Más guión que película. Perturbada ante la inactividad de las autoridades ante el crimen de su hija, una mujer paga para que tres olvidados carteles al costado de la ruta lleven impresas los textos Violada mientras moría. ¿Aún ninguna detención? ¿Cómo es posible, jefe Willoughby?, causando revuelo y sacudiendo la rutina del pueblo. Así comienza este film del dramaturgo y ocasional realizador Martin McDonagh, pero a no confundirse: no se trata estrictamente de un drama sobre la lucha de una madre incomprendida sino de un cuadro de situaciones tragicómicas, con más sorpresas que verosimilitud.
En principio, la dama en cuestión no es interpretada por Meryl Streep sino por esa encantadora mezcla de mujer fuerte con payaso desencantado llamada Frances McDormand: la actriz de Fargo (1996) y Casi famosos (2000) le imprime a su Mildred un tono belicoso pero con esas miradas y mohínes tan suyos. Parece resignada hasta que estalla, comprensiva hasta que empieza a arrojar insultos, desmoronada hasta que descerraja una ironía. Su imagen de madre atravesada por el dolor de la pérdida puede aliviarse con esas graciosas reacciones, o trastabillar imprevistamente con un flashback que trae a la memoria una situación incómoda, aunque los cambios de registro no terminan en ella: el jefe de policía se muestra honestamente preocupado por su caso pero está enfermo (Woody Harrelson), un joven oficial que bravuconea ingenuamente termina siendo más peligroso de lo que parece (Sam Rockwell en una de esas composiciones extrovertidas que suelen gustar en Hollywood), un amigo enano resulta inesperadamente susceptible (Peter Juego de tronos Dinklage), y podría seguirse.
Ese afán de McDonagh como guionista por hacer de la historia una sucesión de vueltas de tuerca permite que su film luzca dinámico, animado, divertido: aún con semejante punto de partida, entretiene y hasta hace reír gracias a algunos diálogos avispados, enredos y descargas de violencia verbal y física. El problema es que esa estructura sembrada de sobresaltos tiene mucho de antojadizo, como si los personajes fueran marionetas moviéndose en función del efecto sorpresa. También en otras películas, por ejemplo en Ladybird (2017, Greta Gerwig), se advierte interés en las astucias del guión y en una atractiva galería de personajes –ingredientes muy propios de las ficciones televisivas, por otra parte–, pero aquí el impacto pareciera importar más que nada, como si detrás de Tres anuncios para un crimen hubiera un autor intentando pasarse de listo.
Entre sus méritos, no es menor el hecho de sugerir una sociedad estadounidense marcada por el racismo, la incompetencia y la brusquedad, junto a aislados gestos de solidaridad.
Por Fernando G. Varea