fotografía: Claudio Miranda. Edición: Eddie Hamilton. Música: Lorne Balfe, Harold Faltermeyer y Hans Zimmer. Distribuidora: UIP (Paramount). Duración: 130 minutos.
La última película del director finés Mika Kaurismäki es un relato sobre el amor entre un migrante chino y una mujer residente en un pueblo de Laponia que bajo una aparente liviandad toma posición contra los discursos de odio, el racismo y las ideologías reaccionarias que ganan terreno en todo el mundo. Mika Kaurismäki, hermano mayor del más reconocido Aki Kaurismäki (El otro lado de la esperanza, La chica de la fábrica de fósforos, El puerto), establece la dificultosa relación entre Cheng (Chu Pak Hong) y Sirkka (Anna-Maija Tuokko), dos personas emocionalmente rotas que encuentran en el otro la posibilidad de un posible nuevo comienzo. Pero claro, Cheng es un migrante chino que llega a un remoto pueblo de Finlandia junto a su pequeño hijo Niu-Niu (Lucas Hsuan), con apenas el nombre de Fongtron, un amigo finés que conoció hace años en Shanghái. Entonces las dificultades idiomáticas para comunicarse, las costumbres y la cultura diferente -más la soledad de Cheng y su hijo que no se despega de su teléfono-, son obstáculos que deberá ir sorteando para asentarse es esa aldea poblada de personajes comunes y a la vez extraordinarios en sus acciones. Suerte de cuento moral con resolución cantada pero que describe el estado de las cosas en un mundo agresivo y deshumanizado, en la puesta de ese universo cerrado que es ese pueblo, Pohjanjoki, la intención de Kaurismäki es que ese lugar helado y olvidado de la región de Laponia bien podría ser la representación de otro escenario social posible, en donde la apertura mental hacia nuevas experiencias, el respeto por la diversidad y sobre todo la solidaridad, fueran la regla y no la excepción. Chen repite una y otra vez “Fongtron, Fongtron” ante quien quiera escucharlo y ayudarlo a encontrar a su amigo en el humilde restaurante que regentea Sirkka, que da de comer a una variopinta colonia de habitantes locales y eventualmente a los viajeros que bajan de los micros a visitar la lejana y exótica Laponia. En Un amor cerca del paraíso las oportunidades tienen un carácter de reparación y Cheng encuentra en Pohjanjok a personas que lo escuchan, sobre todo a Sirkka, que le ofrece alojamiento y luego, un empleo como cocinero. Porque Chan sabe el oficio y la mujer -que se limita a servir potentes cocidos con puré sin demasiada elaboración-, pronto comprueba la sofisticación de la cocina de él, un chef reconocido en su país al que abandonó agobiado por la pérdida de su esposa. El carácter dramático del relato llega con la revelación de la comida del protagonista -de hecho, en finés el título original de la película es Mestari Cheng, Maestro Cheng-, una paleta de sabores y colores inusuales para el restaurante de Sirkka o de cualquier parte de la región. Los platos, el poder curativo de una cocina ancestral, son una parte central del relato y aunque coquetea con cierto tono New Age e incluso podría tomarse como la traslación al cine de cierto tipo de textos de autoayuda, los esquiva justo a tiempo. La comida ayuda a sanar a varios insólitos comensales y sostiene a la historia, porque como afirmó Anna-Maija Tuokko en la Semana Internacional de Cine de Valladolid a donde fue a representar la película, “es una parte muy importante del concepto de la película”, porque -definió- Un amor cerca del paraíso es una “historia de amor, naturaleza, comida y buenos sentimientos”. Y de eso se trata el filme, de confiar en que la historia llena de personajes nobles que hacen lo correcto se filtre, aunque sea de manera aleatoria, en los posibles espectadores de todo el mundo, en una apuesta dirigida a que los haga reflexionar sobre el presente y asomarse a una realidad más amable, casi quimérica y, claro, por lo tanto inalcanzable. UN AMOR CERCA DEL PARAISO Mestari Cheng. Finlandia/China, 2019. Dirección: Mika Kaurismäki. Intérpretes: Pak Hon Chu, Lucas Hsuan, Vesa-Matti Loiri, Annamaija Tuokko y Kari Väänänen. Guion: Hannu Oravisto. Música: Anssi Tikanmäki. Fotografía: Jari Mutikainen. Distribuidora: IFA Cinema. Duración: 114 minutos.
El héroe más atormentado de DC Comics una vez más tiene su versión en el cine con Batman, un nuevo comienzo con Robert Pattinson como protagonista a las ordenes de Matt Reeves en una extensa película en clave de policial negro que llega a los cines este jueves. Tim Burton había sido el encargado de instalar la versión moderna del oscuro interior del personaje en un universo decadente con Batman (1989) y Batman vuelve (1992), como parte de una tetralogía que se completó con las olvidables Batman eternamente (1995) y Batman y Robin (1997) a cargo de Joel Schumacher. La actualización del torturado personaje llegó con el nuevo siglo de la mano del director británico Christopher Nolan a través de Batman inicia (2005), Batman: El caballero de la noche (2008) y Batman: El caballero de la noche asciende (2012), con lo que parecía clausurada la posibilidad de agregar más oscuridad al protagonista. Sin embargo Matt Reeves (Confrontación y La guerra, ambas de la saga de El planeta de los simios; Cloverfield: Monstruo) se interna aun más en las tinieblas con recursos y elecciones que poco tienen que ver con el universo de los superhéroes. Atormentados o no. Un policial negro para un personaje por definición oscuro, un maridaje que funciona, de manera ardua, pero que funciona. El filme tiene como referencia “Batman: Year One” (“Batman: Año uno”, 1987), la novela gráfica de Frank Miller y David Mazzucchelli que describe los comienzos del temprano huérfano millonario Bruce Wayne, que ya adulto se convierte en el guardián de Ciudad Gótica y la colaboración que establece con el incorruptible “comisionado” James Gordon para combatir el crimen. La unión de un policía honesto y el “justiciero” que opera por la libre le da el tono a la película, un policial despiadado -es inevitable recordar Pecados capitales de David Fincher– en toda la regla, centrado en la investigación para encontrar al responsable de una serie de cruentos homicidios a personalidades del poder corrupto que empuja a la ciudad hacia el abismo. La elección de Robert Pattinson como un Wayne quebrado por el dolor -en plan Kurt Cobain acompañado por el tema de “Something in the Way” de Nirvana-, parece ser una decisión insuperable en tanto el otrora protagonista del combo Crepúsculo viene edificando una carrera en base a sufrientes personajes; mientras que Jeffrey Wright es dueño de una cantidad de recursos interpretativos que incluyen una concentración obsesiva, imprescindible para dar vida al comisionado Gordon. Al perfil de los protagonistas se le suma el de El Acertijo en la piel de Paul Dano, otro especialista en personajes pasados de revoluciones, pero sobre todo la incipiente Gatúbela (buen trabajo de la magnética Zoë Kravitz), víctima en su infancia y con su propia agenda de venganza, que sin los recursos de la patricia familia Wayne, no tuvo otra opción que acercarse al mundo de la delincuencia para sobrevivir. La película además incorpora a Carmine Falcone (John Turturro), un mafioso que regentea un club nocturno que representa la degradación de los poderosos y, claro, un apenas esbozado Pingüino desde la composición de Colin Farrell detrás de una tonelada de maquillaje. Se trata del año uno. Ni el cero -cuando el niño Wayne presenció el asesinato de sus padres-, ni el período de un Batman con todos sus atributos, contradicciones y en pleno uso de la conocida parafernalia tecnológica que mostró en todas sus versiones anteriores. El formato de la era de oro de las series televisivas que suman capítulos para diseñar en detalle lo que quieren retratar, es tomado por Reeves de manera astuta, como si comprimiera varios “capítulos” en las casi tres horas de relato que se hacen necesarias para asentar de manera sólida el comienzo de la nueva saga y también, llegar a la diferenciación del resto de las películas que la preceden. La historia es un “coming-of-age”, la formación de algo así como un proto Batman que está aprendiendo a serlo y sobre todo, a encontrar un objetivo mayor, despegado o mejor, que no solo incluya su tragedia personal. La inevitabilidad de la personalidad de Bruce Wayne tiene que ver con el contexto. Mientras que en Guasón de Todd Phillips, que por supuesto forma parte del mundo del hombre murciélago, el tema era un sistema social en retirada como consecuencia del individualismo indiferente a los padeceres de la gente, en esta Batman se plantea que la política es la herramienta del cambio y si está contaminada por sus manejos turbios con el poder judicial, se desmorona todo el sistema, un contrato cívico roto. Es ahí donde el personaje que tiene como única motivación la venganza por la muerte de sus padres entiende su rol mesiánico-político, en tanto sus acciones por la Justicia con mayúscula lo ubican como un actor decisivo en lo que entiende, deberá ser la necesaria reconstrucción moral para que se vuelva a general la confianza en la política como razonable administradora de las relaciones de poder. Como suele ocurrir con las películas que desbordan los límites del cine, Batman probablemente tenga el éxito de taquilla asegurado, incluso con su solemnidad sin respiro y una extensión que prescinde de la acción espectacular. Con el tiempo habrá que ver si los oscurísimos cimientos de esta nueva saga serán suficientes para mantener el interés por un personaje fascinante al que por la necesidades de la industria, se le sigue buscando y agregando aristas atractivas. BATMAN The Batman. Estados Unidos, 2022. Dirección: Matt Reeves. Intérpretes: Robert Pattinson, Zoë Kravitz, Jeffrey Wright, Paul Dano, Colin Farrell, John Turturro, Andy Serkis y Peter Sarsgaard. Guion: Matt Reeves y Peter Craig, basado en los personajes de Bob Kane y Bill Finger. Fotografría: Greig Fraser. Música: Michael Giacchino. Edición: William Hoy y Tyler Nelson. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 175 minutos. Publicado originalmente por el autor en Télam.
A fines de la década del sesenta, Irlanda del Norte vivía un pico más de la convulsionada inestabilidad política que signó su historia durante el siglo XX y es en esa época y lugar en donde Kenneth Branagh pasó su infancia, contada en Belfast, filme en donde asume el guion y la dirección. La película del actor y director irlandés es una de las 10 nominadas al Oscar a Mejor Película y suma siete candidaturas en total (incluidas las de Dirección y Guion Original), pero más allá de sus posibilidades frente a la gran favorita de este año, El poder del perro, de Jane Campion, Belfast presenta algunas contradicciones que la hacen esquiva a la hora de hacer una rápida evaluación. La historia comienza con unas virtuosas tomas a todo color de la Belfast actual y enseguida cambia al blanco y negro para transportar el relato al mismo lugar pero en 1969, en un barrio de la ciudad irlandesa en donde vive Buddy (Jude Hill como el álter ego del director) en una casa humilde y tan igual al resto de su calle acompañado por su madre (Caitríona Balfe), su padre que está ausente la mayoría del tiempo por su trabajo en Londres (Jamie Dornan), su hermano mayor (Lewis McAskie) y la cercanía afectiva de sus abuelos (brillante trabajo de Judi Dench y en especial del gran Ciarán Hinds). El compacto grupo familiar está atravesado por un turbulento exterior, en pleno desarrollo de los enfrentamientos denominados “The Troubles” (Los problemas) entre los unionistas protestantes (partidarios de permanecer en el imperio británico) y los republicanos católicos (separatistas) en el marco de la ocupación inglesa y tres años antes del trágico “Domingo sangriento”, en donde el ejército inglés abrió fuego y mató a 14 personas en una manifestación. Los recuerdos y la mirada de Branagh están centrados en ese niño feliz a pesar del entorno violento, con purgas a cargo de los protestantes para “limpiar” de católicos a la ciudad y presiones para unirse a los grupos independentistas más ultras que a pesar de no ser mencionados, se descuenta que son del Ejército Republicano Irlandés (IRA, según sus siglas en inglés). El cuidado blanco y negro no hace más que contextualizar el agobio de los personajes sobre un marco que lo excede pero con la perspectiva bastante probable de que los más jóvenes terminen formando parte de algún grupo luchando en la guerra civil o emigrar a los destinos más usuales de la diáspora irlandesa, como Canadá, Australia o el recurso más a mano, instalarse en Londres, el corazón del imperio británico. Justamente, si bien la división entre protestantes y católicos es uno de las problemáticas que marcaron la historia de Irlanda, la ocupación inglesa es tocada apenas tangencialmente por la película, una omisión en función de la facilidad con que Belfast puede ser consumida, a partir de una historia sencilla, atractiva desde lo visual, con personajes entrañables y empáticos. Un conjunto de fórmulas efectivas que representa un desafío a desentrañar detrás de una puesta tan inteligente como fácil de digerir. La historia se desarrolla dentro de lo que podría denominarse el cine costumbrista y familiar -después de todo se trata de la infancia del director- y son las propias decisiones del director las que dan cuenta de un discurso y una manera de ver el mundo que tienen que ver con la visión inglesa sobre el estado de las cosas, que parece, caló hondo en aquel niño irlandés que estuvo obligado a emigrar a Inglaterra y hoy tiene la posibilidad de contar su propia historia. Lo cierto es que Belfast es efectiva y contada con todos los elementos que debe contener un relato autobiográfico tradicional desde la mirada inocente de ese niño que crece en esas calles en plena efervescencia de sucesos históricos: el primer amor, una familia cariñosa y comprensiva que bordea el estereotipo -los abuelos, adorables, comprensivos y sabios son un ejemplo de eso- e incluso auto homenajes, que desde el presente buscan tener un carácter premonitorio. Al incluir películas como Hace un millón de años (Don Chaffey, 1966) con la explosiva Raquel Welch o la nostálgica Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968), film inolvidable de esa época con un mágico auto volador conducido por Dick Van Dyke, se supone que con esa formación sentimental y cinematográfica está claro que ese pequeño inteligente y vivaz estaba destinado a dejar su marca en el mundo. En suma, Belfast dispone de un aceitado mecanismo dedicado a contar pero aunque se trate del relato más personal de Branagh, la puesta está planteada en función de una emotividad distante, que dispara la rápida conclusión que cualquier realizador con oficio y profesionalismo podría haberse hecho cargo de la película y obtener los mismos resultados, que al menos en esta oportunidad, el impersonal cineasta al abordar sus propios orígenes. BELFAST Belfast. Reino Unido, 2021. Guion y dirección: Kenneth Branagh. Intérpretes: Jude Hill, Caitríona Balfe, Judi Dench, Jamie Dornan, Ciarán Hinds y Colin Morgan. Fotografía: Haris Zambarloukos. Edición: Úna Ní Dhonghaíle. Música: Van Morrison. Distribuidora: UIP (Universal/Focus). Duración: 97 minutos.
El estreno de Spencer, la película del chileno Pablo Larraín sobre Diana, la princesa de Gales, podría generar el interrogante sobre la necesidad de abordar una vez más la trágica historia de Diana Frances Spencer, más conocida de Lady Di. Sin embargo el film esquiva la biopic tradicional sobre cualquier personaje conocido y desde la ficción, muestra el derrumbe psicológico de la protagonista durante tres días de una reunión de la familia real. Larraín, que ya había ensayado una incursión a la psiquis con Natalie Portman en la piel Jacqueline Kennedy en Jackie, profundiza el procedimiento en Spencer con una extraordinaria Kristen Stewart en la piel de la atormentada Diana, que deambula, sufre y hasta alucina por los pasillos vacíos de un castillo. Así, la feroz vigilancia de la familia Windsor de los pasos y actitudes sobre la princesa de Gales, es una presencia explícita y amenazante a través de los sirvientes, la absurda etiqueta para cada hora del fin de semana, que incluso habilita a algunos pasajes con elementos del cine de terror, que funcionan como un espejo del estado mental de la Diana. Si bien es una ficción, la construcción del perfil de la princesa es perfectamente verosímil y se monta sobre la rebeldía y la necesidad de mantener su esencia en medio de un modo de vida que incluye traiciones, silencios e hipocresía. El universo endogámico y lúmpen de la realeza británica tiene una puesta vistosa y sin fisuras. Pero lo verdaderamente importante del relato es la batalla dentro de la mente de Diana, en donde el fantasma de Ana Bolena y su trágico fin -que el personaje identifica con su propio destino- tiene tanto peso como la lucha invitáblemente perdida por preservar su individualidad y su rol de madre en un ambiente hostil, regido por las convenciones y la frialdad, en donde cualquier conflicto se licúa o esconde en aras de sostener el régimen monárquico. SPENCER Spencer, de Reino Unido/Chile/Estados Unidos/Alemania, 2021. Dirección: Pablo Larraín. Guión: Steven Knight. Intérpretes: Kristen Stewart, Timothy Spall, Jack Farthing, Sean Harris, Stella Gonet, Sally Hawkins, Amy Manson, Jack Nielen, Freddie Spry, Emma Darwall-Smith. Producción: Pablo Larraín, Paul Webster, Janine Jackowski, Juan de Dios Larraín, Jonas Dornbach y Maren Ade. Duración: 117 minutos.
Buena parte del cine de Pedro Almodovar se monta sobre el melodrama y Madres paralelas no es la excepción, aunque se distingue por abordar sin dobleces la historia reciente de España. Janis (Penélope Cruz, en el rol con el que ganó como Mejor Actriz en el Festival de Venecia) y Ana (Milena Smit) se conocen en un hospital poco antes de que ambas den a luz. Una transita la mediana edad mientras que la otra es apenas una adolescente asustada que no quiere ser mamá. Con sus hijas ya en brazos, ambas se separan con la promesa de volver a encontrarse. Antes de que todo eso ocurra se la ve a Janis tratando de encontrar ayuda para que se abra una fosa común en las afueras de su pueblo con los restos de republicanos asesinados por falangistas en la guerra civil, entre los que se encuentran su propio bisabuelo. La maternidad de las protagonistas y la búsqueda de Janis, que desde Madrid intenta echar luz sobre un episodio cruento ocurrido hace décadas al que nadie parece importarle, le sirven a Almodóvar para hablar nada menos que de la identidad de la sociedad española, que a diferencia de lo que pasó en la Argentina y otros lugares de Latinoamérica, aún no abordó en profundidad las atrocidades de la dictadura que sufrió su país durante 36 años de la mano del franquismo. Madres paralelas es una precisa máquina de contar a través de numerosas elipsis, recursos argumentales complejos y giros inesperados que propone y apela a la toma de conciencia y a alumbrar zonas oscuras, el silencio y el desinterés sobre la historia reciente de España. Pero si el relato se va construyendo con una exactitud abrumadora, la emoción juega un papel central en la obra del realizador manchego y su última película no es la excepción. Más bien todo lo contrario: Madres paralelas es tal vez la película más emocionante y reflexiva de toda su filmografía. Porque a pesar de las dificultades que deben atravesar, las protagonistas construyen un lazo casi sanguíneo superando barreras generacionales y maneras de ver el mundo; esa construcción no puede ser ajena a la construcción colectiva que no termina de abordar la sociedad en su conjunto para cerrar las heridas abiertas durante décadas. La historia avanza, se van acomodando algunas líneas del relato y todo concluye con ese pueblo aparentemente intrascendente, como tantos otros, pero con mujeres que marchan con fotos en el pecho de sus seres queridos -cualquier similitud con la lucha de los Derechos Humanos en América Latina no es para nada casual-. Allí, cuando comienzan las excavaciones y termina la película, el dolor también es reparación. Reseña publicada por el autor en Télam en oportunidad de la cobertura de la 36 edición del Festival de Mar del Plata (2021).