Tres anuncios por un crimen (Three billboards outside Ebbing, Missouri, 2017) es de esas cintas que perduran en la memoria por su compleja naturaleza, por su parca y adecuada puesta en escena, además de su semejanza con otro gran film del cine negro, Fargo (1996).
En Missouri, Mildred Hayes (Frances McDormand) saca a relucir su furia contra las fuerzas policiales tras haber perdido a su hija violada y asesinada. Ella entiende que no están esforzándose al máximo por encontrar a los culpables y como acto de rebeldía instala 3 anuncios en carteles al lado de la ruta.
Martin McDonagh presenta una pieza de orfebrería. Superando una comedia ultra negra como lo fue 7 psicópatas (Seven psycopaths, 2012), acá no hay apartado técnico que esté alejado de la excelencia. En Tres anuncios por un crimen el aire es malsano, visualmente no da buen augurio, no hay clemencia con el espectador y si la hay, es para mostrar alguna secuencia de humor negro. Dicen que el cine de este director se parece al de los hermanos Coen; es aceptable la comparación, con una diferencia: McDonagh no espera a que el espectador se ría o procese la escena que acaba de ver, no, él muestra y continúa con su relato, él logra descolocar con un Woody Harrelson que escupe sangre en la cara de Frances McDormand y se muestra vulnerable cuando todos pensábamos que era una mierda, o un Sam Rockwell (brillante en la piel de un oficial racista, homofóbico e impulsivo) que es golpeado en un bar porque es el mejor peor policía de Missouri.
McDonagh presenta a sus personajes con matices, ni buenos ni malos, con grises, sin tapujos ni censura, Mildred Hayes no está santificada como una madre mártir, su personaje es por lo menos cuestionable y eso no importa porque acá no hay condescendencia con el espectador. Uno siente que ha asistido a un cuento oscuro que se ha contado antes pero nunca desde esta óptica.
Es un film exquisito que se nutre de su carácter camaleónico y sabe demostrar que la oscuridad también puede ser atractiva.