El alemán Roland Emmerich se especializa en películas apocalípticas (“El día después de mañana”, “Día de la Independencia”), que no dejan títere con cabeza. Todas empresas de gran presupuesto, con abundancia de efectos especiales. Según el calendario maya, la vida en el planeta se extinguiría dentro de tres años. Una suma de desequilibrios ecológicos (entre ellos, el recalentamiento de la corteza terrestre), acabarían con todo. El film se abre con la señal de alarma que dispara un científico en una reunión de alta diplomacia, y prosigue con informaciones de último momento, que presagian lo peor. Hay mucha gente nerviosa en los estamentos de poder y una lluvia de órdenes y contraórdenes que no conseguirán impedir la inminente catástrofe. Uno puede pensar que se trata de una sana toma de conciencia para que dejemos de castigar al planeta. ¿Un film para ganarse el favor de los ambientalistas? No se entusiasmen. Se trata de otro producto apoyado en un gran espectáculo con música abrumadora, mientras vemos cómo las aguas sepultan las maravillas de este mundo. Emmerich es un director de brocha gorda, que no sabe de matices. Su película está construida a golpes de martillo, sin pausas para la reflexión. Hay un escritor (J. Cusack) empeñado en salvar a su familia del desastre, mientras allá arriba, los gobiernos de turno planean rescatar alguna gente para volver a empezar, cuando acabe la pesadilla. Para estar a tono con los tiempos, el presidente de los Estados Unidos (D. Glover) es negro y parece muy preocupado. No es para menos, con estas imágenes.