Un espiral de violencia
Martin McDonagh, director de la brillante Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008), realiza con Tres anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) una nueva obra maestra: otra vez un pueblo, otra vez un extraño sentido del humor envuelve los siniestros acontecimientos. La violencia es la protagonista absoluta de esta historia.
¿De qué hablamos cuando hablamos de una buena película? Nos referimos sin dudas a una obra que cierra en sí misma una idea, un objetivo, una historia. Nos referimos a la potencia de sus imágenes y la empatía que generan sus personajes. Nos referimos a las múltiples lecturas que a partir de un relato pueden desplegarse.
Tres anuncios por un crimen cuenta el espiral de violencia que se desata en un pueblo del sur de Estados Unidos a partir de tres anuncios publicitarios que piden explicaciones al comisario William Willoughby (Woody Harrelson) por la violación y muerte de una adolescente. La protagonista es Mildred Hayes (Frances McDormand) la madre de la chica asesinada, cargada de dolor e impotencia por la falta de resolución del crimen. Su angustia la convierte en una mujer fuerte que traduce ese malestar hacia la policía en violencia. La violenta muerte produce así una violenta reacción.
En el pueblo parece reinar la tranquilidad pero la aparición de los carteles con las frases alusivas al crimen despiertan una furia inusitada. Reaparece el ex marido golpeador de Mildred, mientras que el comisario padece un cáncer terminal y en una especie de redención personal se vuelve comprensivo con la dolida madre. No es el caso del oficial Dixon (Sam Rockwell), un racista y, casi retrasado, policía que goza al golpear brutalmente a otros integrantes del pueblo.
Estamos ante un relato de una densidad suprema. Sin embargo, no lo concebimos como un drama profundo por el humor negro utilizado por su director, ya una marca registrada en su cine. La película pasa del humor al drama con una fluidez sorprendente, cambiando de registro para evitar el golpe de efecto y mantener así al espectador consciente de la supuesta “normalidad” de los hechos.
Las actuaciones son de un nivel extraordinario, nos encontramos en el dolor de cada personaje y, a la vez, ninguno de ellos es un personaje positivo. La manera civilizada de resolver las cosas es, paradójicamente, la violencia y la hipocresía, cuestiones que generan aún mayor violencia. El humor nos hace sentir culpa por reírnos de situaciones trágicas, mientras que no comprendemos la pasividad de los personajes del pueblo ante sus acciones.
Es que los personajes son estáticos ante el crimen, ante las golpizas del ex marido de Mildred, ante la prepotencia de la policía. Los problemas no se solucionan en ese pueblo, simplemente se olvidan y pierden en el tiempo. El problema es que Mildred no puede olvidar, y su malestar se trasmite con los carteles como un punta pie inicial para un espiral de violencia que, si bien tampoco soluciona nada, genera una extraña sensación de bienestar. El problema es que, la mayor de las veces, las acciones violentas son erráticas y ni siquiera caen sobre los culpables.
Tres anuncios por un crimen es una de las mejores películas del año. Al igual que Sin nada que perder (Hell or High Water, 2016) o Viento salvaje (Wind River, 2017), tienen la capacidad de hablar de la corrupción moral al interior de las micro sociedades, sus problemas estructurales que se reiteran mecánicamente y despiertan mayor resentimientos y violencia entre sus individuos. Pero Tres anuncios por un crimen lo hace con un corrosivo humor negro que socava en cada espectador, mediante un relato que se percibe más ameno pero no deja de tener una carga dramática arrolladora.