La última película del especialista en retratos solamente añade otro episodio notable a una carrera sin fisuras y pletórica de aciertos.
El debut en la ficción del dúo Casabé- Dieleke es tan promisorio como lo fue cuando estrenaron en el 2011 Cracks de nácar y un año después La forma exacta de las islas, dos documentales tan distintos como sólidos.
Pasan cosas, pasan muchísimas cosas en Skinamarink, el despertar del mal, pero pasan de otro modo.
No lo es la secuencia de los créditos finales, que reenvía las distintas poses de Cage frente a cámara a la iconografía del siglo XX erigida en celuloide. Laborioso ejercicio de nostalgia que dice algo más de una película que no pretende absolutamente nada y que por ese solo motivo merece atención y respeto.
Desangelada versión de un clásico literario y cinematográfico que sirve como prueba de lo poco que se espera del cine en la actualidad.
A la absoluta falta de seriedad, que es una inobjetable virtud de la película de Elizabeth Banks, se añade un cariño democrático por todos sus personajes. Muchos de los intérpretes han sido miembros del elenco estable de los cientos de ignotos que pasan por tantas películas a lo largo de décadas: Margo Martindale (la guardabosque), Isiah Whitlock Jr. (el policía) o Keri Russell (la madre) no llegan a imponerse como protagonistas, pero tienen un espacio menos fugaz que en tantas otras películas a las que les prestaron su presencia. Hay algo feliz en verlos, porque las películas con “desconocidos” tienen un cierto encanto: nadie hace su número personal de lucimiento y el espíritu de equipo resulta tangible. Ese es un placer indirecto de El oso intoxicado que se agradece.
La joven cineasta cordobesa de 31 años recién empieza. Sobre las nubes es su segunda película. La primera se tituló Las calles. En ambas películas, el lugar elegido era decisivo para la trama. En Las calles, los pobladores volvían a bautizar las calles de Puerto Pirámides con distintos nombres, sustituyendo el número por nombres, o la matemática por la historia. En Sobre las nubes, todo el relato se circunscribe al centro de la ciudad de Córdoba. Los escenarios elegidos cubren una superficie no muy extensa que todo cordobés puede reconocer, más allá de que el procedimiento formal de la película devuelve una representación enrarecida de una ciudad muy transitada. En las dos películas, además, el sentimiento de comunidad tiñe la evolución narrativa.
El hábito preferencial que se establece con las películas radica en seguir una trama que pueda tener sorpresas, ocasione emociones diversas e incite a la interpretación. Es una modalidad de experiencia, no necesariamente la única. Por esa vía, A Little Love Package es un objeto inasible, pues se resiste a la línea recta de los relatos convencionales, lo que no significa un desdén por narrar. El entramado narrativo se parece más a un crucigrama que al resolverlo delinea una historia escrita por un sentimiento. El abracadabra de toda la película radica en hacer tangible la hospitalidad.
El punto de partida de Lukas Dhont (Girl) es una desgracia inesperada en la vida de dos adolescentes que han sido amigos a lo largo de toda la vida. Han compartido todo: los juegos, la familia, las inquietudes vocacionales, las casas, los cuartos, la cama. Son casi hermanos, como dice Léo en algún momento, una afirmación que inaugura una nueva etapa en la relación, porque así necesita explicárselo a los compañeros de la escuela secundaria. Para aquellos, más que hermanos parecen novios.
Lo más hermoso de la película reside en ser testigos de una transformación a través de la ficción. El interés inicial por vidas ajenas pone en movimiento una experiencia de ficción. En el epílogo, Laura ya no sigue las pistas de los otros; ella transita directamente la ficción. Y si eso es posible se debe a que Citarella puede sacar provecho de una carta, una emisión radial, una fotografía, la cita de un libro o un personaje mítico de la Historia estableciendo conexiones inesperadas y entretejiendo un relato movedizo y ejemplar de cómo yuxtaponer tiempos y puntos de vista disímiles sin perder el dominio narrativo. Transmitir el placer de la ficción y sus efectos inadvertidos sobre la intimidad es la gran hazaña estética de Trenque Lauquen. No sucede todos los días.