27: El club de los malditos

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

ARBITRARIEDADES Y REDUNDANCIAS

Los primeros minutos de 27: el club de los malditos ya marcan la pauta de lo que va a ser la película. En el arranque, hay una pequeña pero significativa secuencia de títulos donde se explica la teoría conspirativa sobre la que se va a sustentar la película: que varios rockeros como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Amy Winehouse y Sid Vicious fallecieron cuando tenían veintisiete años de formas aparentemente accidentales, pero que en realidad fueron asesinados por una sombría organización. Luego vemos cómo esta teoría se ratifica cuando un cantante punk, Leandro de la Torre, sale disparado de una ventana y se estrella contra el techo de un auto. Todo parece indicar que es un suicidio, pero hay una fanática del cantante, Paula (Sofía Gala, de quien lo primero que vemos es su cola, en un plano de mínimo diez segundos), que graba todo el suceso con su celular y tiene pruebas de que fue un asesinato. Y ahí es cuando aparece el detective encargado de investigar el caso, Martín Lombardo (Diego Capusotto), pero para presentarlo, el film se toma el trabajo de montar un flashback donde se lo ve en un bar, gritando un gol de Racing mientras está rodeado de hinchas de Independiente, que proceden a molerlo a trompadas antes de que entre la policía con palos y gases.

¿Cuál era la necesidad de exponer en los primeros segundos toda la teoría conspirativa que luego va a volver a ser explicada varias veces en el resto del metraje? ¿La cola de Gala es más importante que su rostro? ¿No había otra forma de presentar a Lombardo, además de un flashback donde encima se apela a un guiño sobre el conocido fanatismo de Capusotto por Racing que ya está totalmente gastado? 27: el club de los malditos no parece tener respuestas frente a esto y por eso su trama va avanzando a los ponchazos, redundando en explicaciones (de ahí que se muestran las muertes de varios artistas, como para que nos quede bien claro que ninguno de los fallecimientos fue accidental) y cayendo en arbitrariedades de todo tipo, que incluyen varios tiroteos mal filmados, muchos chistes para la tribuna y una cantidad absurda de ralentis (si se recortaran a la mitad, el film seguramente duraría apenas algo más de una hora).

Es evidente que la apuesta de la película de Nicanor Loreti pasa por el absurdo, el disparate y la exageración. Esa apuesta es inicialmente válida, pero para que se sostenga se necesita de un mínimo de rigor y coherencia. En cambio, en 27: el club de los malditos lo único que hay son algunas ideas sueltas (y tampoco muy originales, convengamos), algo de autoconsciencia, pero principalmente mucho descuido, como si lo único que le importara fuera acumular guiños, referencias culturales estereotipadas y homenajes banales, siempre explicados. Son cuando menos llamativos los problemas narrativos y de montaje que aquejan al film (más aún si tenemos en cuenta que Loreti es un realizador ya experimentado), que tiene una premisa que podía dar para un corto o un mediometraje, a la que estira en demasía hasta los ochenta minutos. Eso lleva a que, por ejemplo, la película no termine de asumir que su verdadera protagonista es Paula y no Lombardo (lo que conduce a una serie de decisiones insostenibles hacia el final); que el guión esté repleto de incoherencias y cabos sueltos; y que la historia sea un permanente mecanismo de repetición, acarreando un irremediable aburrimiento.

Pero quizás la culpa no sea sólo de Loreti (que hace una película que es como una golosina sin gusto), Capusotto (que sigue repitiendo su personaje televisivo) o Gala (que hace todo a reglamento). Tampoco del resto del elenco, que es rehén de un relato extremadamente superficial. También hay una parte de la culpa que le corresponde a la crítica, que respeta demasiado a las vacas sagradas del cine argentino y entrega reseñas repletas de lugares comunes; y del público, que aplaude primero y mira después. Esos esquemas de producción y recepción tan previsibles en sus interrelaciones conducen a films perezosos, facilistas, sin alma. 27: el club de los malditos es una película que se pretende provocadora y delirante, pero es en verdad esquemática y anodina.