2012

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Cine catastrófico

Si bien es cierto que 2012 -nuevo opus del mediocre director Roland Emerich- no exuda por los poros del celuloide el patrioterismo insoportable de Día de la independencia, durante las casi dos horas cuarenta de metraje, reemplaza ese costado panfletario por la exacerbación de la moralina pacata yanqui, quizá inaugurando lo que podríamos definir como la alegoría más básica y estúpida de la historia del cine: una familia promedio medio pelo se ve separada por el cataclismo que genera el ego de papá y su conducta abandónica en el contexto de un cataclismo climático que amenaza con la destrucción total del planeta.

Cuando a una película con casi una hora cuarenta de metraje de más sólo se le puede rescatar el diseño de producción, ¿es indispensable agregar que no es buena?

Ya no es necesario aseverar que las posibilidades que brinda el CGI (imágenes digitales) son infinitas y que prácticamente cualquier cosa se puede construir en estos días en una computadora o en un set rodeado de pantallas verdes, donde los actores simplemente interactúan. 2012 despliega el gigantismo acostumbrado y aún más, uniendo en la puesta en escena efectos visuales y efectos especiales en marcadas secuencias de pleno vértigo y acción, de las cuales si uno logra en algún momento abstraerse encontrará la torpeza propia del exceso y la abundancia en un director completamente funcional a un tipo de modelo de representación de una simpleza poco vista. Sí, Estados Unidos es el centro donde la catarata de calamidades climáticas (terremotos, incendios, desprendimiento de la capa terrestre, tsunamis, maremotos y un gobernador como Arnold Schwarzenegger) hace blanco y todo lo que uno se imagine. Sin embargo, eso no tiene sorpresa. No se puede sacar nada en concreto cuando el ritmo caótico abruma; no se puede pretender verosimilitud cuando lo inverosímil forma parte de la frutilla del postre (si eso se hace con solemnidad no entretiene).

A la primera hora y media del relato se le debe reconocer una saludable dosis de cinismo donde tiene mucho que ver el único personaje rescatable escrito por un guionista que se cree William Shakespeare y simplemente es una mala copia de Corin Tellado. Ese personaje es una especie de profeta andrajoso, Charlie Frost –obviedades como éstas hay miles - (Woody Harrelson) que vive en un remolque en el parque de Yellowstone (falta el oso Yogui, pero pedía mucha plata), quien habla del Apocalipsis en una radio clandestina. El resto lo conforman la galería de personajes planos propios de este tipo de films: presidente abnegado y afroamericano (Danny “Obama “ Glover) que se sacrifica por el pueblo; funcionario de gobierno o secretario inescrupuloso (Oliver Platt); hija con afinidades artísticas sorprendida por las redes conspirativas que atraviesan el gobierno de su padre (la decorativa Thandie Newton); cerdo capitalista obviamente ruso y prostituta de turno ucraniana con perro pequeño horrible incluido y, como si esto fuera poco, la “american broken family “ separada por las vicisitudes de la vida con papá escritor (John “no me llaman nunca” Cusak), mamá (Amanda Peet) que intenta rehacer su vida con un cirujano plástico y los consabidos purretes que no le dan ni cinco de bollilla a papá en el eterno castigo de porqué nos abandonaste por esos libros que nadie lee.

Toda esa mezcolanza pretende dejarnos una lección de vida; una suerte de dinámica de punición y compensaciones exhibiendo el salvoconducto irremediable de las segundas oportunidades y los heroísmos del hombre común tan necesarios en estos tiempos nihilistas.

Si a eso se le suma el primitivismo binario de Roland Emerich separando las aguas de la trama en dos bloques: los que saben y los que no, por caso el geólogo también afroamericano (Chiwetel Ejiofor) y el padre que va descubriendo igual que nosotros la trama secreta en la que las esferas del poder tienen un plan y el resto de la humanidad se desayuna con que se acaba el mundo y no hay nada por hacer.

Poco importa para esta panfletaria película la profecía Maya que ya es archi conocida en todos los campos de la ciencia, la astrología y demás ramas; nada importa el dramatismo del fin del mundo salvo el sufrimiento de una familia norteamericana y, mucho menos todavía, que hace varias décadas existía algo llamado cine catástrofe (¿se acuerdan de Infierno en la torre?) y que hoy -gracias a este tipo de ideas- podrá llamarse cine catastrófico.