Andrei Tarkovski decía que "una imagen será cinematográfica no solo si ella vive en el tiempo, sino cuando también el tiempo vive en ella". No parece casual, entonces, que 24 cuadros empiece con un plano que captura Los cazadores en la nieve, una famosa pintura de Brueghel que aparece, de distintas formas, en tres películas del canónico cineasta ruso, Andrei Rubliov (1966), El espejo (1975) ySolaris (1972). Se trata, al mismo tiempo, de una cita pictórica y cinéfila que viene al caso. Y no es la única. En el último de los planos fijos de esta original película póstuma del cineasta iraní terminada por su hijo Ahmad (cada uno de esos planos tiene rigurosos cuatro minutos y medio de duración, que fueron intervenidos digitalmente con mucha imaginación), el homenaje es paraLos mejores años de nuestra vida, clásico de William Wyler.
Además de su belleza intrínseca, las imágenes de cada uno de esos 24frames (fotografías del propio Kiarostami) tienen un gran efecto hipnótico. El cineasta imagina un desarrollo simple pero siempre sugerente para unos cuadros inicialmente inmóviles en los que la naturaleza suele ser protagonista. Como toda obra de arte, esta película deja el espacio abierto para más de una lectura. Una de ellas tiene que ver con la escasa fiabilidad de las imágenes en la era digital. Kiarostami asume esa realidad, pero la reconvierte a su favor, impregnándolas de un cautivante vuelo poético.