3 anuncios por un crimen aterriza en la cartelera argentina con un auspicioso recorrido a cuestas: desde su estreno en Toronto –y premio del público a mejor película- que no para de cosechar premios, entre ellos mejor guión en Venecia, premio del público en San Sebastián y el Globo de Oro (Toronto + Globo de Oro = Óscar). La nueva película de Martin McDonagh es un maravilloso thriller negro que se nutre de una laboriosa construcción de personajes y la apasionada interpretación de sus actores. Frances McDormand, Sam Rockwell y Woody Harrelson (este último quizás un poquito debajo de los dos primeros) le imprimen a cada una de sus participaciones un condimento que agiganta la película.
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Mildred Hayes (Frances McDormand), hastiada por la inacción de la policía local tras la violación y asesinato de su hija, emprende su propia lucha tiñendo tres carteles publicitarios ruteros en señal de protesta contra el jefe Willoughby (Woody Harrelson). Con su ladero desquiciado Dixon (Sam Rockwell) Willoughby afrontará este enfrentamiento con el apoyo de la comunidad local pero su lucha real está en otro plano: un cáncer de páncreas acabará con su vida pronto. En medio participarán otros actores como el afectado hijo de Mildred Robbie (Lucas Hedges), su ex esposo golpeador Charlie (John Hawkes) y su novia joven, el arrogante agente publicitario (Caleb Landry Jones), , James (Peter Dinklage) que hará todo lo posible por acostarse con Mildred y hasta incluso la repulsiva madre de Dixon (Sandy Martin); todos atravesados por la violencia, el odio y la intolerancia latente en Ebbing, un pueblo de la América profunda.
¿Es 3 anuncios por un crimen lisa y llanamente una comedia negra? Sí, pero esa también es una etiqueta reduccionista. Porque así como el humor sobrevuela en cada escena de manera punzante, su carga dramática genera el contrapeso justo que logra un equilibrio sensible en la película.
Son estos carteles o vallas, en estado deplorable, las primeras imágenes de la película. Una tradicional melodía irlandesa con una voz lírica les infunden a estas postales del abandono un vaho de ironía que suaviza la solemnidad que estas imágenes tendrían por sí mismas. A partir de este planteamiento, por extensión, se desprende la esencia de la película. 3 anuncios por un crimen es una clase de ritmo y de tono, en la medida en que su código humorístico nunca queda librado a la insensibilidad del cinismo puro, ni tampoco su entramado dramático condenado a la solemnidad tremendista del tema.
McDonagh, apoyado en la flexibilidad de sus actores, logra hacer convivir ambos registros que se articulan simbióticamente. Ya en Escondido en Brujas existía una intención similar (con menor profundidad crítica) pero en su anterior Sie7e Psicopátas parecía alejarse del elemento dramático. La negritud de la comedia en su nueva película es mordaz, pero no desenfrenada, dado que para que esta pueda vivir, requiere del oxígeno que le propinan las pausas dramáticas y momentos de tensión. No solo en el curso de la narración, sino incluso dentro de las escenas mismas. El humor se desplaza pendularmente: por momentos cala hondo y es el corazón de la escena y en otros se aleja parcial o totalmente para dar lugar al peso dramático de la escena o secuencia en cuestión. Ritmo.
La decisión drástica a la que llega un personaje, que marca un punto de inflexión en el film, está acompañada con la sensibilidad que ésta lo requiere, así como la primera vez que el hijo de Mildred observa las vallas en silencio, lo que es una clara muestra que McDonagh no se refugia en la comedia para sacarse el peso que trae el tema (como muchos cineastas, incluso Tarantino, hacen), sino que es una decisión política de posicionarse frente al objeto denunciado.
A riesgo de ceder ante el facilismo de montar personajes despreciables y/o chatos, a los que sumada cierta dosis de violencia podría convertirse es un festín del odio y el morbo, McDonagh siembra dilemas morales cuya cosecha revelan el costado humano de la película, que escapa del nihilismo habitual de este tipo de cine. En 3 anuncios por un crimen no se esconden ni se minimizan los conflictos raciales, de género, el conservadurismo pueblerino, la posición de la religión, la negligencia policial, la violencia latente y cotidiana, en fin: la América de Trump; pero también evita la conformidad de denunciarlas desde una mirada moralista. La profundidad y contradicciones de sus personajes (salvo la novia joven del ex esposo y el extraño visitante amenazador de la tienda, los puntos flojos) permiten encarnar todos esos conflictos escapando del estereotipo, incomodando al espectador al humanizar personajes que a priori son detestables. En contrapartida, desmitifica a la heroína: Mildred observa la habitación de su hija y un flashback le recuerda como ella, fruto de un enojo, le gritó que quiere que sea violada. Angela quería dejarla a su madre para mudarse con el padre. Ningún personaje es impoluto porque nadie es impoluto.
Incluso el desenlace entraña la combinación dual entre el humor y el drama. La redención de un personaje da lugar a una premisa optimista: los prejuicios del hombre estadounidense pueden revertirse, pero eso no es suficiente dado que choca contra la pared de un sistema que no quiere cambiar. Ese mismo sistema es el que forzó a ese personaje a que sea como era previo a su evolución.
Y eso, a fin de cuentas, es 3 anuncios por un crimen: debajo del humor y la tragedia, la película es una crítica que oscila entre el optimismo de un cambio o redención y el desencanto de que ese cambio no es suficiente para una evolución a grandes escalas. Pero al menos, por suerte, evita lo que los cineastas de la buena moral suelen enseñarnos y se da el lujo de introducir pinceladas de compasión a un muro descascarado. Incómoda y entretenida, incorrecta y comprometida políticamente.