El tono de 120 pulsaciones por minuto es de alegría en el medio de la tragedia y Tres anuncios por un crimen, a pesar de ser una película muy distinta, carga con esa misma aparente contradicción. Mildred (Frances McDormand) es una madre cuya hija adolescente fue violada y asesinada. La policía del pueblo de Ebbing, en el estado de Missouri, no dio con el culpable, más por incapacidad que por otra cosa. La señora, obstinada, alquila tres carteles al costado de la ruta de entrada al pueblo y pone: “VIOLADA MIENTRAS MORÍA”, “¿Y TODAVÍA NO HAY NADIE PRESO?”, “¿CÓMO PUEDE SER, COMISARIO WILLOUGHBY?”. El comisario Willoughby (Woody Harrelson), para más datos, está muriendo de cáncer.
¿Cómo puede esta historia tener humor? El director y guionista Martin McDonagh se las arregla para observar ese ecosistema pueblerino con una mirada ácida, con una misantropía que nunca termina en el cinismo. Tal vez en ese equilibrio esté lo fascinante de esta película tan curiosa, porque si es por lo demás, no nos va a dar lo que esperamos: hay un crimen y hay policías, pero esto no es un policial y no hay una investigación.
El problema es que McDonagh por momentos pierde el equilibrio. Hay dos escenas en las que hace una de más, como el delantero que por gambetear al arquero la tira afuera. Hacia la mitad de la película pasa algo sorpresivo y trágico. Después, corte al personaje del policía racista Dixon (Sam Rockwell, de lo mejor de la película) escuchando “Chiquitita” de ABBA con unos auriculares y muy compenetrado. Está claro que hay una intención demasiado manifiesta por suavizar el golpe de la escena anterior, pero el resultado es tonto y artificial.
A la inversa, en el único flashback de la película, cuando vemos la última charla entre Mildred y su hija Angela (Kathryn Newton), hay un esfuerzo por subrayar artificialmente una tragedia que no hacía falta subrayar, apelando a una discusión entre ellas que además resulta bastante inverosímil (no por la discusión en sí, sino por lo que se dicen). Tres anuncios por un crimen da volantazos entre la tragedia y la comedia sin demasiado control y a veces termina en la banquina.
A veces los finales pueden resignificar toda una película. Este es realmente desconcertante (de esos finales que mucha gente va a odiar) y redondea una película extraña e imperfecta que probablemente hable menos sobre la justicia que sobre el enojo que provoca la injusticia.