El viaje introspectivo de Miguel Kohan por el norte argentino La búsqueda de la mítica figura del “despenador” traza un recorrido por el mundo de los vivos y los muertos entre los ritos y costumbres de la Puna. “El destino al viajar nunca es un lugar, sino una nueva manera de ver las cosas” reza una pintada en una de las paredes de las rudimentarias poblaciones del norte argentino. El viaje de Raymundo Zelaya (Ruben Fleitas), un antropólogo que sigue la pista del mito precolombino del despenador, una entidad que quita el dolor sobre la muerte a los deudos. Además de su investigación científica, también él sufre la pérdida reciente de su mujer, sumando motivos para buscar explicaciones racionales pero también existenciales. “Antes de los españoles, mataba a quienes no podían morir de un abrazo, les rompía el espinazo”, sugiere uno de los entrevistados acerca del despenador. Raymundo recorre rutas, pueblos y rituales mientras trata de comprender la cultura andina y su relación “diferente” con la muerte. De ese modo asiste a la procesión de la Virgen de La Candelaria o al Toreo de la vinche, eventos que observa, describe y retrata con su teléfono. El despenador (2021) es un encantador viaje por la Puna, su idiosincracia y poder revelador oculto en los paisajes, fauna y rostros de su gente. No hay dramatismo, ni tragedia relacionada con la muerte, la música y el preciosismo de los paisajes ofrecen un aire liberador para el protagonista, y con él, para el espectador. El director de Café de los maestros (2008), El francesito (2017), La experiencia judía (2019) y Rivera 2100 (2020), entrega esta vez desde la ficción, una experiencia enriquecedora, vital y colorida sobre la manera de aceptar la muerte para la cultura andina. Un viaje de encuentro, descubrimiento y aprendizaje, desde Cochinoca hasta Abre Pampa, Provincia de Jujuy. Un sólo plano sintetiza el film: una hilera de llamas cruza la ruta ante el avance de un camión, la armonía entre seres que conviven se trasmite ante el andar cansino de los animales, y también, la proximidad con la muerte. Las montañas de fondo, registran el acontecimiento y son testigo del paso -metafórico y literal- de la vida en el mundo.
Desopilante homenaje al periodismo de Matías Szulanski La película de apertura del 24 BAFICI narra la investigación periodística de dos mujeres con el particular sentido del humor de su realizador. Szulanski logra articular el relato periodístico con la historia de amistad entre dos mujeres sin olvidar jamás las referencias cinematográficas. Último recurso (2023) da nombre a la revista deportiva de mala muerte en la que trabajan un peculiar grupo de individuos. Como si se tratara del opus de Wes Anderson, La crónica francesa (The French Dispatch, 2021), el film comienza con la llegada de la joven Julia (Tamara Leschner), incorporada a la revista “porque tiene auto”, en palabras del director del medio (Germán Baudino). Esta joven aprendiz rápidamente hará equipo con Laura (Maria Villar), quien la guiará en los gajes del oficio con sus virtudes y defectos. “¡Esto es periodismo papá!”, gritarán a los cuatro vientos luego de robar una motocicleta con el fin de alcanzar una fuente. El genuino vínculo de las protagonistas forja una amistad entrañable en una especie de buddy movie en versión femenina. Un dúo es la base de este relato. La investigación periodística gira alrededor del supuesto mundial de 1926 ninguneado por la historia oficial. El paradero del goleador judío clave para ganar el título (en una final entre Argentina y Alemania) lleva a las protagonistas a seguir pistas a una tintorería con ocasionales paradas en un bar de Villa Crespo. El absurdo se presenta con la misma gracia y sin sentido que la realidad. Ese espíritu desprejuiciado es utilizado por Szulanski al igual que en Juana Banana (2022) para incorporar destellos de argentinidad al relato. Personajes con varios rasgos negativos son sumamente queribles de este modo, en un universo periodístico tan imperfecto como admirable. El leiv motiv musical surge del clarinete que la joven periodista toca en sus ratos ociosos, melodía que marca el ritmo de la aventura descabellada para estas intrépidas periodistas. Último recurso funciona por su puesta en valor de dinámicas culturales del pasado. Gracias a los carteles que anuncian día y hora en formato de crónica, sabemos que la historia transcurre en el presente pero bien podríamos pensar que sucede en una época pasada. Los modos de hacer periodismo, de ver cine en sala, de relacionarse con el mundo; marcan el pulso del homenaje a una forma antigua vista con encanto y pasión reivindicativa. Se pone en valor ese espíritu aventurero retro para capturar la noticia cueste lo que cueste.
Sobre los bebés robados por el franquismo Matilde Michanie (“Licencia número uno”) ayuda a visibilizar una causa oculta por años que sale a la luz gracias a la organización social y la lucha de las madres. “Te estamos buscando” grita el lema de la causa, denominada por sus siglas TEB, una organización llamada SOS Bebés Robados Cataluña que desde el año 2010 hizo una presentación legal en los juzgados españoles y espera resolución. La investigación que refleja la película la lleva adelante Carolina Escudero, argentina, licenciada en periodismo y doctora en psicología social, quien vive con su familia en Barcelona. El asunto se remonta a los tiempos de la dictadura de Francisco Franco, y varios años después del regreso a la democracia, entre 1938 y 1996, cuando miles de bebés son robados de manera sistemática a sus madres al nacer. Los relatos son estremecedores y se narran a cámara con dolor pero también con la fuerza de la lucha emprendida. La organización hace foco en la no victimización de los damnificados sino en transformar el trauma en lucha, a partir de la unión, la escucha y la acción social. Matilde Michanie produce el documental junto con el INCAA siendo consciente del eco que tiene en nuestra historia el robo de bebés desde la última dictadura militar. Los crímenes del franquismo siguen impunes y esta producción que también dirige -y cuenta con una narración convencional y apoyada en los testimonios-, ayuda a visibilizar esos delitos. Cómo decirte que te quiero (2023) busca compartir el relato de una conmovedora búsqueda por llegar a la verdad y conseguir justicia.
Gilles Lellouche es acusado sin razón La película de Jérôme Salle (“Operación Zulu”) narra el calvario vivido por un diplomático francés que desarrolla su actividad en Siberia y se convierte en víctima de una operación de los servicios de inteligencia rusos. Basada en una historia real, Kompromat: El expediente ruso (Kompromat, 2022) cuenta la historia de Mathieu (Gilles Lellouche), director de la Alianza Francesa de Irkutsk, quien es arrestado por abusar de su hija sin que esto sea cierto. Los FSB (servicios de inteligencia rusos) le inventan una causa por considerarlo un espía, una práctica anunciada como recurrente por su abogado defensor. Sin chances de una condena a su favor, Mathieu busca fugarse del país. El film tiene un prometedor comienzo al estilo Hitchcock, mostrando al hombre inocente acusado injustamente que debe tolerar una situación traumática. La historia busca por todos los medios que sintamos empatía por el francés, un hombre común con hábitos y costumbres occidentales que no encajan con la mentalidad conservadora rusa. Sin embargo, en su intento de hacer esta afirmación, la película desdibuja la historia, presentando un relato maniqueo en el que los rusos son fríos, brutales y malvados por naturaleza y los franceses buenos y progresistas. Aunque existen excepciones, como la rusa Svetlana (Joanna Kulig), quien está dispuesta a ayudar al francés porque ella misma experimenta la presión del régimen en su propia vida. Mientras cuenta la historia del hombre común en una situación extraordinaria, Kompromat: El expediente ruso es una película efectiva y funcional que nos sumerge en el sufrimiento de Mathieu. Una especie de Expreso de medianoche (Midnight Express, 1978) moderna, con el protagonista luchando por demostrar su inocencia y algunos elementos del cine de espías. Pero cuando la película se empeña en mostrar el progresismo de occidente en contraste con la cultura retrógrada rusa, se vuelve pedante y con subrayados innecesarios que subestiman al espectador. Una escena sintetiza la dicotomía taxativamente: Mathieu programa una obra de teatro modernista donde dos hombres se besan, y un funcionario ruso le recrimina “usted representa la debacle de la moral”.
Liam Neeson es Philip Marlowe Neil Jordan dirige el regreso al cine del personaje creado por Raymond Chandler en esta adaptación de la novela “La rubia de ojos negros” de John Banville. El icónico personaje interpretado por Humphrey Bogart en Al borde del abismo (The Big Sleep, 1946) de Howard Hawks regresa encarnado por Liam Neeson, quien suele estar asociado a héroes de acción por sus últimas producciones y ahora intenta asumir el papel de detective privado. La trama comienza cuando una heredera adinerada (Diane Kruger) acude a su despacho en busca de ayuda debido a la desaparición de su amante. La versión oficial indica que el amante desaparecido, Nico Perersen, está muerto, pero hay indicios de que el cadáver pertenece a otra persona. La historia desvela la corrupción en los altos círculos de poder, incluyendo el universo de Hollywood, donde la madre de la misteriosa mujer (Jessica Lange) fue una estrella en el pasado. El director irlandés conocido por películas como El juego de las lágrimas (The Crying Game, 1992), Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994) y La viuda (Greta, 2018) no logra otorgar al filme ni las secuencias de acción que los fanáticos de Neeson esperan (aunque incluya un par de peleas a puñetazos, más en línea con el estilo del actor de Búsqueda implacable que con el cine noir), ni la densidad dramática característica de la novela negra. En esta coproducción entre Irlanda, España y Francia presenciamos una recreación de época con una estética publicitaria similar a la de una telenovela, cuidada y bella en términos de estilo, alejada de la inquietante oscuridad propia del relato noir al que pertenece el personaje de Philip Marlowe. La mayor parte de la trama se desarrolla en un Los Ángeles diurno, sin las sombras expresivas que el título local sugiere. El argumento contiene todos los ingredientes del policial negro, con personajes traicioneros en ambos lados de la ley y el seductor juego de manipulación por parte de las mujeres. El mundo de Hollywood añade un elemento extra al mezclar la violencia del cine de gángsters que se filma en la ciudad de las palmeras con los crímenes perpetrados en las clases adineradas en su lucha por el poder. Sombras de un crimen (Marlowe, 2022) se queda a medio camino entre ser un homenaje al policial negro que podría haber sido y ser simplemente la película número 100 de Liam Neeson. Es un trabajo que requiere menos esfuerzo físico por parte del actor, pero que no le permite sumergirse completamente en las ambigüedades éticas que un personaje como Philip Marlowe exige.
Simplemente sangre La película retoma la franquicia clase B inaugurada por Sam Raimi en los años ochenta con más sangre y oscuridad que ideas. El libro de los muertos regresa o, mejor dicho, reaparece en una película que busca contar los orígenes de las posesiones infernales. Sam Raimi y Bruce Campbell ofician de productores ejecutivos en una franquicia que no termina de encontrar el nivel de la trilogía original compuesta por Diabólico (The Evil Dead, 1981), Noche alucinante (Evil Dead II, 1987) y El ejército de las tinieblas (Evil Dead III, 1992), y la remake, Posesión infernal (Evil Dead, 2013), dirigida por el uruguayo Fede Álvarez. Algo que sí lograba la serie Ash vs Evil Dead (2015) creada por los mismos responsables -actor y director- de la saga original en busca de mostrar el camino a las nuevas producciones. “Por ahí va la cosa”, sugerían con desparpajo, con desarrollo de personajes malditos, pendencieros, con un antihéroe genial que uno disfrutaba verlo desangrarse en cada pelea cuerpo a cuerpo con un espíritu maligno. Nada de eso sucede aquí, con personajes víctimas que inspiran lástima y un tono fantástico que se diluye después del prólogo inicial, justo cuando la cámara, punto de vista del mal, se detiene para siempre. De aquella saga de humor gore de los ochenta sólo quedó en pie la sangre “de a montones” y una carnicería feroz para masacrar a una familia en el film del irlandés Lee Cronin, quien juega con la idea de “la madre” protectora que puede convertirse en la madre de todos los males, mientras la motosierra y la escopeta tienen su presentación con mayor fuerza dramática que los protagonistas. En esta película, la acción se desarrolla en una sola noche en un edificio de Los Ángeles que está a punto de ser demolido. En el subsuelo, un adolescente encuentra un libro llamado Necronomicon con las fuerzas malignas en sus páginas a punto de ser liberadas. El adolescente abre el libro y provoca un caos en el edificio. Una maldición que acecha a Ellie (Alyssa Sutherland), una madre soltera y a sus tres hijos Bridget (Gabrielle Echols), Danny (Morgan Davies) y Kassie (Nell Fisher). Beth (Lily Sullivan), la tía de la familia, desciende a los infiernos para transformarse en la heroína de este relato. Evil Dead: El despertar (Evil Dead Rise, 2023) no respeta el tono de la saga fundadora: lo subvierte en una carnicería cinematográfica. Los excesos le roban el lugar al humor negro que funciona a cuentagotas y los litros de sangre desparramados por los sets no son suficientes para contrarrestar una historia que no tiene otro condimento que la cacería indiscriminada de espíritus malignos hacia los miembros de la familia. Hay una toma calcada de El resplandor (The Shining, 1980) con un ascensor inundado literalmente de sangre que se desangra al abrir sus puertas, y algún que otro guiño cinéfilo para el amante del cine de terror con sabor a poco. Lo que redunda son los descuartizamientos de cuerpos, y las laceraciones varias. Lo mejor de Evil Dead: El despertar es su promesa de lo que vendrá, augurando una continuación donde posiblemente conecte con el personaje de Bruce Campbell en una versión 2.0 de aquel terrorífico recuerdo.
Russell Crowe contra el demonio La presencia del actor de “Gladiador” en la figura del exorcista cambia la lógica de un relato de terror que, sin dejar de serlo, hace honor a la épica lucha del bien contra el mal del cine de acción. “Mi peor pesadilla es que Francia gane la copa del mundo” dice Russell Crowe en la piel de Gabriele Amorth. Un latiguillo propio de un héroe de acción y no de un enviado de Dios que busca exorcizar un cuerpo poseído. Es que si bien Crowe interpreta al exorcista en jefe del Vaticano -un hombre que existió realmente-, su presencia se devora la película. El tipo desafía al demonio convirtiendo la habitación del chico poseído en una suerte de cuadrilátero bíblico. La historia se remonta a un caso ocurrido en 1987 en España, específicamente en una abadía en Castilla. Una mujer (interpretada por Alex Essoe) y sus dos hijos adolescentes llegan al lugar después de la muerte del cabeza de familia. La mujer tiene la intención de restaurar la capilla y pasar unos días allí, pero su hijo Henry (Peter DeSouza-Feighoney) es poseído por un peligroso demonio. El Papa (el legendario Franco Nero), llama a Gabriele, un exorcista cuestionado que ha tenido un exorcismo fallido previamente, y lo envía al sitio. Pronto, el padre descubre una conspiración que ha sido encubierta desesperadamente por el Vaticano durante siglos. El exorcista del Papa (The Pope's Exorcist, 2023) no es comparable con el clásico de William Friedkin ni con las innumerables producciones que le siguieron, aunque comparta su estructura narrativa. Se asemeja más a películas del estilo de El día final (End of Days, 1999), donde Arnold Schwarzenegger se enfrenta al mismísimo demonio, destacando al héroe de acción en medio de una trama de terror. Hay que decir que la película es sumamente entretenida y jamás se toma mucho en serio a sí misma. Los anclajes históricos son al menos ridículos (“La inquisición fue obra del Diablo”, mencionan en un momento) y las situaciones propias de un film de terror ceden terreno ante una batalla apocalíptica entre representantes de Dios y del Diablo. Ni más ni menos. Ingredientes del cine de acción y fantasía se imponen en una película en la que Russell Crowe comanda el reparto con un personaje orgulloso y carismático que exorciza sus culpas para salvar a los demás y no al revés. El caso importa menos que la construcción del personaje protagonista, pensado como un superhéroe surgido del mismísimo Vaticano.
La versión épica histórica de Martin Bourboulon El clásico relato de Alejandro Dumas tiene su versión francesa en clave realista y formato díptico, con una segunda parte centrada en Milady que se estrena a fin de año. Nos encontramos frente a una superproducción europea, un tipo de película que sigue el estilo de Hollywood pero producida en el viejo continente, como es el caso de la película alemana Sin novedad en el frente (All Quiet On The Western Front, 2022). Esta película se presenta como la versión del país de origen del autor de la obra, cuenta con un enorme presupuesto y está construida desde sus propias lógicas narrativas. Además, cuenta con un reparto de lujo, con estrellas de cine francesas de la época, así como un despliegue escénico espectacular y una repetición visual que busca facilitar la comprensión del espectador. La aventura comienza en 1627, tiempos del rey Luis XIII (Louis Garrel) en Francia. Con el fin de pertenecer a su guardia de espadachines de élite llega Charles D'Artagnan (François Civil), quien se encuentra con los mosqueteros Athos (Vincent Cassel), Porthos (Pio Marmaï), y Aramis (Romain Duris). Juntos deberán defender a su tierra de las conspiraciones entre católicos y protestantes y otros peligros provenientes del manipulador plan del cardenal Richelieu (Eric Ruf) y Milady de Winter (Eva Green). Martin Bourboulon (Eiffel) imprime aventura a la vieja usanza con un despliegue coreográfico de las peleas cuerpo a cuerpo para darle mayor realismo a los enfrentamientos entre guerreros. La cámara se involucra en cada escena con virtuosos movimientos logrando un dinamismo visual por momentos sorprendente. El otro aspecto a destacar en este realismo es el cuidado en la recreación de la época. Los personajes presentan rostros siempre sucios, gestos parcos y vestimentas rasgadas debido a las constantes peleas. En este universo sombrío, las acusaciones contra Athos cobran fuerza y la investigación de crímenes adquiere un tono noir, resaltando el espíritu noble del joven D'Artagnan. Los tres mosqueteros: D’Artagnan (The Three Musketeers: D'Artagnan, 2023) se aleja de las versiones románticas estadounidenses para sumergirse en los conflictos de intereses del período histórico, mediante un regreso al texto original.
Tensión en el aeropuerto con Guillermo Francella La película de Martino Zaidelis presenta un caso de contrabando que involucra a los servicios de inteligencia, pilotos de avión y la policía aeroportuaria. Estamos ante un thriller de manual con todos los requisitos del género y algunos elementos de Hitchcock para generar adrenalina en la desesperada odisea sufrida por el protagonista interpretado por Guillermo Francella. Alejandro (Francella) es un veterano piloto de avión reconocido y admirado por sus pares. Un buen día llegan a su casa dos hombres de los servicios de inteligencia con el fin de extorsionarlo: si se niega transportar una valija en cada uno de los vuelos que realiza, su mujer (Andrea Frigerio) se enterará de una infidelidad mientras que la aerolínea en donde trabaja, conocerá su problema auditivo que puede alejarlo de los aviones. El hombre inocente perseguido por criminales y la policía, es propio de un relato al estilo de Hitchcock. Con el avance de la trama, la magnitud del peligro se intensifica. La escena en la que Saavedra (el genial villano interpretado por Pablo Rago), muestra a los "implicados" en el contrabando dispersos por el aeropuerto es sorprendente y recuerda a la escena de Nueve Reinas (2000), donde Darín describe a los delincuentes entre los transeúntes de la 9 de Julio a plena luz del día. El suspenso se construye a partir del intercambio de la valija (el McGuffin), con la cámara siguiéndola para describir a los múltiples personajes del relato. Una serie de hombres y mujeres de pocas pulgas interpretados por Alberto Ajaka, Guillermo Arengo, Carlos Portaluppi y Mónica Villa, que hacen un excelente trabajo rodeando a Francella y dando credibilidad al relato. Si bien la película comienza como un thriller al estilo de Hitchcock, en la segunda mitad se transforma en un policial más parecido a los interpretados por Liam Neeson, abandonando el realismo por situaciones que rozan lo inverosímil en pos de una noción de justicia un tanto cuestionable, en línea con el género. La Extorsión (2023) destaca por su buen ritmo, su guión bien estructurado, las actuaciones impecables del elenco y su producción de nivel internacional.
José Sacristán en un exorcismo innecesario Esta película española dirigida por Jacobo Martínez, se adentra en el subgénero de exorcismos y plantea una reflexión sobre el papel de la religión católica en las represiones sociales. Aunque la mayoría de las películas de este género tienen escasa calidad, 13 exorcismos (2022) aporta algunos elementos interesantes a pesar de utilizar clichés reiterados. La trama comienza con Laura Villegas (María Romanillos), una adolescente que desea asistir a una fiesta de Halloween con sus amigos, pero sus padres, que son católicos ortodoxos, no le permiten hacerlo. Laura huye de casa para acudir a la fiesta, donde termina participando en una sesión de espiritismo que provoca que un demonio la persiga y finalmente posea su cuerpo. La película explora tanto el castigo que recibe Laura de sus padres por su desobediencia, como el terror demoníaco que vive la protagonista. El demonio se presenta como un ente conservador/represor dispuesto a exterminar cualquier insinuación de pecado desde la violencia más reaccionaria. Así, la culpa y el castigo por pecar acosan a Laura tanto como el espíritu invocado. A partir de ahí, la película se centra en la presencia del demonio en la vida de Laura, que se manifiesta tanto en su hogar como en la escuela. La trama sigue los patrones clásicos de una historia de fantasmas, con la entidad maléfica que acosa a la protagonista. Sus padres, que no creen en teorías psicológicas, no dudan en llamar a uno de los 15 curas aprobados por el Vaticano para dicha tarea. Uno de los puntos fuertes de 13 exorcismos es la actuación de José Sacristán como el cura encargado de realizar los exorcismos. El veterano actor se pone la túnica para el rol que alguna vez interpretó Max Von Sydow, dando credibilidad a la fantástica historia. A pesar de esto, la película utiliza numerosos clichés del género, desde la larga cabellera negra de la poseída hasta la aparición de fantasmas con estruendos sonoros y voces de monstruo saliendo de la boca de la protagonista. Una batería de efectismos innecesarios, que diluyen la idea de que los castigos en nombre del bien pueden ser más aberrantes que el mismísimo infierno.