Después de detectar un posible fenómeno astronómico con consecuencias devastadoras para la vida en la biósfera, el geólogo Adrian Helmsley (Chiwetel Ejiofor), lector de libros como La consolación por la filosofía de Boecio y Adiós Atlántida, del desconocido (y apócrifo) Jackson Curtis (John Cusack), reporta el incidente al jefe de gobierno de los EE.UU. Es el fin del mundo, al menos de los latinoamericanos y los africanos, pues el G8, liderado por el presidente estadounidense (Danny Glover canalizando a un heroico Obama envejecido), ya ha invertido todo el capital en salvar a medio millón de almas millonarias (europeas, estadounidenses y asiáticas) y algún que otro homo sapiens simbólicamente relevante, sin descontar especies animales y algunas obras de arte. 2012 combina oscurantismo New Age californiano (legitimación del calendario maya), referencias bíblicas (apropiación del diluvio universal) y problemas familiares (el mítico reencuentro del padre con su hijo) en un relato ligeramente airoso y pletórico de efectos digitales. La secuencia en la que Cusack escapa con sus hijos, su ex mujer y el actual esposo de ésta manejando una limusina mientras se desmorona California justifica la entrada, aunque ver a Woody Harrelson como hippie paranoico extasiado por el fin del mundo no deja de ser satisfactorio. El humanismo ramplón del caricaturesco discurso de Helmsley para salvaguardar algunos hombres y mujeres que quedaron fuera de las arcas en el epílogo no es otra cosa que la conjura culposa e ineficaz de un relato que expresa una ideología precisa: el fin del mundo es posible e imaginable, no así el fin del capitalismo.