LA DESTRUCCIÒN COMO REFLEXIÓN
Decir que 2012 es una muy buena película sólo porque al medir los antecedentes de Roland Emmerich descubrimos la mediocridad de varios de sus trabajos, es injusto con la propia obra. Es más, se podría decir que 2012 es a Emmerich lo que Deja vu a Tony Scott: el punto en el que sus ambiciones estéticas encuentran su mayor fluidez y logran convertir todas aquellas fallas sistemáticas en algo cercano al arte. Si el montaje acelerado y videoclipero -sin que esto suponga un juicio de valor- decantó en Deja vu en una película capaz de analizar el sentido de las imágenes y divertirse con ello, en 2012 Emmerich logra darle a su apetito por los efectos especiales grandotes un sentido metafórico coherente, tan brutal es cierto como la destrucción del mundo que representa, pero al menos sí hace que el virtuosismo técnico logre darse la mano, por una vez, con un punto de vista artístico. No es sólo destrucción, o sí lo es pero al menos hay allí una dirección hacia la que se dirige el film.
Sería injusto no mencionar como un antecedente válido a El día después de mañana, que ya mostraba algunos aciertos parciales que ahora se confirman. De hecho, como aquí, Emmerich confió en actores no tan exitosos pero de esos que interpretan sus personajes sin tics ni gestos para la tribuna: si antes Dennis Quaid y Jake Gillenhaal tuvieron que hacerle frente al derretimiento de los polos, acá John Cusack, Amanda Peet, Oliver Platt y Chiwetel Ejiofor se la pasan huyendo de las fuerzas de la naturaleza que destruyen todo a su paso. Y en este tipo de películas, donde lo que sobresale es la tecnología y el virtuosismo con el CGI, el componente humano se hace necesario como el agua. Es que así, y sólo así, podemos creerles a esos personajes en las situaciones inverosímiles que les toca atravesar. Precisamente una gran discusión ante este tipo de relatos es la verosimilitud: sepan que realmente lo que importa no es que la situación sea creíble, sino que precisamente los actores hagan que eso que vemos nos parezca cercano y riesgoso, a pesar de lo descabellado que pueda resultar. Eso pasa en 2012, y sufrimos con Cusack, Peet o Ejiofor.
En su repitencia dentro de un cine que ha abusado de los efectos especiales y que sólo entiende el entretenimiento como una sucesión de escenas grandotas, Emmerich ha fallado en sus intentos ya sea por su escasa habilidad como narrador -Godzilla; 10.000 A.C.- o por su ideología -El día de la independencia-. No se podría decir que en 2012 haya habido un cambio radical, pero sí que algunas situaciones se han logrado aligerar porque supo imprimirle a esas imágenes impactantes cierta poesía y además una adrenalina que antes estaba ausente. Efectivamente dos cualidades que siempre se les reprocha como ausentes al cine hecho con abuso de CGI aquí logran congeniar: el film es en cierto punto de vista poético y además resulta entretenido, porque todo es contado con claridad y desde los personajes (aprendé Michael Bay). Es más, sin dejar de ser uno de los Americanos conversos más felices del planeta, Emmerich obtiene de esa digitalia que es su patria algunos momentos sinceros y reveladores: no otra cosa que un portaaviones es lo que destroza, al ser arrastrado por las olas, la Casa Blanca y toda Washington DC. No sé si el resto del cine norteamericano, supuestamente pensante, ha logrado capturar con una sola imagen una verdad tan cierta sobre los últimos años de la política norteamericana. Y que esa imagen cristalina en su subtexto venga de la mano de la tecnología, hace que la técnica se justifique como pocas veces. Claro también que 2012 es una película profundamente Obama, que cree en la reconstrucción de la Nación.
Otro punto a favor del director está en ver cómo utiliza estas profecías mayas de moda. Para Emmerich no son más que punto de inicio para, sí, darle lugar al desborde y a la locura entendida como diversión. Como si fuera uno de los tsunamis que filma, nada detiene su espíritu aventurero. El film avanza y avanza con la lógica de un terremoto: nada de sutileza, todo es sacudón y destrucción. Por eso que los conflictos entre los personajes sean debidamente excesos melodramáticos. Problemas entre padres e hijos, entre ausencias y presencias, entre padecer el presente y necesitar un futuro porque ahora se hace urgente tener tiempo y recuperar lo perdido. Y cómo hacerlo cuando el mundo se está yendo al carajo. Emmerich deja de lado el intento de sutileza que siempre es eso, un intento, y decididamente cae en algunas situaciones desvergonzadas por su exceso. Y digo: ¿por qué debería una película que muestra edificios cayendo, cachos de lava volando por los aires, destrucciones colosales, ser medido, justamente, en los sentimientos de sus personajes? ¿Acaso la destrucción del mundo debería convertirnos en seres más pensantes o personajes de Bergman? Claro que no.
Como decíamos, para el director la profecía esta tan difundida del fin del mundo en 2012 no es más que una excusa. Por un lado narrativa, para explorar los sentimientos de sus personajes, y por el otro argumentativa. En realidad podría ser el fin del mundo o cualquier otro evento, lo que importa decididamente es qué hacen los humanos con eso que les toca vivir. Los gobiernos más poderosos del mundo esconden información para no generar caos en la población, mientras se construyen unas enormes barcazas de metal en las que piensan salvar a una pequeña parte de la población, junto a obras de arte y algunas especies animales con la intención de mantener la vida como se la conoce. Si bien se dice que los tripulantes fueron elegidos por sus cualidades, lo cierto es que cada uno pagó una suma considerable. Más allá de la destrucción y los efectos colosales y la cosa gorda, el centro de 2012 es ético. Y Emmerich, por esta vez, logra que cada personaje se convierta en una compleja bola de sentimientos. Todos quieren salvar a todos, pero nadie quiere dejar su lugar ahí dentro. Desde el más vil funcionario yanqui, hasta el más humano científico.
Y atención, claro que habrá redenciones de esas medio berretas. El científico mencionado tendrá su discurso final donde dejará en evidencia la crueldad del funcionario vil. Será ante la tripulación entera que lo mira con lágrimas en los ojos, en uno de esos momentos Emmerich que avergüenzan un poco. Sin embargo observemos una cosa: esa redención se da en el ámbito público, ante los ojos del resto. No deja de ser un gesto ampuloso, necesario, para la tribuna. En lo privado, puertas adentro, no sabemos bien qué le pasa a ese hombre, por qué hace lo que hace y cuál es su pesar ante la situación. Es ahí donde 2012 nos deja a nosotros, los espectadores, con la urgencia de saber qué haríamos: hacer carne un conflicto que corresponde a la Humanidad toda y no cerrarlo es otro de los aciertos del film, también lo es el hecho de mostrar cómo la naturaleza no hace distingos entre los que rezan, los que odian, los que aman, los buenos, los malos. En todo caso, es el ser humano el que intenta modificar las cosas. Si la esencia del cine catástrofe es mostrarnos en un momento crítico, y a nuestras reacciones, el film representa cabalmente al género.
Como decíamos al comienzo, el largo peregrinar de Emmerich por la destrucción del mundo y del cine, trocó acá en una experiencia satisfactoria: los efectos especiales se convirtieron por una vez en una gran herramienta para reflexionar y también para crear imágenes poéticas -la caída de edificios es poesía de estos tiempos-, alucinatorias -animales colgando de helicópteros- o metafóricas -aquel portaaviones que arrasa la Casa Blanca-. Y en última instancia, 2012 también captura la desolación del instante en el que no hay marcha atrás y todo queda en nada, una exhalación final luego de la excitación de los efectos especiales, como aquellos contraplanos de David Cronenberg en Una historia violenta, que revelaban el horror de la sangre. Claro que como buen megatanque el final tiene que ser convenientemente esperanzador. Lo es, un poco a lo WALL-E, aunque deja pensando en este caso qué clase de sociedad se gestará con la ética de algunos que allí viajan. Un tanque que permite esas reverberaciones siempre es un buen tanque, y seguramente sea el mejor que se hizo este año en Hollywood.