Tal vez, la muerte de Abbas Kiarostami hace un año ya, el 4 de julio de 2016 a los 76 años, fue una de las más sentidas en el mundo del cine.
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Se iba el director de El sabor de las cerezas, Detràs de los olivos, Shirin, Copia certificada o Like someone in love, el que nos había hecho descubrir producciones exóticas de lugares improbables. ¿En Iràn se hacía cine?, nos preguntábamos algunos en los años ´90. Nos parecía entonces desde acà, tan lejos, que el cine iranì había nacido con Kiarostami. Un realizador que plantò bandera y fue grande siempre. Un gran autor cinematogràfico.
24 frames es su film póstumo y realmente que se estrene este próximo jueves es todo un privilegio. Proyecto en el que que estuvo involucrado durante los últimos tres años de su vida y que debió finalizar su hijo. Los espectadores que queden hasta el final de los 120 minutos serán seguramente “los resistentes del plano fijo”. Un enorme y sostenido aplauso irrumpirá seguramente tras los títulos. Y sabremos entonces que sí hay público para el cine arte.
Cada uno de los 24 cuadros anunciados por una placa negra con su número correspondiente, representa una fotografía, de una selección tomada por el propio Kiarostami, la mayoría paisajes nevados, que fueron intervenidas digitalmente incorporándole una serie de elementos y personajes generalmente animales: caballos, vacas, ciervos, perros, leones, palomas, cuervos. Muchos cuervos. Son 24 cuadros en total divididos por títulos sobre placa negra. Eso tiene que saber el espectador.
Cada uno dura un poco más de 3 minutos. Y son fijos. Y narra breves historias. Metz decía que el cine tiene la narratividad pegada al cuerpo. Y acá se comprueba: por muy pequeña que sea, tendemos que armar estas historias con lo que nos ofrece lo que sucede en la profundidad de campo, en el primer plano, en el fuera de campo.
Refiere a lo esencial del cine lo de los 24 fotogramas por segundo, a la propia naturaleza del cuadro cinematográfico: es que lo que ocurre dentro de esos bordes es todo, el fuera del campo queda mayormente para el sonido: grillos, viento, un tiro perdido, algún motor, una motosierra.
Es tan delicada 24 frames en su voluntad de llevar a un extremo el esteticismo del cuadro que parece haber una redefinición del cine ahí: el cine parece reducirse al plano fijo y a la acción mínima que sucede dentro de èl (como en los comienzos de su historia con los Lùmiere): un grupo de ovejas agrupadas en torno a un árbol, cuidadas por un perro; un grupo de vacas que pasan de izquierda a derecha al lado de una vaca dormida; una bandada de cuervos picoteando el cemento del suelo (uno de los planos que sale del paisaje natural del resto), un manada de ciervos escapando de un tiro, un pequeño ciervo muerto por un tiro, un perro ladrándole a una bandera en medio de la playa nevada, un grupo de personas de espaldas miran la torre Eiffel. Mucha nieve. Mucho árbol seco. Mucha muerte anunciada. Un paraíso propio y personal en el que vivir para siempre.
Algunos contados planos a color, empezando por el primero, una animación en base el cuadro “Los cazadores en la nieve” de Brueghel el viejo en donde se figuran buena parte de los elementos que se van a repetir en el resto de los cuadros. Así como el comienzo es la pintura, el último plano es el cine: en un monitor el plano de una pareja romántica hollywoodense dentro de un adobe premiere o programa similar funciona sola en su desglose de movimiento. Una joven, misteriosa duerme sobre el escritorio que da a una ventana a través de la cual se ve un árbol,
Contemplativa, testamentaria, yo recomiendo fervientemente 24 frames que se estrena este jueves 23 de agosto en el Cine Cosmos.
Y recomiendo paciencia también, es un premio el final y el espectador saldrá lleno de una vitalidad que solo un gran director puede ofrecer.